Embajador de la cocina canaria.

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La Vieja se ha convertido en el mejor embajador de la gastronomía canaria en Palma. Desde que se instaló en la plaza de Raimundo Clar, en el barrio de sa Gerreria, la casa de comidas montada hace unos años por Jonay Hernández se ha erigido en un lugar de marcada personalidad tanto por la particular cocina de las Islas Afortunadas, por la singular manera con que la presenta y por los cócteles que preparan. Probablemente estos son algunos de los principales motivos que han propiciado el notable éxito de clientela que ha cosechado este restaurante desde su apertura. Su propietario, el joven Jonay Hernández, ha querido ofrecer una carta amplia, simpática y apetecible tanto por la particularidad de sus componentes como por su puesta en escena, utilizando recipientes –no siempre platos– que parecen pequeños objetos escultóricos.

La carta de este restaurante de paredes de ladrillo visto decoradas con unas llamativas pinturas de pulpos gigantes y de la propia vieja –el pez canario del que han tomado el nombre–, es un interesante y divertido compendio de recetas de la gastronomía tradicional canaria a la que ha incorporado algunas de las que elaboraban la madre y la abuela del propietario. Este se encarga, a pie de cocina, de dar los toques finales a los platos, algunos estéticamente muy llamativos, como el pescadito frito de estero adobado con alioli de mojo verde (21€), y otros de sonoros y simpáticos nombres, como ‘la anguila que quiso ser tollo' (16,5€), que es receta de su abuela. Interesantes y sorprendentes también las interpretaciones que realiza con los platos de carne, en buena medida gracias al papel que desempeña el kamado, el horno originario de China y Japón que aporta un ahumado característico a muchas de sus creaciones.

La Vieja dispone también, entre semana, de un interesante menú de mediodía por 19,5€. Cuando les visitamos, ofrecía como entrantes una crema navideña, particular mezcla de sabores de calabaza caramelizada y de turrón, de resultado realmente sorprendente. Una ensalada templada de papas arrugadas, pulpo, rúcula y vinagre macho, o una ensalada de quinoa de sorbete de papaya. Y como principales, una llampuga (que denominan dorado) sancochada (es decir, muy poco hecha y sin sazonar) con burballas, de carne muy tierna que quedaba algo solapada por el fuerte sabor del hinojo y una salsa de tomate excesivamente ácida. Más logradas estuvieron las carrilleras maceradas en listán negro, una de las variedades más conocidas de los vinos canarios. En el menú ofrecían también, con suplemento, bichillo de cerdo ibérico kamado, y lomo de Angus con papas. Muy originales también los postres, como el quequé (tarta) de zanahoria, helado de gofio y crema de chocolate con rol miel, y –otro homenaje familiar– ‘quesillo de mi mamá', parecido a un flan de queso sobre un dulce almíbar.

Un restaurante como éste induce a acompañar la comida con vinos del archipiélago canario. Probamos dos diferentes. Un blanco de la variedad listán, llamado Calius, seco aunque ligeramente dulce, perfecto para los entrantes y en particular para acompañar a la crema navideña, y un tinto de Tacoronte-Acentejo, de la variedad negramoll, Viña Riquelas, con toques a ciruela negra, ambos interesantes (5,5€ la copa). En conclusión, atractivo restaurante de comida diferente, ambiente agradable y servicio amable que explica bien su oferta. Y, además, colaboran con la Fundación Shambhala para atender, ayudar y promocionar a jóvenes vulnerables de Mallorca que carecen de oportunidades.