Odilia Perén | Pere Bota

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STEI y Ensenyats Solidaris solicitan las ayudas que luego, cuando son concedidas, remiten a la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (Conavigua) para que las distribuyan entre los diferentes proyectos cuya puesta en práctica y finalización será controlada por Odilia Perén. Con poca cosa se levanta el mundo. En "El nostre camí no s'atura" -escrito básicamente a partir de los testimonios y de los informes que aporta Odilia- se relacionan las semillas y las herramientas que se ha entregado a cada una de las comunidades que se han acogido al proyecto. Caja Madrid, por ejemplo, ha proporcionado semillas de rábano, pepino, acelgas y zanahorias. Y el Govern de las Illes Balears, de col lombarda, de cebolla, de tomate, o de frutales, como el manzano, el limonero y el naranjo. En la misma dirección van las ayudas del Fons Mallorquí de Solidaritat i Cooperació, del Fons Menorquí de Cooperació i del Fons Pitiús de Cooperació. Por ejemplo, el Fons Mallorquí envía azadas y rastrillos; el Menorquí, escardillos y regaderas; i el Pitiús, palas y mangueras. Todo ello sirve para devolver la libertad usurpada a las mujeres mayas. Esto y los lápices y cuadernos y la voluntad de maestras y alumnas por levantar un país que las ha maltratado. Sebastiana, de setenta y dos años, es un ejemplo. El ejército le mató a su esposo y a sus hijos. Y lejos de desmoronarse, plantó cara a los asesinos con lo único que no han podido arrebatarle: la dignidad. Actualmente ya sabe leer y escribir.
Ha estado en Palma para presentar "El nostre camí no s'atura", la versión en catalán del libro en que se exponen las inversiones y los logros de la ayuda balear en su país. Me explica:
Odilia Perén.- El libro, a más de informativo, nos sirve para documentar cómo se han aprovechado los aportes que se han concedido a las mujeres que han sido beneficiarias de los proyectos.
Llorenç Capellà.- Su lenguaje me pierde.
O.P.- Le hablo de un proyecto concreto, el titulado "Apoyo a la alfabetización y economía familiar de mujeres mayas".
L.C.- Vale.
O.P.- En el período 2006-2008 se han beneficiado del mismo trescientas treinta y dos mujeres. Tenga en cuenta que Guatemala es uno de los países del mundo con uno de los índices más elevados de analfabetismo. Y si nos centramos en las mujeres mayas, imagínese, el índice se dispara hacia arriba de una manera escandalosa. La población guatemalteca se divide en cuatro etnias dominantes: la mestiza, la maya, la xinca y la garífuna.
L.C.- ¿Y la más pobre es...?
O.P.- La maya, sin duda. ¿Sabe que los mayas hablan veinticuatro lenguas diferentes...? Aunque en Guatemala solo se reconocen cuatro: el k'iché mam, el q'eqchí, el kaqchiquel y el castilla.
L.C.- Y el castilla será el castellano.
O.P.- Sí señor. Y es el idioma oficial del Estado. Se habla mayoritariamente en Ciudad de Guatemala. Pero son los demás los que corren peligro de desaparición.
L.C.- ¿Usted cuál habla?
O.P.- El kaqchiquel. Soy maya y lo aprendí de niña. Y aunque es el idioma común de comunicación con la familia, no lo sé escribir. Ningún profesor me enseñó. ¿Cómo iban a enseñármelo si ellos no lo sabían? Actualmente se observa algún atisbo de buena voluntad por parte del gobierno...
L.C.- ¿En qué sentido?
O.P.- Procuran destinar maestros bilingües a las escuelas de las comunidades mayas.
L.C.- ¿Las comunidades...?
O.P.- Las comunidades son los pueblos.
L.C.- Pero si estos maestros, aunque se expresen en alguno de los idiomas mayas no lo saben escribir...
O.P.- Nos conformamos con que los alumnos lo entiendan. El gran problema que había hasta ahora, y aún continua planteándose en buena parte de las escuelas, es que el profesor habla en castilla y los alumnos no le entienden ni una sola palabra. Así que entran analfabetos y salen igualmente analfabetos.
L.C.- ¿Cómo se las ingenió usted?
O.P.- Sabía un poquito de castellano, porque nuestra casa estaba en el centro del pueblo y, por el centro, pasaba mucha gente de fuera. Mis padres fueron, y continúan siendo, agricultores.
L.C.- ¿Y cultivar el campo es garantía de pan?
O.P.- Si eres propietario de un pequeño terreno, como es el caso de mis padres, puede llegar a serlo.
