Ramón Burgués-Safortesa (o Zaforteza), segundo conde de Santa María de Formiguera, conocido con el apodo de «el Conde Mal», tiene un doble aspecto: el histórico y el legendario. Históricamente es el segundo conde de Santa María de Formiguera, Ramón Burgués- Zaforteza Pacs-Fuster, de Villalonga y Nét, señor de las antiguas caballerías de Hero, Santa Margalida, Alcudiola, Maria, Puigblanc, Castellet y Tanca y otras propiedades como las posesiones Galatzó, Son Pont y s'Estorell. Nació en Palma, en el casal familiar de la Portella, el 15 de agosto de 1627, y murió, también en su casa, el 26 de octubre de 1694.
Ramon era hijo de Pere Ramon Burguès-Safortesa i Villalonga (1570-1639), quien hizo una brillante carrera militar, consiguiendo importantes recompensas por parte de los reyes Felipe III y Felipe IV: fue nombrado procurador Real del Reino de Mallorca, virrey interino del propio Reino y también de Cerdeña. Finalmente, Felipe IV le concedió, el 26 de junio de 1632, el título de conde de Santa María de Formiguera (con feudo o solar en el Conflent, Catalunya Nord).
Cuando en 1639 murió su padre, Ramón tenía sólo 12 años. Su madre, Dionisia Pacs-Fuster se volvió a casar, y lo hizo con su primo Asbert Fuster y Pacs, que tenía fama de ser altivo, intolerante y malcarado; indudablemente, el padrastro marcó la línea dura y de enfrentamiento que siguió la casa de Formiguera entre los años 1640 y 1650. El joven Ramón heredó dos graves litigios contra la Universidad local y los vecinos de Santa Margalida. Uno era la pretensión que tenían los Formiguera del dominio directo y cobro de diezmos de las comunas de aquel termino; además, querían ejercer jurisdicción civil y criminal sobre los habitantes de sus caballerías, vecinos la mayor parte de Santa Margalida, no ya como sucesores de la familia Illa (latinizado en Ínsula )-a quienes las había adjudicado el Conquistador el 1 de julio de 1230- sino por concesión de Felipe IV, cuando dio el título de conde de Santa María de Formiguera a su padre. Las exigencias de los derechos tributarios, validables por la Justicia del momento -basados en concesiones reales o en adquisicions legales, por parte del conde-, no habrían movido las luchas apasionadas que ensangrentaron aquella página de la historia mallorquina; sin embargo, el señor alodial mantenía también pretensiones del más absoluto feudalismo, que suponían para aquellos vecinos una total sumisión y carencia de libertad. Los margalidenses –‘vileros'- defendieron sus libertades, sin sujeción a ningún otro poder que el real, amparándose en las Franquezas del rey Jaime I y en el privilegio de Pedro el Ceremonioso, otorgado el 29 de marzo de 1344. P .de Montaner y A. Le-Senne, en un artículo de 1977 decían, en este sentido: «La cavalleria major era la demarcación territorial en la que el baró ejercía jurisdicción. En Mallorca se documenta su existencia desde los primeros tiempos después de la conquista catalana. En el siglo XVII varios barons rehabilitaron sus privilegios, influídos sin duda por la «peninsularización» que con fuerza se dió en Mallorca durante el reinado de Felipe IV, monarca tan conocido por sus concesiones a la Nobleza. La Casa de Formiguera encontró en tales pretensiones una enorme oposición que llegó incluso al extremo de patentizarse en una sublevación armada y numerosos crimenes» («Aproximación al estudio de la formación de la classe noble en Mallorca: El patrimonio de los Formiguera durante el siglo XVll»).
