Boquerones fritos.

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Han cumplido más de 60 años, ya es la segunda generación, y siguen elaborando magníficamente platos de la gastronomía tradicional de Mallorca. No hay tantos lugares en la isla que se mantengan fieles a esta filosofía de dar de comer, de manera sencilla, platos clásicos que producen esa placentera satisfacción por su carta, buen servicio y por detalles como buenos manteles y servilletas y correcta vajilla. Si a eso se le une un precio razonable para su calidad, casi siempre constante y contrastada, miel sobre hojuelas. En este caso, además, con un excelente menú del día, que ha ido subiendo de precio, pero con coherencia. La conclusión es que entras con expectativas, y sales contento y con ganas de repetir.
Ca’n Nofre se encuentra al principio de la calle Manacor, a un paso de las Avenidas, y se mantiene fiel a sus principios, desde que Nofre lo abrió en 1962. Su hija lo mantiene vivo y en buen estado, con un servicio rodado y profesional, y una clientela de habituales que recala -sobre todo a mediodía-, en busca de los platos de una carta no excesivamente amplia, pero siempre sugerente, y sobre todo, de un menú diario que incluye casi siempre atractivas propuestas. En nuestra última visita, entre semana de septiembre, con pocos clientes a la hora del almuerzo, ofrecían algunos de sus clásicos. Sopas mallorquinas, que cuando están bien elaboradas, producen excepcional placer. Tenían abundantes verduras y estaban muy jugosas.
Probamos también la ensaladilla rusa, que pone siempre a prueba la sapiencia de quien la prepara, y que tenía muy bien ligados patata, guisantes, verduras y atún con mayonesa, con un sabor estupendo. Como entrante, ofrecían también, aunque no lo probamos, frito de marisco, que recuerdo haber tomado con notable satisfacción en alguna ocasión anterior.
Como platos principales, incluían en su menú boquerones con tumbet. Me encantan los boquerones pero, a menudo, me decepciona su excesiva fritura. En este caso, estaban perfectos, crujientes por fuera y tiernos en su interior. Y, sobre todo, me pareció deliciosa la sepia guisada con cebolla y pasas. No hacía justicia el enunciado, que simplemente decía «sepia fresca con cebolla». Era mucho más que eso. Era todo un guiso, perfectamente ensamblado con la cebolla caramelizada y las pasas, que le daba ese agradable sabor dulce cuando está bien ligado. Se notaba que había sido cocinado con tiempo, con gran dominio. Un plato por el que merece la pena regresar. Como también lo merece el aperitivo, -no tanto por las olivas (correctas) o la mayonesa, que cobran aparte junto con el pan-, sino por la coca dulce de cebolla pochada, habitual en esta casa desde hace muchos años, maravillosa en su sencillez. Da gusto empezar un almuerzo con ese bocado delicioso, que sabe tan bien… cuando está bien elaborada. La otra propuesta de segundo, que no tomamos, era un solomillo ibérico a la plancha, buen trozo, con queso de cabra como acompañante.
Los postres que proponían ese día eran también para nota. Tomamos la magnífica greixonera de brossat, de justificada fama en esta casa, que no se puede despreciar si la incluyen en su menú. Y estaba también sabroso el trozo de Cardenal de Lloseta, bueno pero que difícilmente podía competir con la anterior. Manteles y servilletas de tela como ya comentamos y cubiertos cambiados con cada nuevo plato. El menú del día, 22,5 euros. Para los curiosos de la evolución de precios, costaba 12 euros en 2016 y 18 en 2022. La carta ofrece bastantes más platos del recetario mallorquín, apetecibles, muchos de los cuales integran periódicamente en su menú del día. Uno de los «siete magníficos» restaurantes de buena cocina mallorquina a los que se refería Andrés Valente, que sigue manteniendo un estupendo nivel de calidad y servicio, y que deseamos siga así durante muchos años más.