La elección y aceptación de esa especie como colorante y saporizante alimentario, aparte de su disponibilidad a raíz de la llegada de las distintas variedades del género Capsicum desde América, obedece a que ha sido identificado desde antiguo como nutritivo. No en vano proporciona el color de la carne, alimento perseguido por carnívoros y especialmente deseado y buscado por omnívoros. Es además el de buen número de productos vegetales considerados especialmente sabrosos y en consecuencia con un notable atractivo. Los descubridores del continente Americano al conocer sus diferentes productos y las aplicaciones que se les daban, se limitaron a recoger el principal uso que se le daba en las recién descubiertas tierras, en cuyas cocinas era preferentemente utilizado como condimento.
Dos de los primeros autores en mencionarlos fueron Cristóbal Colón y el italiano Pietro Mártir de Anghiera (1457-1526), representante de la Santa Sede en el Consejo de Indias. El primero menciona en su Diario una especia mejor que nuestra pimienta, mientras que el segundo, en su Carta CXXXIII alude a un aroma, nombre que se daba a las especies, más penetrante que la pimienta del Cáucaso. Sus primeras adaptaciones tuvieron lugar en los conocidos Jardines de Aranjuez, creados a iniciativa de Felipe II, donde en 1592 llegaron ‘guindillas de Indias' de diversas variedades. Entre ellas se citan los 'pimientos de cerezas' y ‘de cuernecillo', evidentes antecesores de nuestros actuales prebes de cirereta y de banyeta o banya de cabra.
Su llegada a Mallorca no se haría efectiva hasta mediados del siglo XVII, primero seguramente por vía marítima comercial, con un progresivo aumento de sus importaciones. Sin duda esa creciente demanda determinó que a fines de esa misma centuria estuviera ya arraigado y fuera cultivado activamente en nuestra isla. De hecho aparece mencionado como uno de los productos habituales de la alimentación cotidiana de Andratx y Binissalem en 1790 y previsiblemente en otras poblaciones. La aceptación de su cultivo la evidenciaban las largas y espesas ristras de pimientos colgados en las fachadas de numerosas viviendas particulares, como podían verse no hace demasiados años, transformadas en improvisados secaderos, para proveer las respectivas necesidades domésticas. Desde entonces se incorporaron a la gastronomía local, más allá del área chacinera, incorporándose a diversas preparaciones y platos tradicionales.
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