Si queremos un plato más completo, asamos las patatas con su piel y añadimos espinacas.
«Para qué has traído estos ladrillos?–preguntó Marguerite. Para hacer un hornillo, respondió Laurent...Y entonces construyó con cinco ladrillos una especie de hogar, y metió en él, pedacito a pedacito, leña seca. Después le prendió fuego, y la llama brotó enseguida. Luego los dos niños fueron buscando por los alrededores más trocitos de madera y los iban echando a la hoguera hasta que esta se mantuvo encendida. Las llamas poco a poco se fueron apagando y sólo quedaron unas pocas entre las cenizas medio ardientes. Entonces Marguerite se acercó y puso las patatas entre las brasas y cuando éstas iban volviéndose grises, Laurent soplaba con todas sus fuerzas para encender las llamas de nuevo y echaba de cuando en cuando algunos palitos secos para que las llamitas fueran dorando las patatas. Ayudándose de unas ramas fueron colocando las patatas sobre una tapia de piedra seca y una vez enfriadas, rasparon su corteza ennegrecida y se las fueron comiendo, junto con el queso fresco que habían traído. Seguidamente dieron buena cuenta de algunas manzanas que sacaban de su macuto para acabar diciendo que aquella era la mejor comida del mundo».
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