Le ha costado retener las lágrimas en los ensayos. Pero ha conseguido implicar a cinco jóvenes -dos actrices y tres actores- en la epopeya de un pueblo, Manacor (1890-1936), simbolizada en la figura de Antoni Amer, el último alcalde republicano. Joan Gomila (Manacor, 1962) se licenció en Geografía (UIB, 1992), pero su vida profesional se ha centrado en el teatro. Es el autor y director de "La història robada", un montaje basado en el libro del mismo título del historiador Antoni Tugores. La Junta de Andalucía pagará mil ochocientos euros a las republicanas que fueron vejadas por el franquismo. No es mucho, pero el total puede sumar infinidad de ceros si tenemos en cuenta las arengas de Queipo de Llano, a través de Unión Radio Sevilla, animando a moros, legionarios y falangistas a violar a las mujeres de izquierdas. Sin embargo, pese a la evidencia, los portavoces de la extrema derecha no han tardado en mostrar su indignación por lo que consideran algo así como una alcaldada. No se puede caer más bajo. Pero no nos engañemos. La bajeza moral de quienes arguyen que las milicianas fueron reclutadas en los burdeles o que el gran número de mujeres fusiladas en Barcelona, no fueron víctimas del franquismo, sino de un Durruti que corría a balazos a las prostitutas, va más allá de la pataleta ideológica. Pretenden continuar custodiando la memoria bajo llave. Joan Gomila, como antes lo hiciera Antoni Tugores, les ha robado la llave. No a los retrógrados andaluces o madrileños, sino a los mallorquines que se apuntan a la sinrazón. Tanto da. Quienes en Manacor asesinaron a las enfermeras de la Cruz Roja del ejército republicano, también alegaron que eran prostitutas. Setenta años después, el lenguaje es el mismo. En cualquier caso, la recuperación de la memoria colectiva se abre paso entre silencios que pesan como losas. "La historia robada" es prueba de ello. La avalan diez minutos de aplausos en su estreno. Para Antoni Amer. Para las víctimas del fascismo. Y para Tomeu Amer, Rosa Forteza, Salvador Miralles, Toni Lluís Reyes y Francesca Vadell, que han dado vida y corazón al pasado.
Le pregunto qué historia le ha sido robada. Me responde: Joan Gomila.- La de la República. De niño no supe nada del pasado republicano ni de la guerra. En los años de juventud, en cambio, tuve la suerte de relacionarme con escritores como Bartomeu Matamalas o Bernat Nadal que me despertaron la curiosidad por todo aquello. Con uno de ellos, con Nadal, hice mi primera entrevista sobre la represión para el "7 Setmanari".
Llorenç Capellà.- ¿A quién entrevistaron?
J.G.- A un hermano de mi padre, Ramon Gomila, que se había pasado media vida callado. A otro hermano, Joan, lo asesinaron en Son Coletes. Era campesino, un hombre bueno. Ésta es la historia que me robaron a mí, la que nos han robado a todos.
L.C.- Se le nota la rabia.
J.G.- Usted dirá. Pertenezco a una generación que creció sin ninguna referencia del pasado. Ni buena ni mala, ninguna. Recuerdo un Manacor divertido y, a la vez, gris. Esta es mi visión de la infancia. Manacor era divertido, al menos para los niños, porque teníamos todas las calles para jugar.
L.C.- ¿Y gris...?
J.G.- No sabría definírselo. Pero percibía un halo de decadencia o de dolor.
L.C.- Vamos a ver, la suya no es una historia robada, sino una historia equivocada.
J.G.- No le entiendo...
L.C.- Se licenció en geografía y se dedicó a otra cosa.
J.G.- Es cierto. Y admito que ya no sabría hacer una evolución de impacto ambiental. Pero si todos los caminos conducen a Roma, todo lo que hace uno en esta vida se orienta hacia un mismo fin. Cuando estudiaba, estaba interesadísimo por el plan de ordenación urbanística de Manacor. ¿Y sabe por qué...? Pues porque soñaba en un Manacor mejor. Y ahora sigo soñando en lo mismo, aunque sea desde otra óptica, la del teatro.
L.C.- También abandonó la política activa.
J.G.- Así es. Fui concejal por el PSM porque creía, y continúo creyendo, que nos debemos a la sociedad. Pese a ello, me sentí desplazado en mi escaño. No podía evitarlo, me aburría en los plenos. Me hablaban de números y tenía la cabeza ocupada en otras cosas.
L.C.- ¿En la dramaturgia?
J.G.- Posiblemente. Tengo del teatro una visión muy artesanal. Me atrae todo. He sido actor, director, productor...
L.C.- Ser productor es casi una locura.
