La buena mujer hizo sentarse a Lucía en la mejor silla y en el mejor lugar de su cocina. Se afanó para prepararle algún alimento, y con una aspereza cordial se negaba a recibir las gracias que le daba. Presto, presto, arrimando ramillas secas debajo de una gran cazuela donde nadaba un buen capón, hizo levantar el hervor al caldo, llenó una taza bien guarnecida de pequeñas rebanadas de pan, y se la presentó a Lucía. Era de ver como la pobre muchacha se reanimaba a cada cucharada, y su bienhechora, notándolo...Todos –decía– se esmeran hoy en tener algo de bueno en su mesa, salvo excepciones. Así pues, comed con buen apetito, que pronto el capón estará en su punto y podréis reanimaros mucho mejor... Puesta ya la mesa para su familia, se sentó con ellos Lucía, y la señora, separando un trozo de capón se lo puso delante, mientras el sastre, entre los primeros, discurría sobre lo que en la iglesia, los niños y él habían visto, y las criaturas intervenían también, comiendo de pie...».
Alessandro Manzoni, los novios y un capón relleno
Una vez que el capón esté bien dorado, lo colocamos en una fuente de servir y enriquecemos su sabor con un licor de aquella época
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