La pareja se había casado cuatro meses antes del crimen. | Ultima Hora

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Llevaban cuatro meses casados y el 15 de noviembre de 2016 José María Corró, profesor de un instituto de Palma y músico, atacó salvajemente a su esposa, Celia Navarro. La golpeó con saña con una tetera metálica y después la estranguló, en su piso de la barriada palmesana de Son Cotoner. Esta es la crónica de un crimen que provocó grandes movilizaciones ciudadanas de protesta y que impactó por la frialdad con la que el docente actuó.

Se habían casado el 23 de julio de ese año y él estaba de baja laboral, por depresión. José María tenía 50 años y Celia, 56. Las cosas fueron mal desde el principio y al poco tiempo cada uno vivía en su casa, separados. El carácter explosivo del profesor no ayudaba. El 15 de noviembre, el hombre acudió al piso de ella, en el número 20 de la calle Margarita Xirgú.

El agresor se aprovechó de una circunstancia: Celia había bebido alcohol y no pudo ofrecer resistencia. La agredió brutalmente con una tetera de metal, con la que le golpeó de forma repetida en la cabeza y en otras partes del cuerpo. La mujer se desplomó y el profesor creyó que estaba muerta. Sin embargo, seguía con vida y el asesino la llevó en volandas hasta que se cansó. Entonces, la metió en el baño y la asfixió hasta la muerte.

El crimen tuvo lugar el 15 de noviembre de 2016 en la calle Margarita Xirgú.

El crimen se descubrió al día siguiente, después de que una de las hijas de la víctima intentara contactar con ella, sin suerte. Pidió ayuda a la policía y los bomberos, que entraron en la casa y la hallaron sin vida. Su marido fue detenido e ingresó en prisión. En su casa de la calle del Calders, en la barriada de sa Calatrava, dejó una carta explicando los motivos que le llevaron a matar a su mujer.

Según se supo después, no era la primera víctima del profesor. «Yo era inmigrante, no hablaba el idioma, no trabajaba y el ambiente de esa época era muy conservador. Pero hoy quiero contar que tenía muchísimo miedo a la persona con la que vivía». La psicóloga Mónica Macrescu, primera esposa del asesino de Son Cotoner, desveló a Ultima Hora que había sufrido malos tratos por parte de José María Corró Galán.

La coach recordó cómo se enteró del crimen de Son Cotoner: «El miércoles me llamó una amiga, que también era amiga de Celia, y me dijo: ‘Mónica, te tengo que dar una noticia muy mala'. Sentí una tristeza tremenda, pero también una responsabilidad social». Macrescu recordó cómo acabó su matrimonio: «Mi marido me echó de casa. Se podría interpretar como una liberación, pero era echarme a los leones. Era como decirme: ‘sin mi ayuda, no durarás ni tres días'. Fue muy duro».

José María Corró pidió perdón ante el jurado popular.

En abril de 2018 el músico fue juzgado ante un jurado popular, en la Audiencia de Palma. Se declaró «culpable pero consciente de ello, no». Durante su declaración reconoció que tenía que «pagar» por lo que había hecho, pero se ratificó en que «no era consciente de lo que estaba pasando». «Es muy difícil de entender», dijo para luego añadir que pedía «disculpas a la familia» aunque sabía que «no serán aceptadas».

El Ministerio Fiscal anunció que mantenía su petición de 25 años de cárcel. Además, cambió su petición respecto a la indemnización, que pasó a 80.000 euros para cada uno de los cinco hijos de la víctima y modificó en varios detalles el relato de los hechos.

Por su parte, el abogado defensor, que inicialmente pedía la absolución o que se considerase un homicidio penado con siete años de prisión, pidió que sí se considerara asesinato, y se le impusiera una pena de diez años y no de 25, como pedía el Ministerio Fiscal.

El letrado pidió que se tuviera en cuenta que su cliente estaba enajenado, que había reparado el daño y que había confesado los hechos «a cuatro policías». Reconoció que «no se puede ir de rositas», e insistió en que el acusado «estaba depresivo y tenía ideas que no eran reales».

El abogado de los cinco hijos, Octavio Couto, por su lado, sí consideró que había «ensañamiento» porque, además de las seis heridas contusas, que corresponderían a los golpes de la tetera, presentaba diez golpes más en la cara. «Las únicas lesiones del agresor -sin contar las lesiones para simular el suicidio- son heridas en los nudillos y dos pequeños arañazos», relató.

Finalmente, el jurado popular emitió un veredicto de culpabilidad y poco después el juez condenó al profesor a 22 años de cárcel. Muchos de los asistentes al juicio quedaron sobrecogidos por la sangre fría que demostró el profesor.