El capón debe servirse en una fuente precalentada. | RD

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La buena mujer hizo sentarse a Lucía en la mejor silla y en el mejor lugar de su cocina. Se afanó para prepararle algún alimento, y con una aspereza cordial se negaba a recibir las gracias que le daba. Presto, presto, arrimando ramillas secas debajo de una gran cazuela donde nadaba un buen capón, hizo levantar el hervor al caldo, llenó una taza bien guarnecida de pequeñas rebanadas de pan, y se la presentó a Lucía. Era de ver como la pobre muchacha se reanimaba a cada cucharada, y su bienhechora, notándolo...Todos –decía– se esmeran hoy en tener algo de bueno en su mesa, salvo excepciones. Así pues, comed con buen apetito, que pronto el capón estará en su punto y podréis reanimaros mucho mejor... Puesta ya la mesa para su familia, se sentó con ellos Lucía, y la señora, separando un trozo de capón se lo puso delante, mientras el sastre, entre los primeros, discurría sobre lo que en la iglesia, los niños y él habían visto, y las criaturas intervenían también, comiendo de pie...».

Ese fragmento literario de la obra Los novios, novela histórica de Alessandro Manzoni, fue publicada en 1827, con revisiones en 1840-1842, considerada su libro maestro y un clásico universal. Ambientada en la Lombardía del siglo XVII, Manzoni (Milán, 1785-id.1873) nos relata las aventuras de unos jóvenes novios de origen humilde.

Por nuestra parte prepararíamos un capón del siguiente modo: Lo deshuesamos, lo lavamos, lo escurrimos y lo salamos. Hacemos luego un relleno utilizando la batidora y mezclando dos yemas de huevo, el hígado del capón, una cucharadita de tomillo, una pizca de laurel en polvo y sal. Lo batimos bien y le agregamos trescientos gramos de ternera magra picada y formamos una bola más o menos homogénea que metemos dentro del capón. Lo cerramos y lo cosemos con hilo de cocina y una aguja gruesa. Luego, con un pincel pastelero, lo untamos ligeramente con aceite y lo horneamos por espacio de cincuenta minutos. Una vez bien dorado lo colocamos en una fuente de servir precalentada. Y si se quiere enriquecemos su sabor con un licor de aquella época, el Armagnac, un vaso del mismo que calentamos en una cacerola pequeña, lo prendemos con una cerilla y lo echamos sobre el capón. El alcohol se flambeará y sólo quedará el aroma.