Buena pasta en el centro de Binissalem.

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En una callecita perpendicular a la plaza donde se erige la iglesia de Santa María, en Binissalem, sienta sus lares Terra di Vino, el restaurante en el que el veneciano Simone Panighello ofrece una buena cocina regional del país transalpino en la que sobresalen sus sabrosos platos de pasta artesana que integra muy bien con acompañantes diversos. Después de trabajar en su país natal y en Londres, recaló en este pueblo atraído por la cultura vinícola que da nombre a su restaurante. En Terra di Vino desarrolla una cocina esencialmente de pasta que elabora in situ, más algunos –pocos– platos de carne y pescado que ofrece según las propuestas del mercado.

Simone ha obviado las pizzas para volcarse en una pasta sabrosa y rica que domina bien. Como declaración de principios, muestra a los clientes paccheri, linguini, spaghetti finos, ravioli y tortelli –pasta rellena que le ha hecho ganar fama– en una pequeña bandeja para que elijan. Es muy conveniente prestar atención a las sugerencias de los camareros, que explican satisfactoriamente los detalles de cada uno de los platos. El restaurante es pequeño –apenas media docena de mesas en el interior, pero con una acogedora terraza en la calle, en la que se pueden instalar hasta 36 personas y que recuerda las que se montan en septiembre, cuando todo el pueblo es una gran mesa corrida para celebrar el sopar de vermar, la gran fiesta de la vendimia de Binissalem.

Las mesas están perfectamente vestidas con mantelería de algodón blanco, al igual que las servilletas, con buenas copas que llevan el logo del restaurante. El servicio, diligente, ofrece para empezar una sencilla y sabrosa bruschetta de tomate muy cortado regado con aceite de oliva virgen extra de arbequina Kirchsberger (que produce en Mallorca la actriz austriaca Sonja Kirchsberger, propietaria también de un restaurante en el Portitxol palmesano), paso previo a la propuesta de vinos, en los que destacan numerosos de la zona y bastantes de bodegas italianas, todos ellos a precio razonable.

Nuestra cena se centró en unas finísimas rodajas de vitello tonnato frío sobre la bien lograda salsa de mayonesa y anchoas, perfecta para compartir en época de calores veraniegos (16,5€). Un buen entrante para adentrarse en la selección de pasta, la estrella de la casa. Muy sabroso el cacio e pepe, clásico de la cocina romana, linguini sobre salsa de pecorino, en este caso de Cerdeña, que le aporta mayor jugosidad. Lo sirven sobre la propia carcasa del queso para que se impregne de su potente sabor, al que añaden un poco de trufa negra. De ahí, al plato. Una receta clásica, sencilla, que necesita el punto y los acompañantes adecuados (19,5€).

Muy buenos también los tortelloni rellenos de rape, taleggio (queso cremoso de la Lombardía), parmesano y nueces, algo secos, ideales para compartir (16,5€). Y la que nos resultó más sorprendente fue una finísima pasta larga con lubina, alcachofas y botarga, de sabor intenso. Como vino, elegimos un elegante Vinyes Velles de José L. Ferrer, con buena estructura, servido ligeramente fresco, que resultó un idóneo acompañante de la zona para todas estas pastas. De postre, tomamos el tiramisú de la casa, suave, cremoso y ligero. Nos ofrecieron como cortesía –apenas tomamos un sorbo, porque había que conducir– un buen limoncello, no casero, pero interesante. Buen restaurante, acogedor por la ubicación de su terraza, con servicio diligente y un adecuado dominio de la pasta, cocinada con productos y recetas tradicionales de la buena gastronomía regional del país transalpino. Ideal para quienes deseen disfrutar de la cocina italiana alejados del bullicio palmesano.