Tras varios meses de violencia. el 24 de noviembre de 1647 se llegó al clímax de la pugna entre el conde y los habitantes de Santa Margalida. Ese día, dos criados del conde mataron a arcabuzadas al síndico de Santa Margalida, Baltasar Calafat, frente a su casa, situada en Palma, muy cerca del convento de San Francisco. Josep Ramis de Ayreflor explica el tema y la relación que Galatzó tiene con la cuestión: «….cometido el crimen, reúnense con su señor, que, con el fin de despistar a la Justicia y ocultar su intervención, había salido de esta ciudad en los precisos instantes que realizábase el atentado, dirigiéndose, a galope tendido, montando un caballo alazán, hacia la propia villa de Santa Margarita. Acudió el Virrey en persona a la casa del herido, a tiempo de recoger de sus propios labios su declaración, en la que acusa a los homicidas y al Conde, su Señor, como instigador del atentado. Un sólo día permaneció Don Ramón en Santa Margarita; con su padastro, el Baile y los referidos criados, atravesando desolados parajes, se traslada a Galatzó, reuniéndose con su madre, que allí se encontraba.»
Como dice Guillem Colom i Ferrà: «Las luchas de la casa de Formiguera con el pueblo de Santa Margalida, defendiendo ambas partes sus derechos y privilegios, tienen un carácter típico que pone de relieve el de nuestro personaje y son causa de sus mayores abusos y el origen seguramente del apodo de «Mal» (malo) con que le apodó la fama. El rencor con el que miraban al conde, en vida y después de su muerte, los habitantes de las villas y posesiones donde radicaban las tierras grabadas con sus derechos señoriales, fueron causas eficientes que indujeron pronto a la fantasía del pueblo a acomodar la leyenda lóbrega del conde Arnau a la historia accidentada de nuestro conde Ramón, leyenda que, importada por la famosa canción, tomó cuerpo especialmente cerca de los acantilados sombríos de los alrededores de Galatzó y en las llanuras salobres de Santa Margalida». El conflicto terminó con la sentencia del Consejo Supremo de Aragón, que dio la razón al pueblo de Santa Margalida, y privó de ejercer al conde la jurisdicción civil y criminal sobre el pueblo, mientras que el Consejo de las Órdenes Militares condenó al conde a pagar 500 ducados y destierro del municipio de Santa Margalida, por estar implicado en la muerte del síndico Baltasar Calafat.
Más tarde, como dice el cronista Bartomeu Bestard: «Ramon Zaforteza quiso rehabilitar el prestigio de su persona y su linaje. Para ello se consagró al servicio de Su Majestad. Levantó a varias compañías militares en su costa para actuar en Catalunya. En 1653 fue nombrado maestro de campo y enviado a Girona, y más tarde fue nombrado procurador real de Mallorca. Los años templaron «las fogosas impetuosidades de su juventud». Fue un buen gobernante, logró apaciguar el Reino sacudido durante toda la centuria por los violentos choques entre diferentes bandos. Reformó y amplió Can Formiguera. Pese a casarse dos veces, Ramon murió a los 67 años sin haber logrado tener descendencia».
La leyenda: El Comte Arnau y el Comte Mal
El historiador Josep Ramis de Ayreflor Sureda estudió la biografía del segundo conde de Formiguera y su leyenda: «Aun proponiéndonos estudiar la persona del segundo conde de Formiguera históricamente, no podemos, en manera alguna, despojarle en un soplo de sus vestiduras legendarias que le cubren, sean estas tejidas en epocas relativamente modernas, cuando el romanticismo predominaba sobre toda tendencia, traigan su origen de inocente usurpación de la leyenda catalana, vigorosa, verdaderamente hermosa, que acompaña al caballero de otras edades Don Arnaldo de Mataplana, lo ‘comte mal', del Principado, que vivió en pleno siglo XIV». En la primera mitad del siglo XIX, varios escritores evocaron la leyenda del conde Mal, como Joan Antoni Ferrer de Sant Jordi i Vives, conde de Formiguera, que escribió en 1839 la obra 'La cruz de Calatrava o el Conde Malo', que no se publicó, y también Josep Maria Quadrado, que en 1842 compuso el romance titulado ‘Las bodas del Conde Malo'. De ahí surgió uno de los arquetipos legendarios del conde: «se hallaba establecido en un castillo en las faldas de Galatzó, ejerciendo un poder omnímodo por todo el distrito...». Además de estas obras decimonónicas, que combinan algunos elementos de ficción con una base histórica nada despreciable, son la tradición oral y los posteriores romances históricos, como el poema «De pressa!» de Ramón Picó y Campamar, que combinan la biografía del segundo conde de Formiguera con el conde Arnau, y relatan, según Joan Ramis, «atropellos, fechorías y desmanes del conde, lo que venía a ser tradición histórica de su vida, mezclando en ella apariciones del mismo, muerto ya, montado en caballo verde, en distintos predios de su casa, en Galatzó principalmente».
