Con fuego que purificaba almas y humo que cegaba los ojos comenzó una velada un tanto incómoda por la lluvia incesante. Ocho plazas temáticas disgregadas por diferentes puntos de la ciudad acogían a un puñado de artistas que componían el elenco de una noche de fiesta en honor a Sant Sebastià, patrón de Palma.
Aún con los pies mojados, las manos ocupadas con bebida, comida y paraguas, los ojos cerrados para que el paraguas vecino no los dañara y sin poder lucir tacón ni minifalda, las féminas bailaban felices al son de sevillanas y rumbas, música pop o rockera y temas del folk autóctono mientras con una mano aguantaban el paraguas, con la otra preparaban viandas y con la cabeza pensaban cómo hacer para disfrutar de esos foguerons a los que las inclemencias del tiempo parecían querer deslucir.
Familias enteras, con niños y acompañados de las abuelas, no se separaban de las barbacoas que el Ajuntament de Palma había puesto a su disposición por aquello de darse calorcillo en las manos y hacer de la torrada, más que cena, resopón.
Gentes de todas las edades ocuparon las plazas donde se ofrecía música festiva y recorrían calles céntricas en una noche en la que Palma es como el Born de antaño, donde se paseaba para encontrarse con amigos, conocidos y entablar nuevas amistades.
La lluvia daba motivos para sonreír a la mayoría de palmesanos dispuestos a pasarlo bien, ora bailando sobre un charco, ora arrebujándose en grupo bajo un paraguas. La noche fue ruidosa, de armonías que vibraban en el asfalto de unas calles iluminadas de Navidad, pasado ya Sant Antoni. La propuesta musical de la noche era lo de menos. Divertirse, lo más.
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