Biel Serra, en una de las fincas donde se encarga del cultivo de patatas. | Cati Amores

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Nació en una marjal porqué «su familia siempre ha trabajado en el campo, igual que la de mi mujer». Por eso, desde pequeño tuvo claro a qué dedicaría su vida. Por eso y porque, según cuenta a modo de anécdota, «antes o servías para estudiar o te ibas al campo». Biel Serra, más conocido como ‘Pepis' (sa Pobla, 1963) siembra y cultiva junto a su esposa más de 100 cortons en diferentes campos de sa Pobla. Mayoritariamente, cultiva patata aunque también siembran algunos tipos de cereales.

«Sembramos patatas para recoger durante todo el año con el fin de asegurar la temporada» y es que un pequeño error en el campo puede suponer perder mucho. Biel, tal como muchos otros marjalers de sa Pobla, exporta gran parte de su producción. «Antes Inglaterra era el país dónde más enviábamos nuestro producto, pero ahora los países nórdicos se llevan buena parte de ella. Con el ‘Brexit', aunque continuamos exportando a Inglaterra, la cantidad ha bajado», explica.

Biel, por otra parte, no puede evitar hablar de otra de sus inquietudes y se muestra entre preocupado y molesto por la situación en la que se ha visto abocado el campo en los últimos años con las políticas restrictivas en cuanto al control de plagas. «Entendemos que hay un cambio, pero no se pueden prohibir productos que hemos usado desde siempre sin dar ninguna alternativa cuya eficacia haya sido demostrada», se queja. «Cada vez tenemos más producción picada, esto se traduce en producto no comercial, que no podemos vender», añade.

A todo esto hay que sumarle el incremento de precios que, por supuesto, también han notado en el sector primario. «Hemos pasado de que un cuartón de patatas valiera uno a que ahora valga más de dos. Hemos multiplicado el precio por 2,5. Es inasumible», cuenta. Después de tantos años considera que un payés tiene muchas cosas en contra: «tenemos en contra las plagas, el tiempo, las grandes superficies y muchas veces también los políticos». Aunque matiza que «los consumidores empiezan a creer en nosotros. Exigen producto de calidad, valoran y entienden que nosotros no somos los que cobramos el incremento de los precios».

El trabajo en el campo ha cambiado mucho. «Antes era mucho más familiar. Nosotros cuando era temporada de exportación no íbamos al colegio. Ahora tienes que ser más empresario que marjaler», asegura.

Así, con una situación que, según su perspectiva, no pinta muy bien y un relevo generacional que no tiene, ni en su caso ni en el de muchos otros compañeros, el futuro de la patata poblera no pasa por su mejor momento. «Jóvenes de menos de 30 años que se dediquen a esto creo que actualmente aquí no hay más que uno». «Yo por mi parte ya tengo los carteles de se vende preparados», explica entre bromas. Y es que, a pesar de todo, el humor no debe perderse nunca.