-«¿Cuándo administraba usted el veneno a doña Luisa?». «Tres veces al día, en una naranjada, después de las comidas».
En 26 de enero de 1960 se celebró en Palma, en medio de una gran expectación, el juicio contra Josefina Pinto García, una asistenta del hogar -a la que las crónica de las época llamaban 'criada'- acusada de la muerte por envenenamiento del hombre con el que convivía y de la anciana para la que trabajaba. Esta es la crónica de un caso que escandalizó a la sociedad isleña por la frialdad con la que la acusada reconoció y justificó sus acciones.
Josefina, 'la envenenadora' -como era conocida en aquellos años-, tenía diez hermanos y se casó con 19 años, algo relativamente habitual en los años cuarenta y cincuenta. Se casó con Antonio Fiol, pero el matrimonio no funcionó y acabaron separándose. En 1957, la mujer comenzó a convivir con José Noya Carbonell, un hombre de salud quebradiza.
Trabajaba en una empresa donde las emanaciones de gas eran frecuentes, así que tenía los pulmones y el corazón afectados. Sufría cuadros repetidos de vómitos y fatiga extrema sin motivo. Ese año, cuando estaba en la fábrica, se desvaneció de improviso. Lo trasladaron rápidamente hasta la Mutua Balear, donde el médico de guardia, el doctor Costa, le recomendó descanso y una serie de medicamentos.
En aquel momento, no se detecta que lo están envenenando con arsénico, poco a poco. Horas después, el varón sufre otra crisis y lo acompañan al dispensario, pero en aquella ocasión ya es tarde para él. José Noya fallece, pero los médicos no tienen claro el motivo de la defunción. Por eso, encargan una autopsia. Los resultados, con todo, no son concluyentes. Nadie sospecha aún de Josefina, su compañera de piso.
La acusada, con todo, tiene una gran virtud: es una espléndida cocinera, y no tarda en encontrar empleo en la casa de la familia Ollé, que le paga 700 pesetas al mes. «Yo era muy trabajadora, cumplía con mis obligaciones. Por ese me dieron la gratificación al irme», se justificó Josefina tras su detención, aludiendo a que le habían entregado 100 pesetas por su despido, tras la muerte de la anciana de la familia.
Josefina, tras su caída, sostuvo que doña Luisa Ollé fiscalizaba sus movimientos: «La anciana era muy chismosa, me hacía la vida imposible». La familia negó este extremo y aportó un dato: la asistenta y cocinera, en ocasiones, se excedía con la bebida y regresaba a la casa perjudicada por las resacas. en mayo de 1957 la envenenadora comenzó a darle pequeñas dosis de arsénico, mezclado con los alimentos.
Era un matahormigas de la época y Josefina se aseguró de que la anciana ingería, sin saberlo, cada una de las dosis. Sabía que tras cada comida le gustaba tomar una naranjada, y ella misma le servía la bebida con unas gotas de arsénico. Lo bebía delante de ella, así que Josefina se aseguraba de que se estaba intoxicando de manera irreversible.
Esa primavera, la señora Ollé se sintió repentinamente indispuesta. El doctor Cifre la atendió y en aquella ocasión, a diferencia de lo que había ocurrido con José Noya, sí se apreciaron indicios de una intoxicación. La causa, sin embargo, no se conocía. Y a esa alturas nadie imaginaba que la asistenta le estaba suministrando en secreto un potente veneno. En dosis pequeñas, pero mortales.
El estado de la anciana no mejoró. De hecho, empeoró de forma inexorable, hasta que finalmente falleció. Fue entonces cuando Josefina fue despedida porque ya no tenía que cuidar a la señora de la casa, y le dieron el finiquito de 100 pesetas. A doña Luisa le practicaron la autopsia y la alta cantidad de arsénico en el cuerpo disparó todas las alarmas. Josefina aún no lo sabía, pero el círculo se estaba cerrando entorno a ella.
Los investigadores ataron cabos y recibieron una información «muy interesante»: hacía poco, el compañero de piso de la cocinera de la casa había fallecido en extrañas circunstancias. Ese detalle precipitó la detención de la trabajadora. Josefina fue detenida e ingresó en prisión, como responsable de las dos muerte. Dos años y ocho meses se celebró el juicio contra ella, en medio de una gran expectación mediática.
Las crónica de la época inciden en que Josefina se mostró muy distante, sin ápice de arrepentimiento. Al menos, en apariencia. Arremetió contra las dos víctimas: su compañero «celoso» y la anciana «que se metía en todo». El tribunal lo presidía Ignacio Summers y el fiscal era Saturio González. Roberto Mosquera era el abogado defensor de la procesada.
La sentencia fue dictada el 29 de enero. A Josefina le cayeron 30 años de reclusión mayor por el asesinato de doña Luisa Ollé y 12 años más por el asesinato frustrado de José Noya. En total, 42 años de prisión para la envenenadora de Mallorca. La cocinera que deslizaba pequeñas dosis de arsénico en los alimentos. Con una frialdad que estremeció a los investigadores.
2 comentarios
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Avui en dia la condemna seria de 18 anys i als 7 ja estaria lliure. Veure per creure.
Luego crean ministerios cuyo lema es que todas la mujeres son buenas y todos los hombres somos malos. Hay tantas asesinas como asesinos.