Buena cocina tradicional en Ca'n Marió.

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Can Marió lleva décadas siendo un referente turístico en Valldemossa entre los restaurantes de Mallorca. Muy cerca de la Cartuja, fue durante muchos años hostal pionero, que llegó a tener 21 habitaciones, además de tienda, mercería, café y restaurante, y hasta un servicio de carruaje para trasladar a sus clientes. Actualmente, este establecimiento se ha convertido en algo muy parecido a una bien cuidada casa familiar, con un prestigio labrado a lo largo de sus muchos años de vida. De ahí que el doctor Jaume Mercant, descendiente de la familia propietaria, le haya dedicado un reciente libro (Documenta, 2022), en el que repasa la historia del establecimiento y en el que recuerda los interesantes momentos por los que atravesó, así como su relevante clientela. En él se hospedó el archiduque Luis Salvador, y por allí pasaron personajes sobresalientes, como el actor mallorquín Fortunio Bonanova, que triunfó en Hollywood, y muchos pintores que recalaron en la elegante población de la Tramuntana, desde Santiago Rusiñol a Coll Bardolet, de los que hay obra colgada en sus paredes.

Can Marió ha experimentado una notable evolución desde sus primeros años. Sigue ubicado en el mismo lugar, ya no es hostal, pero mantiene su restaurante, que conserva las esencias de una comida tradicional, de platos y productos muy vinculados a la tierra mallorquina. Sus propietarios se mantienen fieles a sus orígenes, preservando los sabores de las recetas de toda la vida, conscientes de que es lo que buscan sus clientes, tanto turistas como autóctonos.

El acceso al inmueble no es muy diferente al de cualquier buena casa familiar mallorquina, con un zaguán con sillas mecedoras y sillones orejeros. Hay que subir unas escaleras, y allí ya se nota el bullicio de camareros moviéndose rápido, sacando platos de la cocina aledaña, de la que afloran aromas apetitosos. El dilema en Can Marió reside en por cuál de los platos apostar. Son apetecibles las sopas mallorquinas, los fritos de matanza, que aquí siempre han tenido fama, o los guisos más elaborados, como los escaldums de pollo, lomo con col, o las contundentes porcelles asadas, muy crujientes.

Son bastantes las ocasiones en que he visitado este restaurante, y casi siempre me ha dejado una placentera sensación de haber comido bien, con buena atención y una factura razonable. Es cierto que los precios han ido subiendo -dónde no!-, pero lo han hecho de una manera comedida, que es de agradecer. En nuestra última visita, fin de semana, sin reserva y a una hora tardía de almuerzo, con el restaurante prácticamente lleno, lo esperable hubiera sido que no nos atendieran, pero los propietarios nos recomendaron esperar unos minutos, tras los cuales nos ofrecieron una cómoda mesa en el comedor principal. Por la hora, nuestra comanda fue relativamente ligera. Un sabroso frito marinero (13 euros), generoso en verdura, patatas e hinojo; una fresca ensalada de cogollos, tomates y anchoas (11 euros), más unas estupendas berenjenas rellenas con salsa de tomate natural, jugosas, con los ingredientes bien ligados. Una de esas recetas por las que merece la pena acercarse a esta casa de comidas (13 euros). Y unos magníficos calamares rellenos con piñones, que he pedido prácticamente todas las veces en que los he visitado. Plenos de sabor, deliciosos (19,5 euros).

De postre, milhojas de crema pastelera (7,5 euros), y un intenso coulant de chocolate negro con helado (6,5 euros). A la comida le fue bien un ligero rosado mallorquín de Binissalem, de precio comedido, buen complemento para un almuerzo sin sofisticaciones, pero con la sencillez que sobresale cuando la cocina está bien planteada y mejor resuelta. Restaurante que se mantiene como buen referente de la cocina tradicional, con servicio profesional -a veces, lógicamente, algo estresado-, y detalles de agradecer, como manteles y servilletas de tela. A mediodía suele estar lleno, y la reserva con antelación es imprescindible.