El cadáver de Manuel Chinchilla apareció en el interior de una manta, atado con una cuerda.

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Era un 2 de abril de 1992, jueves, y unos turistas descendieron con dificultad por unos acantilados de la exclusiva urbanización Sunset Gardens, en El Toro (Calvià). De repente, entre unas rocas, cerca del mar, repararon en una manta ensangrentada, que parecía ocultar dentro algo. Cuando miraron al interior, el horror se reflejó en sus ojos: se trataba de un cadáver sin cabeza. Y al que le habían amputado algunos dedos. Esta es la crónica del crimen de Manuel Chinchilla, que desveló un oscuro ajuste de cuentas entre narcotraficantes y se saldó con penas muy duras para todos los implicados.

Chinchilla residía en una planta baja de la barriada palmesana de La Vileta. Era de origen andaluz, tenía 34 años y trapicheaba a pequeña escala con sustancias estupefacientes. Estaba casado y tenía dos hijos. El 1 de abril fue citado por los tenebrosos hermanos Juan y Joaquín Pedrosa Parés, dos narcos de Barcelona para los que trabajaba. Fue la última vez que alguien le vio con vida.

Pero cuando se descubrió el cadáver decapitado nadie sabía todavía que se trataba de Chinchilla. El mítico comandante Bartolomé del Amor, jefe de la Policía Judicial de la Guardia Civil, se hizo cargo de la investigación y su primera prioridad fue identificar aquel cuerpo. Lo habían arrojado desde lo alto de un barranco con la idea de que llegara al mar, rodando, pero el destino quiso que se quedara bloqueado entre unas rocas. Ese detalle, a la postre, condenó a los implicados el crimen.

A la mano de Manuel Chinchilla le amputaron las falanges de los dedos para complicar su identificación.

Los asesinos le habían cortado la cabeza con asombrosa precisión y también las falanges de los dedos de la mano derecha, en un intento de impedir que fuera identificado. Sin embargo, el cadáver lucía un llamativo tatuaje en el otro brazo. La manta había sido envuelta con una cuerda especial, de las utilizadas para tender la ropa. Nadie, sin embargo, había escuchado y oído nada extraño ese día o la noche anterior.

La Benemérita descubrió que el crimen no se había perpetrado en El Toro. El joven había sido decapitado en otro lugar y después, presumiblemente entre varias personas, lo habían trasladado hasta aquel acantilado, con la esperanza de que el mar se lo tragara para siempre.

Por aquellos años, la colaboración entre la Guardia Civil y la Policía Nacional no era demasiado frecuente, pero este caso propició que dos 'monstruos' de la investigación entablaran una brillante y determinante cooperación. Del Amor y Toni Cerdá, por entonces jefe antidroga de la Policía Nacional, estrecharon lazos y el segundo descubrió que, entre los ambientes del narcotráfico, se comentaba que un joven de La Vileta llevaba dos días desaparecido. Fue el golpe definitivo.

Chinchilla vivía con su mujer y sus dos hijos en una planta baja de La Vileta, en Palma.

El muchacho fue identificado como Manuel Chinchilla y su familia reconoció el tatuaje del cuerpo. Lo más difícil se había conseguido, ahora solo faltaba localizar a los autores. La autopsia, mientras tanto, reveló que la víctima había recibido trece puñaladas, la mayoría de ellas en el torso y dos en la espalda. Y que después, ya muerto, le había decapitado y arrancado las falanges de los dedos.

Enseguida se descubrió quiénes formaban el entorno delictivo del joven andaluz. Sus jefes eran los hermanos Juan y Joaquín Pedrosa Parés, unos carniceros de Barcelona que controlaban el tráfico de cocaína y tenían conexiones con la mafia colombiana. Chinchilla contaba con antecedentes por menudeo. Poco a poco todas las piezas iban encajando.

El enlace de los hermanos carniceros era una joven de Palma llamada María Pulet Rodríguez, 'la Mari'. Y toda la banda tenía un centro de operaciones: un lujoso chalet de Portals llamado Villa Carolina. El 1 de abril, Chinchilla fue engañado para que acudiera solo a la casa. Le esperaban 'La Mari', los hermanos catalanes y Miguel Palma, un amigo suyo también vinculado con el narcotráfico.

Chinchilla les debía dinero (supuestamente dos millones de pesetas de la época) y nada más entrar fue recibido con una lluvia de golpes por parte de Juan y Joaquín, que lo arrastraron hasta un dormitorio. Desde allí se escuchaban alaridos y gritos de pánico y 'La Mari', que esperaba en la sala junto a un nervioso Miguel Palma, subió el volumen de una torre de música. Pero ni así se ahogaban las voces desesperadas.

Lo peor estaba por llegar. Los carniceros decapitaron a la víctima y uno de ellos salió del cuarto con la cabeza en la mano y miró a Miguel Palma, desafiante: "O te callas o tú también acabarás igual". La Guardia Civil seguía de cerca a todos los implicados y cuando Juan Pedrosa y 'La Mari' intentaron huir a Barcelona fueron detenidos en el aeropuerto. El resto de implicados cayeron en el chalet.

Al principio, todos negaron su participación, pero las pruebas eran abrumadoras. El dormitorio estaba lleno de sangre de Chinchilla y la cuerda con la que ataron la manta con el cuerpo era de la casa. Hubo siete detenidos, pero solo los cuatro citados se sentaron en el banquillo de los acusados, el 29 de diciembre de 1992.

El tribunal dictó condenas ejemplares para tres de ellos. Juan fue condenado a 30 años como autor material y su hermano Joaquín a la misma pena. María Pulet Rodríguez a 28 y Miguel Palma, a dos, como encubridor. Este último nunca pudo olvidar el momento en el que los hermanos carniceros salieron del cuarto con la cabeza de Chinchilla en la mano.