Cuando un padre le recriminó a su hijo que tenía el cuarto desordenado y recibió una lluvia mortal de 46 puñaladas

En 1998 un joven marroquí mató a su progenitor en un piso de Palma, pero al principio intentó hacer creer que era un atraco

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Era un 21 de julio de 1998, de madrugada, cuando un joven marroquí cosió a puñaladas a su padre en un piso de la barriada palmesana de Banc de s'Oli. Inicialmente, el homicida hizo creer que se había tratado de un atraco frustrado y que la resistencia de su progenitor había provocado que los dos delincuentes le asestaran una lluvia de cuchillas. Esta es la crónica de un crimen que volvió a poner de manifiesto una máxima de la crónica negra: en ocasiones, los motivos más triviales originan auténticos baños de sangre.

La relación entre el joven Y.A.R., de 23 años, y su padre A.A.R., de 52, se había complicado en los últimos meses. Los dos residían en una casa del número 9 de la calle can Espanya, cerca de la Plaça Major de Palma, y las discusiones eran continuas. El cabeza de familia había sido condenado a dos años de cárcel por tráfico de drogas y a su salida de prisión la convivencia con su hijo, que era el mayor de cinco hermanos, se tensó peligrosamente.

Esa mañana, el joven salió a la calle muy alterado y llamó la atención de un operario de Emaya, al que contó que habían matado a su padre. Cuando el Grupo de Homicidios de la Jefatura palmesana se hizo cargo de la investigación encontró el cuerpo del varón con decenas de heridas incisas y contusiones, y les llamó la atención un profundo corte en el abdomen.

Su versión hacía aguas por todos lados. Primero contó que dos desconocidos habían intentado robarle y que su padre se había resistido, por lo que durante el forcejeo había sido apuñalado de forma reiterada.

Sin embargo, su versión no se sostenía. Tenía heridas en las manos y todo apuntaba a que había sido él el asesino, así que los policías procedieron a su detención y lo trasladaron a las dependencias policiales, donde acabó derrumbándose. Reconoció que esa madrugada había discutido de forma acalorada con su padre, que le recriminaba el desorden que había en su cuarto.

Él, que sufría una fuerte dependencia de las sustancias estupefacientes, salió a la calle y se drogó, pero a la vuelta su padre, supuestamente, le golpeó y lo amenazó y él perdió los nervios, blandió un cuchillo y lo apuñaló. El joven ingresó en prisión y dos años después el fiscal pidió 24 años de cárcel para él, por un delito de asesinato.

La defensa del acusado, representada por el letrado Jaime Bueno, en cambio, pedía para él la libre absolución, al considerar que había actuado bajo los efectos de las drogas. Durante el juicio con jurado popular celebrado en la Audiencia de Palma los forenses relataron que el progenitor había sido atacado en un cuarto y que la primera puñalada la había recibido cuando estaba sentado.

Después, fue perseguido por distintas estancias del piso y cayó abatido en la sala, con cuchilladas en el cuello, corazón, pulmón, espalda, brazos y piernas. Fue, según los investigadores, una auténtica carnicería. Después del ataque atroz, Y.A.R. se dio una ducha, ya que estaba cubierto de sangre y quería hacer desaparecer aquellas evidencias.

El joven convenció al jurado de que no había actuado de forma premeditada y finalmente los miembros emitieron un veredicto de culpabilidad, pero por homicidio, no por asesinato. La condena fue de ocho años de cárcel, aunque la fiscal Mercedes Carrascón recurrió porque la consideró injustamente baja. En la calle de Can Espanya, 25 años después, los vecinos todavía recuerdan la madrugada en que Ahmed fue cosido a puñaladas por su hijo.