Rosa Planas | Jaume Morey

TW
0

Puede que tenga los ojos transparentes, pero no se puede ver adentro. Es reservada, aunque no elude ninguna pregunta. Rosa Planas (Palma, 1957) se licenció en filología hispánica (UIB, 1979) y en filología catalana (UIB, 1997) y es escritora con una amplia trayectoria en el campo de la creación literaria y de la investigación. Acaba de publicar "La veu de la caputxa" (Columna Edicions).
La acción se sitúa en el siglo XIX. Le comento que suele valerse de un marco histórico para ambientar sus novelas. Me responde:
Rosa Planas.- Del pasado siempre se extraen lecciones. Pero del siglo XIX, concretamente, me atrae su brillantez. Es explosivo, convulso. Marcado por las ideas de la Revolución Francesa que, poco a poco, van cambiando Europa.
Llorenç Capellà.- Si la trama de su novela se inicia en Mallorca, ¿Mallorca es Europa?
R.P.- Claro que sí. Y un lugar de encuentro de muchos pueblos y, por tanto, generador de culturas. En el coloquio en el que intervine, en la Feria de Frankfurt de 2007, hablé de Mallorca como exportadora de ideas a través de personajes tan fascinantes como Ramon Llull o Juníper Serra.
L.C.- ¿Mira, usted, hacia Egipto...?
R.P.- ¿Cómo no voy a hacerlo si estamos a una hora de la costa argelina...? Además, en Mallorca queda una huella bien visible del pasado musulmán. Sólo por esto ya nos vale la pena ser sensibles a todo cuanto ocurre en el norte de Àfrica.
L.C.- La aventura y la intriga son elementos consustanciales a su novelística.
R.P.- No voy a negárselo. Soy una apasionada de Dumas. Me atrae la reflexión histórica, sin que ello vaya en menoscabo de la propia trama de la novela. Una novela ha de contar una historia. Y, si es posible, no ha de aburrir al lector.
L.C.- ¿Qué pasa en "La veu de la caputxa"...?
R.P.- Que un joven capuchino, exclaustrado, rompe con su pasado cuando la desamortización. Abandona Mallorca con destino a Marsella y ahí empiezan sus problemas, porque se verá inducido a actuar en contra de sus principios. No es una novela histórica, sino psicológica.
L.C.-...

Escribiéndola pensé en Simenon, que fue capaz de describir con maestría absoluta un mundo burgués, perfectamente planificado y sólido”

