Días de furia. El estallido social en Son Gotleu tiene su origen en la llegada al barrio de un nutrido grupo de argelinos muy violentos que han roto un código sagrado entre delincuentes: no robar en su propia barriada. Con todo, en la radiografía de este castigado enclave se detectan otros síntomas para explicar cómo en tres días se ha pasado de una calma tensa a un clima prebélico.
«No hay un líder vecinal que nos represente», se queja uno de los residentes, un mallorquín que lleva dos décadas allí: «Compré porque era barato, pero si pudiera me marcharía hoy mismo. Esto no es vida». Tradicionalmente, Ginés Quiñonero, dirigente vecinal, era la voz y el alma de Son Gotleu. Un luchador infatigable. Que no se casaba con nadie. Tras su muerte, nadie ha ocupado su lugar, lo cual lastra las relaciones entre vecinos en aquella inflamable barriada.
Otro factor que acentúa la violencia de los recién llegados argelinos es su adicción a la Lyrica, unas pastillas que se recetan para la epilepsia, el dolor y la ansiedad, y que los magrebíes consumen de manera compulsiva, tras adquirirlas en el mercado negro. «Van tan colocados que les da todo igual, por eso no se molestan en marcharse a otros sitios a robar. Lo que no habían calculado es que en Son Gotleu el equilibrio es muy delicado y una actitud como esta tiene consecuencias inmediatas», cuenta un veterano policía nacional consultado por este periódico.
En realidad, las cosas no se han torcido de un día para otro. Hace algo más de un mes, cuando desembarcaron los delincuentes argelinos -que suman varias decenas-, comenzaron los pequeños hurtos en locales y casas. Luego degeneraron en forma de robos, atracos y palizas. Y esta inseguridad ha hecho estallar a la comunidad gitana, muy poderosa en Son Gotleu.
Por una vez, los nigerianos se han puesto también del lado de los españoles. «Los argelinos nunca van solos a ningún sitio. Se mueven en grupos muy grandes, para intimidar y no ser cazados uno a uno. Son técnicas que impusieron otros clanes hermanos en la periferia de París o en Marsella hace años, y que ahora llegan a Palma porque les funcionaron. En Son Gotleu tienen varias casas patera y pisos okupados. Viven allí, pero estos días están escondidos, porque temen seriamente por su integridad», apunta otra fuente del cuartel de San Fernando, que colabora en el gran operativo diseñado por la Jefatura palmesana.
La disyuntiva sobre qué hacer con ellos trae de cabeza a los investigadores: «Si son expulsados del barrio se irán a otro y harán exactamente lo mismo». Así pues, solo queda condenarlos por delitos graves y que pasen una temporada en prisión, aunque esta posibilidad se antoja poco probable. Ahora, la prioridad policial es que el estallido desemboque en un baño de sangre: «Aquí hay gente armada, que habitualmente va por la calle con una navaja o un puño americano.
«En otras ocasiones ha habido tiros, así que no se puede descartar nada», comenta el citado vecino, que quiere mantener su identidad en el anonimato por temor a represalias. La sombra de un verano como el de 2011, cuando nigerianos y gitanos se enfrentaron abiertamente, planea de nuevo en aquellas calles. Este miércoles, dos españoles detenidos por los incidentes de estos días pasaron a disposición judicial: «Sacad fotos a los argelinos, son ellos los malos».