Rosa Maria Colom | M. À. Cañellas

TW

El mundo onírico de Rosa Maria Colom deslumbra. Realidad y leyenda se entremezclan, se confunden. Tan sólo el cura que bautizaba en la iglesia de Sant Bartomeu puede decirnos si quien era de carne y hueso era "en Rom de ses cabres" o "es Negret de sa Coma".
Como en el carro del trapero, en el sueño de Colom cabe todo: la radio, los zapatos blancos que siguen o persiguen a la amante, el asesino que degüella a su padre, la mujer bigotuda, las aguas de los pozos más profundos. Sóller ha sido encrucijada de muchas culturas. En todo este pasado que Colom evoca están presentes el mundo cálido de García Márquez, los cuentos orientales, las rondalles. A ella le seduce la acción que no conduce a nada concreto, el desenlace imprevisto o absurdo. Y tiene un ejemplo a mano. Una rondalla que se lee en apenas un minuto: "S'al·lot d'es barretino".
La prosa de Rosa Maria Colom apunta a lo insólito. Atiendan: el tren de Sóller. En un vagón viajan una novia "amb cara de floridura", un director de orquesta con su batuta dirigiendo Dios sabe qué músicos, y un detective inglés con un perfil físico parecido al de Sherlock Holmes. Entre los tres y el tren pasan cosas, puede que inexplicables. La narración -"L'exprés de les 16'30"- forma parte de "La mort de l'escriptor", un libro de imaginación desbordante que será editado por Editorial Moll y puesto a la venta antes de Navidad.

No cabe en sí de gozo, pero procura contenerse. Se muestra celosa de sus emociones y de su privacidad. No obstante, es de trato cordial, cortés. Rosa Maria Colom (Sóller, 1937) estudió magisterio (UIB, 1988) y es escritora. Con "La mort de l'escriptor" acaba de ganar el Premi Mallorca, uno de los mejor retribuidos económicamente de las letras catalanas.
Nos vemos de buena mañana. Viste de blanco impoluto. Le pregunto de qué ha desayunado. Me responde:
Rosa Colom.- De cuatro crackers, algo de queso tierno, un melocotón y té verde. Procuro darme una alimentación equilibrada.
Llorenç Capellà.- ¿Es equilibrada en todo?
R.C.- Quiero serlo, aunque no siempre lo consigo. Soy de carácter entusiasta, positivo. Y todo ello me acerca al equilibrio y a la ponderación. Practico la humildad como autocrítica.
L.C.- ¿En qué sentido?
R.C.- Tiendo a pensar que los otros saben más que yo. Y, mire, seguro que cualquier persona me supera en uno o varios aspectos.
Yo soy como una esponja. Quiero decir que absorbo todo aquello que me provoca interés, de ahí mi personalidad plural. A veces me han echado en cara que cambio de opinión frecuentemente.
L.C.- ¿Y es cierto?
R.C.- En cuestiones anecdóticas, tal vez. Pero los valores éticos que han dado sentido a mi vida son inamovibles.
L.C.- Le digo algo que me impactó. Jeanne Marqués, una republicana condenada a muerte, contaba, en "Memòria i Oblit", que las instructoras de Can Sales les enseñaban, a las presas, los Mandamientos, con el quinto modificado.
R.C.- ¿Cómo quedaba ?
L.C.- No matarás, sin el permiso de la autoridad competente.
R.C.- ¡Qué barbaridad! Una de las consecuencias de la guerra civil fue la institucionalización, a todos los niveles, de la hipocresía. Mi madre se había educado en Francia, en una escuela laica. Pues bien, aún así, no pudo sustraerse a la podredumbre moral de la posguerra. Se reprimía y nos reprimía, a los suyos, por temor a los demás. Cuidado con hacer esto por el qué dirán, cuidado con lo otro porque está mal visto Probablemente, debido a sus advertencias constantes, yo soy rebelde y mis libros transgresores.
