Garrovetes del Papa Negre.

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Entre los dulces que antaño hicieron las delicias de nuestros predecesores había uno llamado coloquialmente Garrovetes y apellidado ‘del papa'. A pesar de ese pretencioso nombre, formó parte de la repostería religiosa de su época. No deja de sorprender que en esa cocina se tolerase la actitud jocosa e irreverente que podía despertar el hecho de que la más alta autoridad católica, apostólica y romana comiera algarrobas, aunque fueran dulces. Cabía la posibilidad de que un pastelero devoto y virtuoso hubiese dedicado a determinado Sumo Pontífice una golosina, como ocurrió en el caso de los ‘Piononos', creados a fines del siglo XIX. En cambio, la antigüedad de este dulce, remontable a más de dos centurias antes, no concordaba con esas improcedentes confianzas, por goloso que fuera el papa en cuestión. Además no había posibilidad de saber de qué pontífice se trataba, cosa que acaso hubiera podido explicar o justificar una cierta tolerancia por parte del rector de la Santa Sede.

La clave del conflicto estaba en el Dietari del goloso doctor en Ambos Derechos Lloatxim Fiol. Su hermana monja, profesa en el Convento de Santa Magdalena de Ciutat, le obsequió con un presente de estos dulces en marzo de 1782. Nuestro minucioso y preciso gastrónomo anotó cuidadosa y exactamente en esta ocasión el nombre completo del dulce envío como Garrovetes del papa negre. Su denominación no deja lugar a creer que las Garrovetes estuvieran destinadas a deleitar a la máxima autoridad de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

En realidad estaban dedicadas al llamado ‘Papa Negro'. Con éste apelativo se aludía malévolamente al entonces controvertido Prepósito General de la Compañía de Jesús. Eran momentos en los que se le atribuía peso y poder en la Iglesia como mínimo equiparable, o acaso incluso superior, al del sucesor de San Pedro. Las irregulares y cambiantes simpatías despertadas por los jesuitas con su tenaz independencia, amplios saberes y arriesgadas misiones en países lejanos e ignotos, se traducían en burlas semejantes y en sus veintidós expulsiones de países cristianos, incluido el Estado Vaticano.

El dulce conventual debió agradar al destinatario y la Priora del Convento mencionado, repitió sus envíos en los años siguientes, principalmente en las fechas navideñas. Su receta no es complicada e incluye solo dos ingredientes: yemas de huevo y azúcar en polvo. Estos dos productos se combinarán a razón de una yema por cada cien gramos de azúcar. La elaboración se hará batiendo mucho la yema de huevo e incorporándole progresivamente el azúcar en polvo, mezclándolos con todo cuidado para que no se formen grumos. Distribuiremos la mezcla resultante a medias cucharadas sobre un papel de horno plisado, antiguamente se hacía con papel de barba, a la distancia de dos dedos unas de otras. Se secan al horno hasta que queden firmes y duras como galletas, aunque son frágiles. A pesar de esta aparentemente sólida consistencia, si hemos hecho bien las cosas, al comerlas deberán fundirse en la boca.