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El mundo de la restauración se va pareciendo cada vez más al de la alta competición futbolera. Hay que seguirlo de cerca so pena de quedar fuera de juego con aperturas, cierres, fichajes. Es el caso de KOH, restaurante especializado en comida thai y del sudeste asiático montado por Five Senses Hospitality, un pequeño grupo fundado por Edgar Lagassi y dos amigos, que puso su primera pica mallorquina con The Merchants (en Can Marqués) y que ha apostado por ubicación top, atractiva puesta en escena, buen servicio y precios altos, conscientes del perfil y capacidad económica de su clientela internacional. Ubicado en el barrio de Santa Catalina, KOH ofrece un enclave acogedor de decoración intimista –quizá demasiado tenue la iluminación–, con tres pequeños comedores bien resueltos –aunque con mesas excesivamente juntas– y servicio muy atento que se interesa por saber si estamos a gusto.

Desde su creación en 2020, su objetivo fue asentarse entre los restaurantes de alto nivel y elegante continente de ese tipo de cocina. El contenido lo dejaron en manos de Jesús Pérez de la Fuente, con experiencia en asiáticos renombrados, que inició el proyecto pero, como suele suceder en este volátil mundo de la restauración, lo abandonó hace unos meses. Afortunadamente, los propietarios han tenido el buen ojo de encontrar una sustituta que ya venía bien rodada. Se trata de la chef Bonnie Han, nacida en Singapur y con amplia experiencia culinaria en Australia, Brasil y España. En Valencia, de donde es su compañera y socia, trabajó en el restaurante Churrasco, especializado en rodizios brasileños; después en Appetite, para recalar posteriormente en Nama, un interesante restaurante asiático de Deià donde se ha labrado un prestigio en el mundo de la comida oriental.

La simpática Bonnie Han –que pasa por las mesas a saludar a los comensales– ha asumido el reto de mantener su propio restaurante de Deià y, al mismo tiempo, ponerse al frente de la cocina de KOH, lo que implica competir en la cosmopolita restauración palmesana. El resultado, de momento, parece positivo, y lo será más si mejoran algunos aspectos. La carta, no demasiado amplia, está bien estructurada, con unos cuantos entrantes, otros tantos principales con costillas, pescados fritos bien acompañados por ensaladas y salsas asiáticas, y una atractiva selección de postres, unido a una amplia oferta de cócteles, algo que se va extendiendo cada vez más en muchos restaurantes, seguramente por la buena rentabilidad que les proporciona.

En nuestra visita –cena en viernes–, estaba lleno, con ambiente agradable y servicio amable, aunque hubo que esperar bastante más de lo deseable entre platos. Muy interesantes los banh xeo, crepes vietnamitas crujientes de coco y gambas, con salsa dulce y buen regusto de cilantro, difíciles de comer, pero muy sabrosos para empezar (17€). La lubina frita con salsa de tamarindo caramelizada con piña, brócoli y cilantro, recordaba la atractiva cocina de esa zona de Asia (27€). Buen plato para los no carnívoros que –es una sugerencia para un restaurante con aspiraciones– ganaría muchos enteros si ofrecieran desespinarlo. Además, nos sirvieron el pescado al mismo tiempo que el pad thai de gambas que habíamos pedido para compartir (22€).

Obviamente se había enfriado cuando empezamos a comerlo, lo que obligó a calentarlo de nuevo. Un fallo más achacable a quienes lo ordenamos que a quien lo sirvió –seguramente porque no habíamos insistido con suficiente claridad– pero que conviene tener en cuenta en un restaurante donde la mayoría de los platos se comparten. Ricos los postres –tarta de queso, fruta de pasión y lichi, o la de queso y té macha–, algo sobrepreciados (10€). Hay buena opción de cervezas y una carta de vinos escueta, algo atípica y de precios desproporcionados (un Son Vich de Superna viognier por 79,5€, cuatro veces más de lo que cuesta en tienda especializada), o un Golos de Miguel Gelabert a 46€.