L.C.- ¿También lo es, transgresora, en la vida real?
R.C.- Tengo suficiente con serlo delante del ordenador. Pero lo soy sin manías, sin limitaciones. De niña sufrí lo indecible pensando en el diablo, en el infierno, en la muerte En mi mundo infantil, en Sóller, los mitos se confundían con la realidad.
Le pongo un ejemplo.
L.C.- Vale.
R.C.- Según la leyenda, na Maria Enganxa es una mujer que habita en las aguas y atrapa a los niños que se asoman a pozos y cisternas.
Pues bien, na Maria Enganxa también era la culpable de que al llegar la noche no se encendieran las farolas de la calle o de que desaparecieran mis muñecas del armario.
L.C.- ¿Me está diciendo que ella se las llevaba ?
R.C.- Lo imaginaba. Porque, en realidad, quien me las escondía era la abuela si había cometido alguna travesura. También sabíamos que el mar había devuelto a la playa el cadáver de Benet Esteve porque no lo quería en sus entrañas.
L.C.- ¿Por su maldad ?
R.C.- Claro. Benet fue un agermanat, ejecutado por los soldados del Rey. Y un hombre así, antisocial y revolucionario, formaba parte de nuestra vida cotidiana. Podía esconderme las muñecas o venir a por mí durante la noche.
L.C.- ¿Proviene, usted, de familia rica?
R.C.- Qué va. La abuela materna, con siete años, recogía aceituna. Luego, al casarse, emigró a Francia. Mi madre nació allí. Estuvieron en Nancy, en Grenoble Regentaron un restaurant, "Le jardin d'Espagne". En cuanto a mi padre, emigró a Berlín.
L.C.- ¿Con el negocio de las naranjas?
R.C.- Con las naranjas, sí. En casa hablábamos mallorquín y francés. Cuando mi madre conversaba con las monjas del colegio me avergonzaba, porque apenas sabía expresarse en castellano ¿Le cuento más historias de mi niñez ?
L.C.- Sí.
R.C.- La madre de Miquel Ballester, el físico, era criolla. Y contaba, con la mayor naturalidad del mundo, que la seguían o perseguían los zapatos blancos de su marido ya fallecido. A los niños nos fascinaba, aquella historia. Y nos pegábamos a los barrotes de su jardín por ver si veíamos pasar los zapatos blancos.
L.C.- ¿Si los llegan a ver ?
R.C.- No sé cómo hubiéramos reaccionado. Pero realidad y fantasía formaban parte de un mismo paisaje. Y los ejercicios espirituales no quedaban al margen. ¿Fue, usted, a los ejercicios espirituales ?
L.C.- No.
R.C.- Era horrible. Qué malicia. Un cura miró la hora en su reloj de pulsera y nos dijo: "Se me acaba de parar el reloj". Y después de una pausa, añadió: "La última vez que se me paró, un niño de vuestra edad que estaba con otros niños, igualmente de tertulia conmigo, murió de repente". Y concluía: "Lo mismo os puede pasar a cualquiera de vosotros". Era terrorífico.
L.C.- Prefiero que me hable de los zapatos blancos
R.C.- Había mil historias parecidas. En casa teníamos un olivar y, para ir, teníamos que pasar por delante de la cueva que habitaba "el Negret de sa Coma".
L.C.- ¿Quién era?
R.C.- ¿Y usted cree que yo lo sé ? No lo vi nunca. Pero el Negret estaba en nuestras vidas. "He vist el Negret de sa Coma i m'ha dit que has d'ésser bona nina", me decía mi padre. Y cosas así. ¡Era un personaje irreal! En cambio, "en Rom de ses cabres", en Toni Rom, era un pastor con largas barbas y una guitarra que vivía en la marginalidad. ¿Quién era más real "el Negret de sa Coma" o "en Rom de ses cabres" ? ¡No lo sé! También estaba na Juanita Serrellera. Era bigotuda y se divertía asustando a los niños. Lo que le he dicho: mito y realidad siempre juntos. Mito y realidad

