Ración de gambas rojas de Sóller a la plancha, de una intensidad impresionante.

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Hace más de tres décadas que el Bonsol es una de las referencias para los amantes del pescado y del marisco de calidad en la Ciudad Jardín de Palma, una zona donde también sientan sus reales otros clásicos especializados en productos del mar como Casa Fernando o Marcelino.
Bonsol fue la apuesta de cuatro socios, que aún siguen a pie de obra, que montaron un restaurante sencillo aprovechando la gran oferta del Mediterráneo. Un buen manejo de la plancha ha sido durante todo este tiempo el aliado perfecto para tratar como corresponde productos de primera.

El modus operandi en Bonsol sigue siendo el mismo desde su fundación. Los pescados y mariscos que han llegado ese día se exhiben en la barra situada frente a la amplia zona de plancha, y hasta ahí se acercan los clientes, generalmente tras el aperitivo (espléndidas almendras fritas) para recibir asesoramiento y elegir lo que van a tomar, que es pesado en una pequeña báscula y al que asignan el precio final. A partir de ese momento, la magia de la plancha y de los tiempos que maneja Miguel Ángel, andaluz de Córdoba y socio, se encargan de que lleguen a la mesa perfectamente en su punto. Aquí, como es habitual en este tipo de restaurantes, los precios dependen del mercado, por lo que generalmente la factura no puede ser baja, pero en este caso podemos decir que fue bastante razonable y todo lo que tomamos estaba excelente.

Como entrantes, unos pimientos de Padrón en su punto de sal (9,9€), y unas gírgolas bien especiadas con perejil y ajo (9,9€), perfecta introducción para un calamar de potera a la plancha, mínimamente rehogado, cortado en rodajas, que tomamos con su tinta, realmente extraordinario de sabor. Nuestro cefalópodo pesó algo menos de medio kilo y fue suficiente para los cuatro comensales (68€/kg). Y deliciosa la ración de gambas rojas de Sóller a la plancha, de una intensidad impresionante, cortesía de la casa con un buen cliente que formaba parte de nuestra mesa. Frescas, sabrosas, puro mar. Gran detalle y el mejor regalo para el paladar

El banco de pescados era potente. Magníficas corvinas, lenguados, cap roigs, besugos y, el que elegimos, un soberbio denton, espárido de grandes dientes que se alimenta de cefalópodos, crustáceos y sardinas, de un poco más de kilo y medio (87€/kg), con una carne tersa y sabrosa, muy bien desespinado por la eficiente camarera que, como casi todos los miembros de la plantilla, lleva muchos años en esta casa. Un restaurante que cambió su ubicación hace tres lustros, desde otro local más pequeño y menos luminoso, y que ya va mostrando el paso del tiempo. Un lavado de cara sería conveniente, pero no estrictamente necesario en tanto mantenga inalterable, como es el caso, calidad de producto y manejo de la plancha. Y que no disparen los precios, propensión habitual tras cualquier renovación. Se nota que la clientela es, mayoritariamente, de habituales que saben perfectamente lo que vienen a buscar. Vajilla y copas bastante normales. Las mesas están lo suficientemente separadas como para que se pueda conversar con comodidad.

Los postres, sin ser lo más destacado, estaban bien: leche frita, pudding (6€) y tarta de queso con arándanos. (6,5€). Carta de vinos bastante tradicional, con buenos blancos, verdejos, gallegos y mallorquines a los que multiplican alrededor de dos veces el precio en tienda. Un clásico del pescado y marisco que conserva las cualidades que le han permitido mantenerse en buena forma durante todos estos años.