Pere Janer, antiguo cantante de la Fosca, vuelve con el disco 'Guapo'. | Teresa Ayuga
Su mirada refleja curiosidad y hedonismo. Es sincero, entrañable. Pere Janer (Palma) se licenció en Filología catalana (UIB, 1995) y puso voz a La Fosca, un grupo musical de los noventa. Hará una década aproximadamente que renunció a las actuaciones en público. Ahora acaba de reaparecer con nuevo disco: Guapo.
A finales de abril, Pere Janer actuó en Palma, presentando en la Sala Petita del Teatre Principal su nuevo trabajo. El propio Pere Janer es el autor de las canciones, aunque los arreglos han sido responsabilidad de Jaume Manresa, el teclista de Antònia Font. En círculos minoritarios se habla muy bien de Janer. Le falta romper, dicen unos. Es un escritor en potencia, afirman otros. Lo cierto es que procede de un largo silencio y ahora necesita consolidarse en su nueva imagen, la de solista. Sin embargo, no es un advenedizo. Sus comienzos se remontan a la década de los noventa, con La Fosca, un grupo que se disolvió en 1993, dejándonos tres discos (La carn humida, Eeèxode y Domini Fosc). En La Fosca, actuaban, entre otros, Joaquim Domènech, que luego se incorporó a Cap·pela; Tomeu Janer, el hermano de Pere, que pasó a Fora des Sembrat; y Joan Miquel Oliver, actual letrista de Antònia Font y autor de una novela que se convirtió en best-seller: El misteri de l'amor (Editorial Empúries, 2008). Pere Janer, por su parte, al desaparecer La Fosca cambió totalmente de registro y entró a formar parte de la Coral Universitària de les Illes Balears. Guapo sale a la venta con el sello de Sa morterada records, y Pere Janer ya ha realizado tres conciertos de presentación. Le acompañan Jaume Manresa en el teclado y Joan Roca con el contrabajo.
Hablamos a media mañana. Puestos a preguntar, le pregunto de qué ha desayunado. Me responde:
Pere Janer.- A eso de las diez me he tomado un yogur. Y poco después, algunas galletas. ¿Por qué lo pregunta...?
Llorenç Capellà.- Porque desborda energía.
P.J.- Soy muy activo. Y la ilusión por hacer cosas me trasmite fortaleza. ¿No le parece a usted que vivir es algo maravilloso...?
L.C.- A ratos, sí.
P.J.- Para mí, siempre. Aunque las cosas me vengan mal dadas. Además, este amor por la vida hace que todo me atraiga. ¡Cualquier pequeñez me emociona...!
L.C.- Unas más que las otras, seguro.
P.J.- Por supuesto. Pero procuro que mi vida sea una fiesta y que la fiesta no decaiga.
L.C.- Deme la fórmula para que yo pueda apuntarme.
P.J.- ¿A la fiesta...?
L.C.- Claro.
P.J.- No hay fórmula mágica. Va con el carácter de cada uno. Las ganas de vivir y la alegría se llevan dentro.
L.C.- Entiendo.
P.J.- La vida es invención constante. Y es ilusión y deseo. Aunque el deseo, si no es correspondido, puede hacernos sufrir enormemente. Pero, bueno, tampoco se trata de dejar una rendija para que se cuele el pesimismo. Si no deseáramos fervientemente, aunque sea sin esperanza de ser correspondidos, no habría paraísos perdidos.
L.C.- Volvamos a lo de que la vida es invención. ¿Se inventa a usted mismo?
P.J.- Naturalmente. Y lo hago para gustarme. El aburrimiento nos pudre. Yo procuro hacer cosas diferentes, trabar nuevas amistades...
L.C.- Ha estado diez años sin pisar un escenario.
P.J.- Y volver, al cabo de tanto tiempo, supone algo así como un triple salto mortal. En realidad, he vuelto porque tengo unas canciones y unas experiencias que compartir. Pero hubiera podido pasar que mis versos no interesaran.
L.C.- ¿Cuál es el hilo conductor que relaciona entre sí las canciones de Guapo?
“La vida es invención constante”
P.J.- El amor. Y me estoy refiriendo a un amor difícil, absolutamente devastador. Hablo de un estado anímico comparable a un paisaje de tempestades y grises en el que, de repente, sale el sol. En todas mis canciones hay siempre un estimulo positivo.
L.C.- ¿Le ha tratado bien la vida...?
P.J.- Más que bien, muy bien. Tanto es así, que si me quejara sería un irresponsable. No ha muerto ninguna de las personas a las que quiero y que me han visto crecer. Y puestos a no sufrir, ni sé lo que es un dolor de muelas.
L.C.- Digo: alguien le habrá roto el corazón.
