Se llama Sebastià Coll Noguera ‘Loi' y nació hace 77 años en la aldea de ses Coves. Este pequeño núcleo poblacional pertenece al municipio de Santa Eugènia, precisamente donde vive ahora. Siempre se ha dedicado a la payesía, pero con una especialización muy particular y casi desaparecida hoy día. Sebastià es injertador y podador.
En la actualidad, las plantaciones de árboles y arbustos comercialmente aprovechables se efectúa con plantas suministradas por empresas que desarrollan los planteles y venden ya los pies injertados. Pero hace años las cosas eran diferentes: «La mayoría de árboles se plantaban de semilla o de esqueje y luego se injertaban si era preciso», explicó el payés. Sebastià recuerda que «especialmente los olivos eran injertados sobre un pie de acebuche ('ullastre' en catalán)». El acebuche brota tras plantar un hueso de aceituna y «para que de un fruto aprovechable es preciso injertarlo de una variedad de oliva como puede ser la picual, la empeltre o la arbequina, por citar algunas de las más usadas en Mallorca», dice. El payés puntualiza que «casi con toda seguridad el noventa por ciento de los olivos milenarios que observamos en nuestra isla fueron injertados en su día sobre un pie borde de acebuche».
Existe otra posibilidad de conseguir plantas finas sin necesidad de injertar. «Si se planta mediante un esqueje se obtiene un clon idéntico a la planta madre. Ese era precisamente el sistema que usábamos para plantar higueras. Hace años no se injertaban la higueras, hoy ya se hace».
Coll explica que «comprando las plantas a los viveristas actuales se obtiene un árbol que ya viene injertado y se ahorra tiempo entre la siembra y la entrada en producción. Con el sistema antiguo que usábamos nosotros se hacía más lento. Primero se plantaba y cuando el árbol era ya relativamente grande se injertaba; el injerto debía brotar, fortalecerse y luego fructificar. No sabría decir que es mejor, pero si se hacía bien el trabajo teníamos plantas muy fértiles y duraderas. Ahora veremos los nuevos olivos si duran tanto como los viejos, por ejemplo», puntualiza.
La vocación de Sebastià Coll proviene de su padre, heredó el oficio. «Yo empecé a estudiar el bachillerato elemental pero suspendí muchas asignaturas y hubiera tenido que repetir el curso –cuenta–. Debía tener casi los catorce años. Mi padre me dijo que había que pensarlo bien porque no se debía perder el tiempo, o estudiaba de firme o tenía que trabajar. Yo elegí el campo y me puse a aprender de él».
El oficio de injertador y podador es fundamental para la producción de una explotación. «Al principio, mientras las plantas son vigorosas, no es preciso hacerles mucha cosa, pero si no se le hace formación y una poda de mantenimiento, cuando la planta envejece no produce lo que debería», indica. Sin embargo el veterano especialista agrega que «hoy en día impera la cultura de usar y tirar. Se plantan los árboles se explotan y al cabo de unos años se sustituyen por otros jóvenes. No sé si es mejor o peor; el tiempo lo dirá». Sebastià cuenta con preocupación que lo que si ha visto «con los modernos sistemas de producción es un aumento de las plagas. Yo recuerdo nueve afectaciones que han parecido desde que yo empecé a trabajar, pero lo alarmante es que en los últimos diez años se han concentrado cuatro. Eso es el resultado de la globalización».
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Estaría bien decir qué plagas son.