J.G.- Si no tienes sentido común, una locura completa. Pero yo procuro ser realista. Y sé hasta donde da el presupuesto. La Fornal, mi compañía, hace coproducciones con Menorca, a través de Pitus Fernández, y con el País Valencià, a través de Dramaturgia 2000. Entre todos intentaremos hacer una política teatral conjunta, de Països Catalans. Este es el camino: trabajamos desde un territorio concreto para llegar al conjunto del país.
L.C.- El Teatre Principal ¿no cumple su función de generador y promotor de espectáculos?
J.G.- De momento, no. La cumplió cuando lo dirigía Pere Noguera y Damià Pons era Conseller de Cultura. Luego, no. El Principal tiene el problema de que conjuga dramaturgia y lírica. Y además debemos reconocer que los montajes propios no han tenido excesivo éxito en taquilla, excepto "Mort de Dama" y "La Dida". Aún así, tenemos que mantenerle el crédito, al Principal, porque está llamado a ser el buque insignia de nuestro teatro.
L.C.- Llevamos treinta años esperando que lo sea.
J.G.- Es cierto. Pero la realidad escuece. No hay dinero público para el teatro. Por otra parte, la red de teatros municipales no cumple exactamente sus funciones, porque los locales sirven para todo. Para celebrar las asambleas del club de fútbol local, por ejemplo. Nuestra vida cultural es tan pobre que, a veces, nos cuesta imaginarnos que estamos en Europa.
L.C.- La Fornal ha estrenado "La historia robada" en Petra.
J.G.- Con una gran acogida por parte del público, como lo certifican los diez minutos de aplausos con que premió la caída del telón. Aunque los que trabajamos en la puesta en escena no nos atribuimos todo el mérito. Sabemos que una parte de aquellos aplausos eran en homenaje a los republicanos. A los que murieron por la libertad y a los que sufrieron la Dictadura.
L.C.- ¿Con "La historia robada" ha zanjado, usted, una deuda personal con su ciudad?
J.G.- No lo he pretendido. Tenga en cuenta que mi relación con Manacor ha sido intensa, pues he trabajado con textos de Guillem d'Efak, de Guillem Vidal, de Miquel Àngel Riera... Ocurrió, sencillamente, que la biografía de Antoni Amer me cautivó. Tanto es así que ya en 2007 intenté convertirla en texto dramático. No di con el tono adecuado y desistí. El texto actual es el resultado de cinco o seis versiones, contando siempre con el asesoramiento de Antoni Tugores.
L.C.-...
J.G.- Uno de los problemas cuya resolución me obsesionaba era el de conseguir que unos sucesos acaecidos hace un siglo o casi un siglo pudieran ser comprendidos tanto por unos actores muy jóvenes, que ni siquiera habían oído hablar del Frente Popular, como por un público de diferente edad y condición cultural. Por otra parte, no quería caer en localismos, pero no podía prescindir de unos hechos reales, acaecidos en Manacor, y en un periodo muy concreto: el que abarca el final del siglo XIX y el primer tercio del XX. ¿Me explico...?
L.C.- Claro.
J.G.- A mi no me interesaba dar un mensaje puramente historicista, de modo que el texto puede interpretarse desde el presente. Vamos a ver: yo pienso que nuestra sociedad no es tan diferente de la del treinta y seis como para que pensemos que aquellos hechos no puedan repetirse. La República fue derrocada por los poderes fácticos. Y los poderes fácticos de entonces, son los de ahora, los de siempre.
L.C.- El alcalde Amer ¿recoge el legado político y moral de la Primera República?
“Para comprender una época determinada siempre hay que bucear en su inmediato pasado. Y el pasado de Amer tiene sus raíces en el siglo XIXâ€
L.C.- Era el caso de Amer.
J.G.- Y de Andreu Estelrich, que fue teniente de Alcalde en su equipo de gobierno. Por otra parte, coincidiendo con los inicios del siglo XX, se abren en Manacor algunas factorías importantes con capital foráneo. Me refiero a la fábrica de perlas, al matadero de Avellanet, al taller de muebles de Sanmartín... Todo ello generó un potente movimiento de izquierdas entre el obrerismo. Y se dinamizó la cultura. ¡Si en Manacor funcionaban tres teatros...! Pero todo se acabó en el treinta y seis. Me pregunto qué hubiera pasado si la generación de los Amer y Estelrich hubiera continuado gobernando.
L.C.- ¿Y qué se responde?
J.G.- Que posiblemente el Manacor de mi infancia no hubiera sido gris.
L.C.- ¿Ha cambiado impresiones con Dora Amer, la hija del alcalde?
