Después de que el Barça viajara (debido a una cacicada de la FEF) en tren y en autocar de Barcelona a Pamplona la misma tarde del partido que iba a jugar contra Osasuna, Pep Guardiola afirmó (en referencia a España) que "som d'un país petit i no hi pintem res". Será por esto que incluso las noticias que nos llegan y que enorgullecerían a cualquier otro pueblo, a nosotros, aunque nos satisfagan, nos ponen en guardia. La Sibil·la ha sido declarada, por la UNESCO, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. O sea, un notición. Al menos a primera vista. No obstante, Biel Majoral ya ha dado la voz de alarma sobre un posible secuestro del canto medieval por parte de los organismos culturales. Y Francesc Vicens comparte su alerta. Ambos reclaman que no se encorsete la Sibil·la. Y que no caigamos en la tentación de convertirla en reclamo turístico en los stands de Ibatur. Mientras la Sibil·la ha sido patrimonio del pueblo, ha sobrevivido entre lobos: a las persecuciones lingüísticas y a los intentos de regionalizar nuestra cultura. Pero ahora que la UNESCO la ha valorado debidamente, corre el peligro de que la cultura oficial pretenda convertirla en flor de invernadero. Francesc Vicens afirma que el homenaje a la Sibil·la tiene que conllevar el homenaje a quienes le han dado vida: desde el público que ha llenado los templos para oírla cantar hasta quienes la han cantado. La cultura popular es cosa de todos. El pueblo le da vida. Y lo que se dice respecto a la Sibil·la es aplicable a otras manifestaciones colectivas como las que se celebran por Sant Antoni. He ahí una glosa que unifica tradición oral y preocupación de presente: "De sa crisi en fan ús/ tant la dreta com l'esquerra;/ juguen a serra mamerra,/ tot ho duen ben confús./ Sa gent no aguantarà pus,/ això pot dur una altra guerra!" La reproduce Francesc Vicens, en "Diguem visca Sant Antoni!".
No es preciso que le recuerde la declaración, por parte de la UNESCO, de la Sibil·la como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Me dice:
Francesc Vicens.- Debemos alegrarnos, porque abandona su condición de fenómeno localista para incorporarse a unas dinámicas culturales de orden global. Y el nombramiento ha generado exposiciones, conferencias, publicaciones de DVD's.... No obstante, en todas las celebraciones, nos estamos olvidando de que el trasmisor de la Sibil·la ha sido el pueblo. Quien la ha cantado, quien la ha trasmitido de generación en generación... Hay un innegable valor identitario en todo ello.
Llorenç Capellà.- ¿La cantó usted?
F.V.- No. Pero la he acompañado muchas veces al órgano. Además, con mi esposa, que ella sí la canta, la hemos llevado a lugares en donde no había costumbre de interpretarla como pueden ser Pina o la parroquia palmesana de la Verge de Lluc.
L.C.- ¿Desde cuándo se canta en Mallorca?
F.V.- Desde la Conquesta. Formaba parte del teatro litúrgico medieval y se la conocía desde Portugal hasta el este de Europa. No sólo se cantaba en Navidad, sino en las fiestas más relevantes.
L.C.- ¿Y desapareció...?
F.V.- A partir del Concilio de Trento, pues en el Concilio se acordó recuperar las iglesias para espacio exclusivo de oración. Y se prohibieron, además de la Sibil·la, los risus pascalis. O sea, las pantomimas teatrales, obscenas o ambiguas, encaminadas a provocar la sonrisa o la carcajada de los fieles. No obstante, en Mallorca, conservamos tres reminiscencias anteriores a Trento: la Sibil·la, el sermó de l'enganalla, que es exclusivo de Llucmajor, y els centurions, que son propios de Son Carrió.
L.C.- Me habla de un concilio del siglo XVI. ¿El canto de la Sibil·la se prohibió inmediatamente?
F.V.- Puede que sí, aunque el punto álgido de las prohibiciones se produjo en el siglo XVII. De todas formas, el último canto de la Sibil·la, en España, tuvo lugar en 1899, en Toledo.
L.C.- En Mallorca también se prohibió.
F.V.- Naturalmente. Creo que la primera prohibición data de 1572. La segunda, de 1666. Sin embargo, las prohibiciones se levantaban porque el pueblo lo exigía. Es uno de estos interrogantes que no se responden fácilmente. Ya me dirá: es un canto apocalíptico... Que, dicho sea de paso, ha sufrido transformaciones importantes, tanto en la letra como en la melodía, porque se iba transmitiendo oralmente, de generación en generación.
L.C.- ¿Se conservan los primeros textos?
F.V.- Algunos. El del convento de la Concepción, por ejemplo, que es del siglo XIV... Pero no se canta. Mire, quien ha cantado tradicionalmente, en Mallorca, ha sido la gente del campo. Y hasta el siglo XIX las canciones del campo han influido directamente en la Sibil·la. Las versiones de Lluc y de la Seu son, desde el punto de vista melódico, las más académicas.
L.C.- ¿Y las más diferentes?
F.V.- Las que se cantan en Campos y Felanitx. La de Campos, en concreto, es la que transmite de una manera más punzante las sensaciones de miedo o de soledad. De todas formas, yo me quedo con una versión extraordinaria: la que registró Alan Lomax en la década de los cuarenta y que publicó Sa Nostra, en CD, hace unos pocos años. La interpreta una mujer de Valldemossa. Y emociona oirla.
L.C.- ¿La Sibil·la ha de ser cantada por hombre o mujer, niño o niña...?
F.V.- Tanto da. El sibil·ler, antiguamente, se aclaraba la voz con frutos secos y vino dulce. En Sant Llorenç aún existe la costumbre de que la madre del sibil·ler o de la sibil·lera le dé a beber una yema de huevo para aclarársela.