Vivíamos en las afueras de Sóller y los huertos no estaban cerrados ni separados por paredes ”

L.C.-
R.C.- Añoro la infancia como si se tratara de un paraíso perdido.
Vivíamos en las afueras de Sóller y los huertos no estaban cerrados ni separados por paredes. Me fascinaban las albercas. El agua de los torrentes, de los estanques o de las norias, es mucho más sugerente que el mar.
L.C.- Los pozos de las norias son muy profundos.
R.C.- Y disparan la imaginación. Siempre realidad y mito entremezclándose En Can Gomila, cerca de la Font de l'Olla, el hijo asesinó al padre. Lo ayudó su amante. Y la madre los encubrió a ambos. Colgaron al pobre hombre y le degollaron. Recuerdo una canción, con la música de Raskayú: "Sombres d'en Gomila/ passes d'en Pendola,/ tu feres es crimen/ de la Font de s'Olla".
L.C.- ¿Cuál fue el móvil?
R.C.- Probablemente no aprobaba las relaciones homosexuales de su hijo y la tirantez entre ambos derivó en odio. Y conste que el hijo era muy beato, participaba en la Adoración Nocturna Años después le vi por Palma. Había abierto una zapatería en la calle del Sindicat.
L.C.- El miedo ¿es fuente de inspiración literaria?
R.C.- Siempre. Y, además, inagotable. Mi mayor miedo ha sido a la muerte, pero se me disipó cuando murió una de mis hijas, con ocho años. Fue en el setenta y seis. Estuve a punto de morirme, también yo, de tristeza. Pero con la ayuda de mi marido saqué fuerzas de flaqueza. Me matriculé en magisterio. Supe que los libros me ayudarían a superar mi postración, mi desánimo.
L.C.- ¿Me da una razón?
R.C.- Los veneraba. De pequeña me acostumbré a ver libros en casa, porque la abuela leía uno tras otro. Se afilió al "Foment de Cultura de la Dona" y mi madre y yo íbamos, cada semana, a cambiarle el que la semana anterior habíamos cogido de prestado. Recuerdo que había una pequeña biblioteca infantil y doña Rosita, la bibliotecaria, me animó a leer "Alicia en el país de las maravillas". ¡Me cambió la vida! Si le digo que lo he leído cincuenta veces, es poco.
L.C.- Conectaba con su mundo de sueño y realidad.
R.C.- Sí, sí La tía Paula, una vecina de Fornalutx, nos contaba rondalles a todos los niños del entorno. Y la abuela también.
Aunque ella, la abuela, intercalaba historias reales. Narraba historias de la Guerra Civil, de cuando los hombres entraban en las casas y se llevaban a otros hombres. O la tragedia del boticario Serra, condenado a muerte por republicano, que obtuvo permiso carcelario para visitar, en el cementerio, a su hija fallecida. ¡Nos daba una pena ! Era una historia de romance ¿se da cuenta ? También me entristecía la radio.
L.C.- Seguro que este mundo se le desvaneció, aunque fuera temporalmente, en la adolescencia.
R.C.- Coincidió con el cambio de casa. Dejamos de vivir en las afueras y todo se volvió más real. Será, como usted dice, que ya era adolescente.
L.C.- ¿Cómo conoció a quien sería su marido?
R.C.- En el tren. ¡Qué suerte la mía! Nos complementamos en todo hasta el punto que parecía imposible que pudiéramos vivir el uno sin el otro. Y ahí me tiene, el pasado mes de enero enviudé Pero me callo. No soy quejica.
L.C.- Lo supongo.
R.C.- Él me animó a estudiar. A finales de los cuarenta solo cursaban estudios de bachillerato cuatro privilegiadas. Yo me matriculé de primer curso, pero mi madre montó en cólera. Hizo que yo misma fuera al colegio para darme de baja.
L.C.- Ustedes procedían de la inmigración, seguro que tenían ahorros.
R.C.- Cuando "es Crèdit" quebró, en el treinta y cuatro, la abuela perdió su pequeña fortuna. Aquello fue una tragedia. Mi padre era industrial ¿Lo asocia a riqueza ?
L.C.- Sí.
R.C.- Pues, ¡imagínese!, tenía un taller de baldosas y casi nadie embaldosaba.
L.C.- Entiendo.
R.C.- Una de las monjas escolapias, sor Isabel Estarellas, hermana de Guillem Estarellas, el fundador del CIDE
L.C.- Sí.
R.C.- Trató de convencer a mi madre para que me permitiera estudiar, pero ella sólo quería que aprendiera contabilidad para que llevara las cuentas de las baldosas. Aún no sé por qué se empecinó en apartarme del colegio
L.C.- Atribúyalo a las costumbres de la época.
R.C.- Pues de nada sirvieron, porque acabé magisterio. ¿Y sabe cuál fue mi Talón de Aquiles ? Se lo digo: la lengua catalana.
L.C.- ¿Cómo pudo ser ?
R.C.- Yo lo atribuyo a un lío mental de mil demonios. ¡Si yo ya era cincuentona ! Tenga en cuenta que llevaba toda una vida hablando una lengua, la catalana, que no sabía escribir, y escribiendo otra, la castellana, que no sabía hablar. ¡Ya me dirá!
L.C.- Quién me lo ha de decir es usted.
R.C.- ¿Qué he de decirle ?
L.C.- ¿Cómo resolvió la situación?
R.C.- Con esfuerzo y sufrimiento. Y con los consejos de un gran pedagogo, Biel Majoral. Él me hizo superar los complejos. Y me presentó a Catalina Janer, una profesora que me descubrió como escritora. Otra profesora, Magdalena Serra, me animó a que presentara mi primer trabajo a un concurso literario.
L.C.- ¿Y lo ganó?
R.C.- Lo gané. Fue en el noventa y uno. Desde entonces he escrito infinidad de libros.
L.C.- Hasta llegar a "La mort de l'escriptor", Premi Mallorca.
R.C.- Quise dedicárselo públicamente a mi marido. ¿Hice bien ?
L.C.- Claro.
R.C.- ¡Le quise tanto! En los últimos años, que ya estaba un poco malo, escribía junto a él y le leía poesía o cosas de Pla o de Espinàs.
L.C.- El día se acorta ¿le agrada?
R.C.- Mucho. Pero no soy nostálgica. Cuando oscurece escribo y leo. Quiero leer a Joyce, a Tolstoi A todos los grandes escritores que aún no conozco.
L.C.- ¿A qué hora se acuesta?
R.C.- A medianoche. Apenas miro televisión. Pero no puedo dormirme sin antes haber hecho el sudoku, algo dificilillo, y el jeroglífico, de Ultima Hora. Es un vicio nada costoso. Puedo permitírmelo.