J.G.- No, porque decidí que todas las informaciones del Manacor real me llegaran a través de Antoni Tugores. Tenerle a mi lado ha sido un lujo. Llegué a disponer de tanto material que tuve que hacer una criba, entre otras razones porque no quería que "La historia robada" se convirtiera en un retrato de la realidad. Por encima de cualquier otra cosa, tenían que prevalecer los sentimientos, las sensaciones.
L.C.- En contraposición al personaje de Amer ¿quién encarna a las derechas?
J.G.- Don Jaume, que puede ser un carlista. Y Colau, en Colauet, su criado, que acaba comprándole la finca y convirtiéndose en un auténtico poder fáctico. La represión, en Manacor, partió de algunos payeses que se rebelaban contra la subida de los impuestos sobre la propiedad.
L.C.- ¿Por este motivo asesinaron a Amer?
J.G.- Claro. Y porque a pesar de su muy buena situación económica se apartó de los de su clase. Las derechas le consideraban un traidor. Como a Andreu Estelrich, que era la dignidad personificada. Colau, en Colauet, don Nicolau, les juró odio eterno.
L.C.- Don Jaume representa el carlismo...
J.G.- Y don Nicolau, la Falange. Es un tipo primario, pero calculador. Ha conseguido llevar a Don Jaume, el señor, a la quiebra y se queda con sus tierras. Luego, el 18 de julio, se hace falangista. Es un personaje ficticio que se inspira en criminales con nombre propio, como es Fornaret, en Joan de Son Perot o el capità Jaume.
L.C.- ¿Cómo se las apaña para escenificar la violencia?
J.G.- La única violencia radica en la palabra. He llorado escribiendo los diálogos. Y en los ensayos, aún ahora que ya me sé el texto al dedillo, no puedo evitar emocionarme. ¿Sabe por qué...?
L.C.- Dígamelo.
J.G.- Porque buceamos en un ayer palpitante. ¿Cómo vamos a superar la tragedia del treinta y seis si los nietos de aquel desastre tan sólo hace cuatro días que han tomado conciencia de lo que pasó? Además...
L.C.- ¿Qué?
J.G.- Cualquier persona decente tiene que indignarse. "La historia robada" crece en torno a un icono que es Antoni Amer. Pues bien, al alcalde Amer, además de asesinarlo, quisieron borrarlo de la memoria. Mi padre, que nunca me había hablado del pasado, un mes antes de morir me dijo sin que viniera a cuento: "¿Por qué decían que Amer era tan malo si abrió dos escuelas?" Y ya le digo, murió un mes después. Fue como si quisiera sacarse aquella pregunta del alma.
L.C.- ¿Qué edad tenía cuando la guerra...?
J.G.- Catorce años. Y con catorce años vio montones de cadáveres. Y aprendió a callar. Y calló hasta que se sintió enfermo y vomitó una pregunta que, en realidad, era un grito de rebeldía. ¡Después de tanto silencio...! A medida que transcurre la obra se agiganta la figura de Magdalena Roig.
L.C.- La esposa de Antoni Amer.
J.G.- Sí. La odiaban porque precisamente custodiaba la memoria. La obra empieza con una lluvia de documentos y acaba con un funcionario recogiendo estos documentos del suelo. Le insisto: lo importante, para los golpistas, era borrar la memoria.
L.C.- ¿Por qué?
J.G.- Porque la memoria es conciencia. Y la conciencia no se limpia como un trapo sucio cualquiera. Le cuento algo que sucedió...
L.C.- Vale.
J.G.- Sucedió a principios de los cuarenta. El capità Jaume Jaume...
L.C.- Que fue uno de los responsables directos de centenares de asesinatos...
J.G.- Sí. Pues el capità Jaume dormitaba en una de las sillas de s'Agrícola balbuceando palabras ininteligibles. Y Sebastià Rubí...
L.C.- El autor de "Ai Quaquín que has vengut de prim".
J.G.- El mismo. Entonces, Sebastià, que era muy irónico, va y le despierta. "Jaume desperta't que parles de dormit", le advirtió. "I què deia...?", preguntó. "Demanaves que et llevassin els morts de damunt", le dijo el otro.
L.C.- ¿Y...?
J.G.- Jaume no hizo ningún comentario. Pero Rubí, al contarlo, acababa diciendo: "Me'n vaig témer que m'havia atrevit massa i esperava que en donar-li l'esquena em clavaria un tret".
L.C.- No lo hizo.
J.G.- Igual iba desarmado. En cualquier caso, esta anécdota sirve para visualizar los sentimientos contrapuestos que han convivido, larvados, durante setenta años.
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Joan Gomila: «Tengo del teatro una visión muy artesanal»
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