P.J.- Claro que sí. Pero después de los primeros días en que el despecho te puede, te das cuenta de que si superas la prueba eres una persona más madura, más centrada. No me acuse de cínico ni de snob por lo que pienso decirle.
L.C.- ¿Y qué piensa decirme...?
P.J.- Que de los fracasos también se aprende. Se trata de positivarlos.
L.C.- ¿Ha oído a su padre, Gabriel Janer Manila, afirmar que la novela surge de las situaciones de crisis?
P.J.- Nunca.
L.C.- ¿Ni nada parecido?
P.J.- Tampoco.
L.C.- ¿En qué afecta o modifica su trabajo creativo el hecho de que tanto su padre como una de sus hermanas, Maria de la Pau, sean novelistas?
P.J.- En nada. Podrían acomplejarme, tal vez. Y no ha sido así. Yo escribo a mi aire, sin ninguna atadura.
L.C.- Pero en las canciones de usted ¿hay algo del mundo literario de ellos?
P.J.- Pienso que no. Aunque los cuatro hermanos hemos crecido en un mismo entorno y, en buena lógica, compartimos una manera aproximada de ver el mundo según la óptica de mi padre. Hemos convivido con los libros, hemos aprendido a quererlos... Me considero un privilegiado. Por la familia, lo digo.
L.C.- ¿Se vive mejor de día o de noche?
P.J.- Iba a decirle siempre que se esté despierto, pero lo cierto es que duermo a pierna suelta y, durmiendo, también soy feliz. ¿El día o la noche...? Lo paso tan bien de día como de noche. De todas formas, la noche es más sugerente que el día. Más mágica, más misteriosa... ¡Cuántas veces la madrugada me sorprende conversando!
L.C.- El misterio...
P.J.- Está en la noche y en infinidad de aspectos de nuestra personalidad. Porque nosotros tenemos una parte que es noche... No sabría definírselo, es una sensación atrayente. En la niñez ya me fascinaba el misterio de las personas: de las conversaciones, de las miradas... El misterio o la parte oscura del espíritu es lo que nos hace diferentes a los unos de los otros.
L.C.- ¿A quién ha levantado la mano?
P.J.- A nadie. No soy nada agresivo. Me compré un saco de boxeo y aún está por estrenar.
L.C.- ¿Y a qué espera?
P.J.- No le propinaré ni un golpe. Fue una compra equivocada.
L.C.- ¿Usted hace deporte...?
P.J.- Practico el tenis. Y quisiera jugar a polo. Me gusta moverme, esforzarme. No me molesta el sudor, reniego del frío. Aunque hay días de lluvia mágicos, cuando el cielo se torna plateado... Conozco gente que al llegar el otoño se deprime. Yo no.
L.C.- ¿Qué influye negativamente en su estado de ánimo?
P.J.- Las pesadillas. O una mala noticia. Los problemas familiares, por ejemplo, me paralizan. No puedo componer si sé que alguna persona querida lo pasa mal por lo que sea.
L.C.- Ya que lo ha mencionado ¿cuándo compone?
P.J.- No tengo un horario de trabajo preestablecido. Vivo intensamente y de ahí extraigo experiencias para componer. Y cuando me pongo a trabajar, me ayudo de una guitarra y de un ordenador. Hay canciones que me llevan poco tiempo. Y otras, un mes. Cuando un verso o una melodía se me resisten ¡no le digo...! Me obsesiono.
L.C.- ¿Y cómo las supera, las obsesiones...?
“Ahondando en la inquietud que me muerde. Sin estimulantes, ni tabaco, ni alcohol”
P.J.- Trabajando. Ahondando en la inquietud que me muerde. Sin estimulantes, ni tabaco, ni alcohol. Y conste que el vino tinto me enamora. Pero bebo con tiento. ¿Que un sábado noche me tomo dos gintonics...? Pues sí. Aunque no los necesito para ser feliz. La sonrisa me brota de dentro.
L.C.- Hablemos de sus canciones...
P.J.- He oído decir que el amor es cursi, lo que me parece absurdo. Estoy convencido de que nos da fuerzas para vivir. ¿Qué haríamos sin amor...? Yo canto al amor. Y lo canto en todas sus acepciones.
L.C.- El odio...
P.J.- No me interesa. ¿Para qué vamos a perder el tiempo con sentimientos que nos disminuyen? Si uno odia, que eche el odio al mar. Es el mejor consejo que puedo darle. Porque el odio acaba volviéndose contra uno mismo. Es como un puñal que te apunta al corazón y te roza la piel...
L.C.- Aún así ¿ha odiado?