L.C.- ¿No es seguro...?
O.P.- Depende de lo que trabajes. Ellos trabajan todo el día, sin descanso. ¿Comprende...? Pero, aún así, son unos privilegiados, porque las familias que van a jornal a las fincas trabajan también todo el día para malcomer. Son familias que se ponen a jornal en la recogida del algodón, de la caña, del hule...
L.C.- ¿Qué es el hule?
O.P.- El caucho. Y no puede ni imaginarse lo dañino que es para la salud el líquido que desprende la corteza... Pero mientras jornalean, comen. El señor les prepara un palomar con tablones laterales y techo de chapa de zinc...
L.C.- ¿Un palomar es una choza...?
O.P.- Una nave en la que se cobijan todas las familias, con los hijos... Todos juntos, sin ninguna intimidad. Otro drama: los padres se llevan consigo a los hijos y, los hijos, abandonan el colegio.
L.C.- ¿También trabajan, los hijos...?
O.P.- Claro que sí.
L.C.- ¿A cualquier edad?
O.P.- Por supuesto. Visite usted una plantación y los verá a todos, desde el mayor al más chiquito, recogiendo café.
L.C.- ¿Recogió, usted...?
O.P.- No. Mi padre, antes de verse obligado a trabajar en las fincas, decidió alquilar las pequeñas parcelas de otros que sí se iban. Y las cultivaba todas a la vez. Y luego se iba a vender a las ferias. Vendía maní, panes...
L.C.- La tierra no da panes...
O.P.- Pero el abuelo se los proporcionaba porque tenía una panadería. De todas formas, los panes de Guatemala no son como los de ustedes.
L.C.- ¿Cómo son?
O.P.- De sabor dulce, muy parecidos a los bollos. Allí el pan que ustedes consumen no se conoce. El sustitutivo son las tortitas de maíz.
L.C.- ¿Qué futuro les espera a los niños mayas?
O.P.- Ninguno. No tienen. He ahí el drama. Jornalearán como sus padres. Y si no lo remediamos, también serán como ellos, analfabetos. Las niñas, sobre todo, están condenadas a una vida tristísima. Hay mucho machismo. Y el guión de la mujer maya ya hace infinidad de siglos que está escrito: tener hijos, cocinar y lavar. Luego, si el marido llega a casa borracho, le pega.
L.C.- ¿La guerrilla fracasó...?
O.P.- Fue vencida. Simbolizaba la lucha de los pueblos oprimidos, la reivindicación de la tierra para el que la trabaja... Todo se ahogó en sangre. Entre la población civil ¡hubo tantos desaparecidos...! El Arzobispado de Guatemala, a través de la Comisión de Derechos Humanos, lleva contabilizadas más de ocho mil ejecuciones extrajudiciales. Hubo comunidades que fueron masacradas completamente... Todo, responsabilidad del ejército.
L.C.- ¿Y ahora...?
O.P.- Los soldados ya no patrullan por las calles. Sin embargo, la inseguridad es la misma.
L.C.- ¿Por qué...?
O.P.- Porque mandan los jóvenes de las antiguas Patrullas de Autodefensa Civil. Son bandas armadas de extrema derecha que coartan la libertad de los campesinos. Llega la noche y puedes desaparecer.
L.C.- ¿Se ha sentido amenazada usted...?
O.P.- No. Pero una de mis primas desapareció. La secuestró el ejército. Era maestra... A los quince días apareció cerca de Ciudad de Guatemala, torturada, quemada, muerta... Tendría veintidós o veintitrés años. Se llamaba Carmela.
L.C.- Hábleme de los proyectos de ayuda que desarrollan a partir de la propuesta de la Conavigua.
O.P.- Uno muy ilusionante estriba en enseñar a leer y a escribir a mujeres analfabetas. Para ello hemos contratado personal que, además de expresarse en castellano, lo hace en alguno de los idiomas mayas. Este ha sido el primer acierto. No se les puede decir, a aquellas mujeres, que han de aprender castilla para que puedan entendernos.
L.C.- Aún así no habrá sido fácil convencerlas.
O.P.- Claro que no. Los maridos ponen muchas pegas porque no acaban de entender para qué va a servirles, a sus mujeres, saber leer y escribir. Solo ven los factores negativos: que descuidarán la casa, que trabajarán menos...
L.C.- ¿Les roban muchas horas, las clases?