R.P.- Escribiéndola pensé en Simenon, que fue capaz de describir con maestría absoluta un mundo burgués, perfectamente planificado y sólido. No obstante, en un momento determinado pasaba algo que lo hacía trizas. Algo así sucede en "La veu de la caputxa". La hecatombe personal y colectiva siempre es posible...
L.C.- Ya.
R.P.- A fra Jordi se le derrumba el mundo por circunstancias ajenas a la vida conventual. Le cambia el día a día, la personalidad... Y lo que le pasa a él puede pasarle a cualquiera. Quiero decir que la novela tiene lectura de presente. La globalización ha traído inseguridad. Nos hallamos a merced del azar. ¿Me sigue...?
L.C.- Supongo. Usted desea que si llaman a la puerta no sea Avon.
R.P.- Me gusta divertirme. Pero busco algo más en las novelas, porque creo en la persona, aunque a veces me cueste.
L.C.- ¿Qué hay de "El nombre de la rosa" en "La veu de la caputxa"...?
R.P.- Nada. Umberto Eco no figura en la lista de mis escritores predilectos. Es un pensador, no un novelista. La novela y el ensayo reclaman registros diferentes.
L.C.- Dígame, ¿usted controla los personajes con mano de hierro?
R.P.- Procuro que actúen conforme a su propia personalidad. Lo que me quita el sueño, cuando escribo una novela, es la incógnita de saber si habrá empatía entre la obra y el lector. No soy ni pretendo ser una novelista de best-seller, pero iba a mentirle si no le admitiera que me satisface saber que mi obra es leída y comprendida.
L.C.- ¿Y criticada...?
R.P.- Es preferible la crítica a la indiferencia. Aunque no suelo dejar a ningún lector indiferente, porque mis novelas dicen cosas. En "La veu de la caputxa" la Iglesia es un personaje más. Con la desamortización, el Estado expropió las tierras a las órdenes religiosas, les robó las obras de arte... Los capuchinos vieron, impotentes, cómo se dispersaba su biblioteca, famosa en toda Europa...
L.C.- Ahora se habla de la desaparición de niños durante el franquismo. La Iglesia podría estar implicada.
R.P.- Si lo estuvo, me parecería algo monstruoso. Pero, aunque me escandaliza, no me extraña. La Iglesia siempre ha sido capaz de protagonizar los actos más heroicos y los más deleznables. Por esto representa tan fielmente al ser humano, heroico y deleznable a la vez.
L.C.- ¿Y...?
R.P.- Fíjese en la Guerra Civil. La actuación de la Iglesia fue reprobable, de acuerdo. Pero pensemos en aquellos pobres frailes que fueron asesinados en zona republicana sin que hubieran hecho daño a nadie. En la Iglesia, como en todo, siempre ha habido bueno y malo.
L.C.- Y fra Jordi, ¿es bueno?
R.P.- Es un personaje complicado. Aunque tiene su disculpa. No olvidemos que se ve obligado a llevar una vida, fuera del convento, para la que no estaba preparado. L.C.- ¿Qué quiere decir...?
R.P.- Que carecía de picardía o de mundología y le embaucaban. Sobre todo Auberon, un aristócrata francés inspirado en el personaje mitológico del que se sirve Shakespeare en "El sueño de una noche de verano". Auberon es el Rey de la Noche...
L.C.- ¿Cuántos Auberon hay en la derecha de las Illes Balears?
R.P.- No lo sé ni quiero saberlo. Pero supongo que habrá muchos.
L.C.- Le diré uno: José Ramon Bauzà.
R.P.- ¿Por qué...?
L.C.- Por su actitud agresiva hacia la lengua catalana.
R.P.- Es algo tan absurdo que no tiene futuro. No todo el mundo, en el Partido Popular, comparte su beligerancia.
L.C.- Pero será su nombre el que encabezará la lista más votada en las elecciones de mayo.
R.P.- Porque, entre los partidos, priman los resultados. Y el elector entiende que Bauzà es quien le garantiza la seguridad y los temas vitales relacionados con la convivencia. En Mallorca, poder y orden se asocian. Ya ocurrió así en tiempos de Weyler, de Maura, en el treinta y seis...
L.C.- Dígame ¿a qué lenguas ha sido traducida su obra...?
R.P.- "Les màscares de Florència" al castellano y al ruso. Y "La ciutat dels espíes indefensos", al alemán. De "Les màscares de Florència", Planeta Agostini hizo una edición especial para Sudamérica, pero ignoro qué aceptación tuvo. Quienes escribimos no entendemos de números. De la edición rusa no he sabido nada: ni cuántos ejemplares se hicieron ni si se ha vendido bien o mal. Ahora que el Institut Ramon Llull será dirigido por un intelectual avezado en la gestión como es Vicenç Villatoro, puede que se dinamice algo más la política de traducciones.
L.C.- Si a partir de mayo gobierna el Partido Popular, es posible que las Illes Balears se salgan del Llull.
R.P.- No puedo creérmelo. Entre los conservadores hay gente que ama la lengua catalana. Y los ciudadanos, en general, no están dispuestos a que les arrebaten, así, por las buenas, lengua y cultura.
L.C.- ¿Se me enfadará si le digo que usted peca, como Fra Jordi, de inocente...?
R.P.- No, porque me dice una verdad como un puño. Sin embargo, me reitero en lo dicho. Pienso que en la derecha hay gente que huye de radicalismos, por esto es de derechas, pero que se identifica con Mallorca y que no permitirá que nadie menosprecie nuestras señas de identidad.
L.C.- Esta misma gente, en el treinta y seis, lo permitió apoyando a Franco.
R.P.- Ambas situaciones no son equiparables. Cuando la guerra, la vida pública estaba muy politizada y, por encima de la defensa de la lengua, prevalecían cuestiones tan sacralizadas como el orden. Ahora la situación es más inteligente. Quiero decir que hay más capacidad de diálogo y voluntad de entendimiento.
L.C.- ¿Aprende, usted, de la historia?
R.P.- Muchísimo. De ahí mi pasión por novelar el pasado. Aunque también me atrae el futuro. En cambio me encuentro incómoda en el presente, porque no he dado con el lenguaje adecuado... Pero lo cierto es que ahora me he vuelto a centrar en el siglo XIX. Estoy escribiendo una novela en torno a un personaje fascinante: Joan Palou i Coll, el autor de "La Campana de la Almudaina". Fíjese: fue un nacionalista mallorquín en castellano.
L.C.- ¿Como Bauzà...?
R.P.- Ya me está tirando de la lengua... Y yo no tengo ningún interés en criticarlo.
L.C.- De acuerdo.
R.P.- Me quedo en el siglo XIX, que es un siglo que enamora. Simboliza la modernidad... Una modernidad que iba a acabarse con la Segunda Guerra Mundial. Luego, vino el declive.
L.C.- ¿El declive...?
R.P.- Del pensamiento. Los intelectuales perdieron toda su credibilidad porque se comprometieron con el estalinismo o con el fascismo. En consecuencia, la gente dejó de creer en ellos. Y vendrían los tiempos grises. Lo dijo Adorno: después de Auschwitz ya no hay poesía.
Mientras Rosa Planas me habla de "La veu de la caputxa" me pregunto cómo mataría, si tuviera que matar, esta mujer de ojos extrañamente transparentes. Con cuchillo, me respondo. ¿Es algo disparatado? Segurísimo. Los escritores sólo asesinan en unas pocas novelas. En "El botxí de la ciutat de Mallorca", de Sebastià Bennàssar. O en "El círculo de los escritores asesinos", de Diego Trelles Paz. Cito de memoria y tengo dudas de si en la novela de Bennàssar el asesino es un escritor. Las múltiples víctimas, sí. Pero en cualquier caso, los asesinatos son la consecuencia de un ajuste de cuentas entre los habitantes, puede que siniestros, del mundo literario. Con un argumento parecido, la novela de Trelles transcurre en Lima y cuenta las peripecias de cuatro escritores dispuestos a asesinar a un tal García Ordóñez, crítico literario. Pero todo es novela, realidad convertida en humo. Anne Perry debe de ser la única escritora que supo asesinar. Mató a la madre de su mejor amiga golpeándola repetidamente con una piedra en la cabeza. Pero fue en 1954, cuando aún era niña. Y se ha arrepentido mil veces. No es el caso de Rosa Planas. Con estos ojos claros mataría con cuchillo, me repito. No obstante, no mata ni piensa matar. Tal vez porque recuerda a Rilke. Dicen que dijo, y vayan ustedes a saber si lo dijo: "Matar es una estupidez. Nunca debe hacerse nada de lo que no se pueda hablar en la sobremesa".