P.J.- No. He sufrido decepciones, porque hay personas que han ido a por mí. A lo sumo he llorado. Y me he alejado de quien me quiere mal. Más que por cobardía, por inteligencia.
L.C.- El llanto...
P.J.- Libera. Pero no lloro fácilmente. La carcajada también es liberadora. Y prefiero reír: reírme de mí o de quien sea a mandíbula batiente.
L.C.- ¿Por qué publica Guapo?
P.J.- La vida nos da oportunidades continuamente. Una, dos, tres... ¡muchísimas! Digamos que el disco ha sido el resultado de una oportunidad que no he dejado pasar.
L.C.- Explíquemela.
P.J.- Todo surgió a raíz de una conversación con Jaume Manresa, el teclista de Antònia Font. Hablamos de mis canciones y se ofreció para ayudarme en los arreglos. Es una persona muy generosa y un músico colosal. Ha sido decisivo en mi vuelta.
L.C.- ¿Por qué se acabó La Fosca?
P.J.- Por más de una razón. Sin embargo, estaba convencido de que duraría siempre. ¡Ya sé que los proyectos no duran una eternidad...! Pero lo olvidaba adrede. Soy y quiero seguir siendo un ingenuo.
L.C.- Los diez años apartado de su público ¿qué le han aportado?
P.J.- Aplomo. Antes, los éxitos o los fracasos venían de la mano de la inconsciencia. La Fosca nació porque éramos un grupo de amigos a los que no nos gustaba el fútbol y teníamos que llenar las horas de ocio. Bueno, tal vez exagero... Pero grabé el primer disco con diecisiete años. De ahí que aluda a la inmadurez.
L.C.- Vale.
P.J.- En Guapo he dado un salto artístico hacia adelante. El planteamiento musical es más electrónico y más sencillo que en mis primeros trabajos. Y en el aspecto poético también he prescindido casi totalmente de las metáforas. En conjunto, hago unas canciones más simples, más directas, más profundas.
L.C.- Ya ha dado tres conciertos.
P.J.- Y me he sentido como pez en el agua. ¡Es tan fascinante sentir que eres capaz de emocionar al público...! Además, el público, cuando se emociona, me transmite cantidad de energía. Es una gozada. Algo tan indescriptible que se prolonga más allá de la actuación. ¡Las horas que me paso hurgando en los recuerdos...!
L.C.- ¿Es, usted, de estos artistas que necesitan saberse queridos?
P.J.- Sí. Y no me avergüenzo de confesarlo. Además, cuando te sientes muy querido, tú también quieres sin mesura. El amor es compartido: das todo el que recibes. ¡Y alimenta tanto...! Mire, salud y amor. Teniendo ambas cosas todo lo demás no importa. Cualquier contratiempo se soluciona.
L.C.- ¿Hasta dónde llegará Guapo?
P.J.- Quisiera que cada persona llevara el disco en el bolsillo. Pero no me chupo el dedo, sé que es una aspiración imposible. Entonces ¿qué quiero para Guapo...? Respeto. Si hay respeto, incluso las críticas más mordaces me ayudarán a mejorar. Porque ya preparo otro disco.
L.C.-...
P.J.- Incluso he estrenado una de las canciones, La Tela Negra.
L.C.- ¿Con buena aceptación?
P.J.- Magnífica.
L.C.- Rece para que las demás estén en la misma línea.
P.J.- Lo hago. Aunque rezo a mi manera. Incluso cantando, rezo, porque cantar tiene algo de oración.
L.C.- Pienso en Guapo. La belleza ¿siempre es atractiva?
P.J.- ¡No! Puede llegar a ser empalagosa. Además ¿quién dice lo que es bello y lo que no lo es...? ¿El canon...? ¿Qué canon...? Acostumbro a rebotarme contra la belleza indiscutible. ¿Que esta cara es perfecta...? Pues no me gusta.
L.C.- ¿Por espíritu de contradicción?
P.J.- Qué va. Más bien de libertad. Los oráculos de la moda, por ejemplo, son insoportables. Que si la talla, que si el peso...
L.C.- Usted se halla por debajo del peso y, además, hace deporte.
P.J.- Pero me gusta comer. Y si es posible, carne. Mire, ya tenemos otro canon: los progres se alimentan de verduras. Y a mí, deme un buen filete.
L.C.- ¿Por qué no...?
P.J.- Eso. ¿Por qué no, si lo prefiero a la ensalada...?
L.C.- ¿Qué pasa cuando se tumba usted en la cama?
P.J.- Que me quedo roque. Y sin despertador, dormiría una vida entera. Así que me meto bajo la ducha con los ojos cerrados. Al cabo de nada todo mejora. Ya se lo he dicho: es cuando tomo el yogur y mis galletas, etcétera, etcétera
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