O.P.- Cuatro, dos veces por semana durante doce meses. Se hacen turnos de mañana y tarde, para adaptarnos a sus necesidades. Y no hay límite de edad. Tenemos alumnas de veinte años y alguna otra que supera los setenta. Como Sebastiana, que tiene setenta y dos. Nos dice que, enseñándole a escribir, le hemos dado la libertad. Y confiesa que en las primeras clases se avergonzaba al coger el lápiz. Pero mujeres como ella son un ejemplo extraordinario para las jóvenes. Tenga en cuenta que nuestros proyectos son integrales: alfabetización, huertos familiares, formación cívica...
L.C.- ¿Huertos familiares...?
O.P.- Les enseñamos a sembrar un pequeño huerto, a velar por sus derechos como persona...
L.C.- Y a todo esto ¿qué cara ponen los caciques?
O.P.- Disimulan. Es cierto que las mujeres se ausentan del trabajo, pero no cobran el jornal... Para compensarlas les proporcionamos una bolsa de alimentos cada dos meses. Es algo así como una beca de estudios.
L.C.- Ya.
O.P.- Contiene azúcar, cereales, pastas, frijoles, jabón, aceite... Todo les sirve porque la pobreza es extrema.
L.C.- En Nicaragua está creciendo la industria turística.
O.P.- Turismo siempre ha habido. No obstante, los beneficios no repercuten en el bien común. Cada día que pasa los ricos son más ricos y, los pobres, continúan siendo igualmente pobres.
L.C.- ¿Y dónde radica la esperanza de los pobres?
O.P.- En la resistencia. Algún día cambiarán las cosas, en Guatemala. Y ello ocurrirá si mantenemos viva la conciencia social, si despertamos el afán por saber. Las mujeres que han pasado por nuestro proyecto están capacitadas para sacar provecho de la tierra. Disponemos de un ingeniero agrónomo que les indica lo que deben sembrar, les proporcionamos semillas... Lo importante es que aprendan a luchar por su libertad.
L.C.- ¿Y dónde siembran las semillas si la tierra no es suya?
O.P.- Normalmente, las viviendas, disponen de un pequeño terreno, de 40x40, y allí siembran su huerto. Y las mujeres que no disponen ni de este espacio, se asocian y toman en arriendo un pedacito de tierra. ¿Se da cuenta...? Comienzan a sobrevivir sin ayuda del terrateniente.
L.C.- La esperanza de vida en los países desarrollados supera los ochenta años.
O.P.- En Ciudad de Guatemala se sitúa en los sesenta. Y en los pueblos maya oscila entre los cuarenta y los cincuenta.
L.C.- ¿Dónde vive usted?
O.P.- En la capital. Realicé los estudios de primaria en el pueblo. Luego estudié magisterio en un colegio de monjas y, después, ya me incorporé a la universidad. Tanto el único hermano varón, como las seis hermanas, tienen estudios universitarios.
L.C.- ¿Sus padres eran ricos...?
O.P.- Algo tenían. Pero, sobre todo, trabajaban a todas horas. Mi madre es analfabeta. Y la obsesión de mi padre era darnos una vida digna. Ambos continúan trabajando. Y yo procuro visitarles siempre que puedo.
L.C.- ¿Qué dicen de sus desvelos sociales?
O.P.- Los comparten. Con cada mujer que aprende a leer y a escribir, la esperanza en un futuro mejor se agranda. Porque con el analfabetismo abandonan el miedo, la sumisión...
L.C.- Cuando le he preguntado por la respuesta de los caciques a su empecinamiento en remover conciencias, no me ha contestado.
O.P.- Nos observan con cautela, pero no se oponen. Al menos abiertamente. Tenga en cuenta que nos respalda la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala, que está formada por las esposas, las madres, las hijas y las hermanas de aquellos que desaparecieron o fueron asesinados por el ejército. Ello le otorga una fuerza moral irrebatible. Tanto sacrificio no pudo haber sido estéril. Queremos levantar el país.
L.C.- Cuando se publique esta entrevista ya estará de vuelta. ¿Qué envidiará, en sus recuerdos, de Mallorca?
O.P.- Las escuelas de primaria. La diferencia con las nuestras es brutal. ¡Si pudiéramos tenerlas...! Pero en Guatemala el ochenta y seis por ciento de los colegios son privados. ¿Le digo cómo son las aulas de los niños mayas...?
L.C.- Me las imagino.
O.P.- Un salón sin escritorios. ¡Eso son...! Y conste que Ciudad de Guatemala está tan modernizada que parece un lugar de Europa. Pero es un espejismo. A cinco kilómetros del centro empiezan las chabolas. Y allí ya se acabó el mundo.