L.C.- Y la espada que empuña el sibil·ler o la sibil·lera ¿qué significa?
F.V.- Autoridad. La Sibil·la es un personaje de la mitología greco-romana. En Eritrea era una pitonisa a la que se consultaba cuando se preparaba un conflicto bélico o se presentía la amenaza de alguna catástrofe. Ya le digo: la espada era el símbolo máximo de su autoridad. Y en Sant Felip Neri, es flamígera.
L.C.- No sea apocalíptico. La espada también servía para cortar el hilo del que pendían las obleas del techo.
F.V.- Claro que sí. Y no solo pendían obleas, sino naranjas, frutas escarchadas, cocas... Toda esta tradición se hallaba vinculada al risos pascalis.
L.C.- Si el canto de la Sibil·la fue algo tan espontáneo y popular ¿está encorsetado actualmente?
F.V.- ¡No! Al menos no lo ha estado. Veremos lo que pasa de ahora en adelante.
L.C.- ¿Qué insinúa...?
F.V.- Que al haber sido proclamada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ha surgido la tentación de potenciar un único modelo de Sibil·la. Biel Majoral ya ha advertido de que no podemos reducirla a un canto académico. La Sibil·la es del pueblo, de los niños y de las niñas que la han cantado...
L.C.- Sant Antoni, objeto del segundo estudio que usted ha publicado, también es una representación popular.
F.V.- Además, cargada de magia. Pese a que la tecnificación de las labores agrarias ha marginado el ámbito tradicional que la justificaba, jamás ha estado tan viva como ahora en el acervo colectivo. ¿Por qué...? Porque es un pretexto para reforzar la convivencia.
L.C.- ¿Se siente la gente amenazada en sus expresiones colectivas?
F.V.- Probablemente. Las fiestas de Sant Antoni nacen del pueblo. Incluso en Artà se organizan a través de un modelo de gestión popular. Hay, en su simbología, una innegable perspectiva de pasado. Es una fiesta dual, entre el santo y el demonio...
L.C.- ¿Estamos abusando de los demonios?
F.V.- Qué va. En el ámbito mediterráneo aparecen constantemente. Y ahora proliferan "els correfocs", que suponen la asimilación de unas formas de diversión surgidas de otras culturas. A mí me parece bien. Las culturas han de estar abiertas a las influencias y a los cambios. ¿Por qué canta la Sibil·la, actualmente, una niña o una mujer...? Pues porque se está normalizando la paridad de sexos. Igualmente está pasando con los "dimonis". En no sé qué pueblo ya hay un grupo de "dimònies".
L.C.- Desde Alaró quieren promover la candidatura de los cossiers como patrimonio de la UNESCO.
F.V.- ¿Y qué necesidad hay...?
L.C.- Dígamela.
F.V.- Para mí ninguna. Luego se reclamará un privilegio idéntico para Sant Antoni y esto se convertirá en el cuento de nunca acabar. ¡Ya me dirá...! El problema de las fiestas de Sant Antoni, por ejemplo las de Sa Pobla, no es que sean patrimonio de la humanidad o de lo que sea, sino que en cada nueva celebración se concentra más gente en el pueblo y los cabezudos ya no disponen de espacio ni para bailar. E igual pasa con los cossiers. Montuïri, por Sant Bartomeu, ya parece un San Fermín.
L.C.- ¿Nos ponemos a temblar si la Conselleria de Turisme se decide por aprovechar la Sibil·la como reclamo turístico...?
F.V.- Sin duda. Pero no lo hará. Desgraciadamente, al menos en las Illes Balears, turismo y cultura pertenecen a mundos divergentes. El turismo de nuestros hoteles demuestra escasa curiosidad cultural. Más bien oscila entre el folklorismo más insubstancial y la cerveza.
L.C.- Si de Sant Antoni ya se han escrito tantas cosas ¿qué le ha impulsado a escribir "Diguem visca Sant Antoni!"?
F.V.- Las ganas de decir aquello que aún no se había dicho. Porque por increíble que parezca siempre queda algo en el tintero. Yo soy musicólogo. Y desde mi perspectiva, la música no es una melodía y un texto, sino que melodía y texto forman parte de un contexto social claramente especificado. En Artà y en Sa Pobla, la tonada de Sant Antoni suena dos días seguidos, casi ininterrumpidamente. ¿Qué representa para aquellas gentes que no se cansan de escucharla...?
L.C.-...
F.V.- ¿Y "Jo i un pastor", que es una canción popular asimilada a la revetlla de sa Pobla hace tan solo sesenta años...? Los poblers se emocionan al oírla, la llevan en la sangre. Estas reacciones sólo pueden entenderse a partir de la propia dinámica cultural que genera la sociedad.
L.C.- En el pasado ¿fuimos un pueblo cantador?
F.V.- Seguro que sí. La gente trabajaba cantando. En cierta ocasión visité a un anciano de sa Pobla para grabarle unas canciones. Intentó cantar y no pudo. Me dijo: "si no faig feina, no cant". Y se puso a trabajar.
L.C.- ¿Y a cantar?
F.V.- Y a cantar. No sé si de una forma académica o no, pero de una manera fascinante. Se lo digo, porque nuestras "tonades" tienen una influencia clarísima del flamenco. ¿Adivina por qué ganó madò Buades el Premio Nacional de Folklore con Perendenga...?
L.C.- Ni esforzándome.
F.V.- Pues porque "galajava" la voz. Y al jurado, que era de Madrid, le recordó los gorgoritos de los Farina, Mairena, etcétera. Ya se lo he dicho: una "tonada", para ser popular, no es necesario que esté limpia de influencias.
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