Por tanto, el segundo conde de Santa María de Formiguera, que vivió en una época violenta, marcada por las luchas entre Canamunt y Canavall, fue uno de los más claros representantes de la reacción señorial del siglo XVII. Las peleas, los muertos y los heridos, los abusos de autoridad y el miedo que reinaron aquellos años seguramente generaron el apelativo de ‘Mal' que acompañó al nombre del conde. La figura histórica de Ramón Burgués-Zaforteza, mezclada con la leyenda del Comte Arnau catalán, da como resultado que fantasías, tradiciones y recreaciones literarias se combinen con la realidad histórica. Todo ello configura uno de los personajes legendarios más completos de la historia de Mallorca, con gran cantidad de episodios que todavía circulan por la isla, especialmente en Santa Margalida y por las montañas de Galatzó.
La casa solariega del Conde Mal, Can Formiguera de Palma, en sa Portella, es el centro de algunas historietas: cuentan que el conde estaba enamorado de Margalida, monja de Santa Clara, y que el diablo le ayudó a hacer una torre en la misma casa, situada junto al convento de clarisas, para poder vigilar los movimientos de la enamorada. Esta torre se iba haciendo tan alta que los jurados, escandalizados, detuvieron las obras y obligaron a rebajarla. El diccionario Alcover-Moll se hace eco del cuento, con ‘dimonis boiets (duendecillos) como protagonistas: «A la ciutat de Mallorca és tradició que els dimonis boiets construïren en una nit la torre de Can Formiguera». En el mismo sentido, la tradición también comenta la existencia de una galería subterránea que comunicaba el convento con el casal, según recogen los versos del romance:
"Feis-ne tancar aquella mina, muller lleial,
que dóna al convent de monges, al convent sant".
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Guillem Colom equipara la historia del Conde Arnau con Adalaisa, la abadesa de san Joan, con la monja Margalida que reside, como monja de clausura, en el convento de Santa Clara y, posiblemente, la mina que iba de Montgrony al claustro de Sant Joan de les Abadesses, tiene en el poema de Colom la correspondencia con la que el conde, imaginariamente, hizo construir entre este palacio y el convento.
Los versos de Guillem Colom nos hablan de la torre y de su ambiente diabólico:
I entretant, no molt enfora,
a cent passes a la vora,
el diable ordia alhora sa teranyina infernal.
Veïna de la clausura
i omplint els voltants d'horrura,
s'alçava, esquerpa i obscura,
sotjant tothora el vell claustre, la torre del Comte Mal.
La casa del Conde de Santa María de Formiguera en la villa de Santa Margalida, recuerda el historiador Antoni Mas Forners, se alzaba en la actual calle Constitución (a la altura del n. 15). En la parte del palacio donde ahora hay una calle, se encontraba la sala delmera, que fue la antigua curia del bayle feudal del conde. El casal fue derribado en 1922, parece que por iniciativa del propietario de entonces, Vicenç Ferrer de Sant Jordi y Sáenz-Ramírez, poco antes de que Joan March Ordines -Verga- adquiriera parte del solar para construir la casa todavía hoy conocida como Can Verga Vell, en referencia a su padre, Joan March Estelrich. La casa del conde, con torre de defensa y fachada con ventanas ‘coronelles' (ajimezadas) y aspilleras, tenía un gran portal de medio punto al que se accedía por una escalera semicircular, que ha dejado su recuerdo en la toponimia del lugar (es Graons).
