Las casas son el archivo de nuestra biografía y la de los nos anteceden o han llegado después que nosotros. | Pexels

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Estos días he venido a México a ayudar a mi madre a desmantelar su casa para que pueda mudarse a un lugar en la ciudad, más cerca de mi hermano y su familia y que sea un lugar que responda mejor a su edad y su movilidad. Mientras volaba de Mallorca a México, dedique mi energía emocional y mental para organizar la logística de cómo, en cinco días, empaquetaríamos juntas toda una vida. Poco sabía yo de lo que este movimiento despertaría en mí.

Y así ha sido, esta semana, mi madre y yo hemos hecho un recorrido por la historia de nuestra vida. Un cajón y otro, los armarios, debajo de la cama, las cobijas de la cunas de mis hijos, las manoplas de béisbol, las infinitas cajas con fotos, bodas, bautizos, viajes, noviazgos. Cartas, libros esotéricos, filosóficos, científicos, poesía, filosofía, recetas de cocina apuntadas en servilletas, la organización de la fiesta que dejo escrita mi abuela para celebrar los quince años de mi madre, el libro que mi padre dedico a mi madre cuando comenzaron a ser novios, actas de defunción, espejos rotos, cosas por reparar que nunca se arreglaron, vestidos para salir de noche a fiestas que ya no llegaran.

La casa de mi madre guarda el registro de la memoria que ha sido este recorrido juntas hasta hoy y mucho de lo que ha sucedido en las generaciones atrás. Las bodas de los abuelos, la vajilla de la bisabuela, un mantel, la bata con la que pintaba mi bisabuelo… Las casas son el archivo de nuestra biografía y la biografía fue los que nos anteceden o han llegado después que nosotros. En esta casa me encerré también muchos y muchos días entre carriolas y pañales mientras mis tres hijos comenzaban a dar sus primeros pasos.

Pero también en esta casa fui la adolescente rebelde, la estudiante universitaria enamorada, la poeta, la mística, la mujer rota en duelos. Esta casa me ha contenido en todos los procesos de mi vida y en sus muros he dejado la memoria de exuberantes risas y dolorosas lagrimas.

No imaginaba, mientras volaba hasta allí, que empezar a meter todo esto en cajas y despedirnos juntas mi madre y yo de esta casa se convertiría en este proceso tan profundo de gratitud, de duelo, de nostalgia y de golpe de realidad de que las historias que creemos que durarán siempre también tienen fecha de caducidad. Para mi era imposible imaginar esta casa sin mi madre o a mi madre sin esta casa. Pero el tiempo, Cronos (el que devora a sus hijos) todo lo transforma, todo lo vuelve efímero y pasajero.

Empaquetar la casa me ha dado el regalo de poder hacerlo aun de la mano de ella y de transitar un duelo de cierre a la vez que la constante evidencia de que todo, absolutamente todo es pasajero, cambiante, finito y efímero. Cuando veo los registro de lo que un día fue absoluto y verdadero metido en una caja de cartón vuelvo a preguntarme una y otra vez ¿Qué es realmente lo que permanece? ¿Lo que pude hacer que nos salvemos o escapemos de las fauces de Cronos?

El intento, sólo el instante, lo que podámosla hacer de la vida con toda conciencia y plenitud aquí y ahora. Nada más, sin aferrarnos demasiado a nada más porque de todas maneras la fantasía de permanencia es eso, solo una fantasía. Bien dicen los chamanes de mi tierra mexicana: Asegúrate de caminar con la muerte pegada a tu hombro.

Suena espantoso, ¿verdad? Y sin embargo verdadero como la luz del sol.

Relacionarnos con la vida desde el instante presente en gratitud, en plenitud y buscando ser la mejor versión de nosotros mismos en cada momento.

Eso es lo único que tenemos y eso es lo que ira construyendo las historias y al narrativa que un día alguien contara de nosotros: así como en esta semana he escuchado a mi madre contarme las historias de los que ya no están y relatarme lo que ha sido nuestra historia de vida juntas en este hogar. Cerraremos las puertas, las cajas y la acompañare hasta un nuevo sitio, donde podrá inventar las memorias de sus últimos años.