¿Actuó en Mallorca un asesino en serie con dos años de diferencia? Durante décadas, la pregunta ha estado en el aire. En abril de 1978 una guía sueca de 25 años fue asesinada brutalmente en Bendinat y en enero de 1980 otra joven de la misma edad, y casi de idéntica apariencia, fue destrozada a golpes en Son Moix. Ambas fueron asesinadas con una piedra. Las similitudes de ambos casos fueron tales que los investigadores buscaron a un psicópata que nunca se encontró. Incluso los dos cuerpos, cuando fueron descubiertos, estaban en la misma postura. Esta es la crónica de dos crímenes sobre los que 44 años después aún planea la sombra de un sádico.
La sueca Cristina Elisabeth Kajuit tenía 25 años en el verano de 1978. Era una chica responsable y trabajadora, que quería quedarse a vivir en la Isla, lejos de las inclemencias del tiempo en su país. El 23 de abril, de madrugada, todo cambió para siempre. Había salido con sus amigas y en la medianoche se fue a Gomila a esperar un autobús que la llevara a casa. Pero apareció horas después destrozada en Bendinat, donde había sido torturada por un sádico. O varios. Su crimen quedó impune.
Ese día había trabajado a destajo: había acompañado a dos grupos de veraneantes al aeropuerto y a las nueve de la noche quedó con algunos clientes de su agencia. Hablaba perfectamente francés, inglés y alemán y prefería estudiar antes que salir de copas. Esa noche, fatídicamente, hizo una excepción. A las diez quedó con dos amigas y cenaron en la pizzería Laos, en la calle Calvo Sotelo. Era barato y se ajustaba al presupuesto de las chicas.
Pasaban veinte minutos de las doce de la medianoche cuando decidió marcharse. Era un domingo y al día siguiente trabajaba, así que prefiría descansar. Les comunicó a sus amigas que se iba a la Plaza Gomila para coger el autobús que la llevaría a Magaluf, donde había alquilado un pequeño apartamento. Sin embargo, nunca llegó a casa. Alguien se cruzó en su camino. No hay constancia de que cogiera un taxi o hiciera auto stop.
A las once de la mañana del lunes 24 de abril de 1978 su cuerpo fue hallado por el hijo del jardinero de la finca de Bendinat, en la carretera de Andratx, en el término de Calvià. Estaba en la cuneta, a unos veinte metros de un cruce, cerca de la nueva autopista. Yacía entre dos pinos, con los pies tocando unos alambres. Estaba desnuda de cintura para abajo y no llevaba ropa interior. Sólo unos calcetines. Al otro lado de la alambrada aparecieron el pantalón vaquero y su bolso vacío.
La cabeza de la joven había sido destrozada con una piedra de unos cinco kilos que estaba cerca del cuerpo, salpicada de sangre. El pezón izquierdo presentaba numerosas laceraciones, producidas por pellizcos, al igual que los labios vaginales. Cristina había sido terriblemente torturada antes de morir y en los tobillos tenía marcas que evidenciaban que había sido atada.
Los investigadores buscaron durante años, sin suerte, al sádico que la atacó. Nunca apareció. Hasta que en 1980 la pesadilla se repitió, esta vez en Son Moix, donde se ubica el polideportivo municipal de Palma. La víctima era una joven granadina de la misma edad. El parecido físico era impactante. Y la habían destrozado a golpes con una piedra del mismo tamaño que la de Bendinat. Hasta los cuerpos aparecieron en la misma postura.
Era un frío 4 de enero de 1980 y un hombre paseaba con su hijo por las inmediaciones del entonces denominado Palacio de Deportes, en Son Moix. Era un descampado, lleno de matojos y hierbas, y de repente se toparon con el cadáver de una joven. El asesino le había destrozado la cabeza con una piedra. El cuerpo era el de una chica de 25 años, llamada Francisca García Martín.
Una joven granadina llamada Francisca García, que vivía en Barcelona, se había trasladado a Palma para vender un piso. Se alojaba en la casa de una amiga y poco antes de salir por última vez estaba feliz porque había encontrado un comprador para la casa. El día 4, al mediodía, la familia que paseaba por un camino próximo a la carretera de Son Rapinya divisó, en un descampado junto a Son Moix, un cuerpo sin vida.
Francisca yacía boca arriba, con la cabeza destrozada por una piedra de gran tamaño que estaba a su lado. Llevaba el vestido levantado y una de las botas estaba a unos metros de ella. Lo más llamativo es que el agresor no se había llevado sus valiosos pendientes de brillantes ni su reloj de oro. El robo, pues, quedaba descartado.
Durante meses, incluso años, se buscó al autor. Nunca apareció. Y a estas alturas tampoco lo hará. Casi medio siglo después, muchos investigadores de la época coinciden: Cristina y Francisca pudieron cruzarse con el mismo sádico.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.