«El ama del cura de Cebre era conocida por su destreza en batir mantequillas y asar capones... Ponía en marcha sus guisos, echando a remojo sus lacones y garbanzos y revistaba la despensa atestada de dádivas de los feligreses: cabritos, pollos, anguilas, truchas, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas... La monumental sopa de pan, rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos cocidos, cortados en ruedas, que circulaba ya en gigantescos tarterones y se comía en silencio, jugando bien las quijadas...Todo era neto como la olla... Pollos asados, fritos, en pepitoria, estofados, con guisantes, con cebollas, con patatas y con huevos; aplíquese el mismo sistema a la carne, al puerco, al pescado y al cabrito…».
Emilia Pardo Bazán, el cura de Cebre y un cordero en cena de domingo
La escritora retrató con dureza el mundo rural gallego y la decadencia de ciertos personajes a los que el progreso social dejaría en vía muerta
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