Según la tradición, el conde Mal, que era el señor alodial de casi toda la ‘Vila', maltrataba a los campesinos, los embestía con el caballo, no quería facilitarles tierra para trabajar, y hacía que los campesinos del pueblo le pagaran dos terceras partes de la cosecha. Además, según la tradición -inverosímil-, el conde ejercía el derecho de pernada con las chicas del municipio.
En una curiosa confusión, la tradición popular identifica al conde Mal con el inquisidor. Según cuentan, en el caserón, Cal Comte o Son Fortesa, había un pozo, llamado el pozo del Inquisidor, con pinchos de hierro a los lados y al fondo, donde el malvado conde tiraba al primero que le llevara la contra, accionando un mecanismo situado en un caballo de cobre que había encima del pozo. Esta situación, según la misma tradición, duró hasta que unos jóvenes de la villa decidieron casarse; él, que era militar, no consintió que su chica sufriera el derecho de pernada. Ese joven se puso de acuerdo con la mayor parte de los hombres de la Villa y pidió ayuda a las autoridades de la Ciudad, y delante de la iglesia, en el momento de la boda, los margalidenses, encabezados por el joven, embistieron al conde y sus hombres y los mataron o malhirieron, y prendieron fuego a Cal Conde, y de ese modo habrían puesto fin al dominio del conde sobre la Villa. Se trata de una ficción inverosímil, però, a pesar de todo, con base histórica; recoge los conflictos entre Santa Margalida y el conde, intentando, seguramente, justificar el levantamiento antiseñorial con la denuncia del impresentabla derecho de pernada que, sin embargo, nunca llegó a existir, no teniendo noticias documentales de caso alguno.
Como dice G. Colom: «On cobra la llegenda sa cruesa més horrenda és al fons de les muntanyes i alzinars de Galatzó…». Históricamente, la posesión calvianera de Galatzó, sirvió de refugio al segundo conde de Formiguera después de las violencias de Santa Margalida y Palma. En las casas, en el lado derecho del edificacio, hay unas marcas, que la leyenda identifica como las «potades del cavall del Comte Mal». Por otro lado, Joan B. Ensenyat Pujol habla de las «apariciones en la condesa viuda en el predio de Galatzó». En el interior de las casas, la leyenda, bordeando la superstición, habla de detalles como una piedra en forma de corazón que se encuentra incrustrada en la pared de los establos del ala oeste, que recordaría una aparición del corazón del Conde Mal. Hasta hace pocas décadas, se podían ver, en el ‘porxo' o buhardillas de la casa, varias cruces de madera colocadas estratégicamente para ahuyentar al espíritu maligno del difunto conde.
En la posesión de Galatzó, la leyenda del Conde Mal, señor de la finca, se concreta en lugares misteriosos como el denominado s'Argolla, junto a la casita de Es Tramuntanal. Joan B. Ensenyat recoge la leyenda que cuenta que estas rocas agujereadas era donde firmaban los prisioneros del conde: «Cepos del conde Malo», dice el citado autor. Cuenta Andreu Ferrer Ginart: «Dins es Tramuntanal, que és un sementer de Galatzó, hi ha s'argolla, o sien, dues pedres grosses ficades que tenen un forat a on diuen que el comte Mal fermava els que volia matar».
El Archiduque Luis Salvador, en su volumen de cuentos populares, titulado «Rondayes de Mallorca», recoge un ejemplar cuento tradicional, titulado «Es Pastor de Galatzó»: "Un pastor del Comte-Mal no le tenía mucha correspondencia, y el conde picado le dijo:
- Mira que morirás y no sabrás dónde.
- Ya lo sabré ya, donde sea que me maten, yo sabré dónde estoy...
Lo cogieron y lo metieron en un saco, pero él siempre sabía dónde se encontraba. Al final, tuvo que liberarlo, porque, como le dijo el conde: «ves más tú con los ojos tapados que yo con los ojos abiertos». Y ya no quiso matarle ni le dijo nada más.
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