Hoy en día, miro el mar desde la orilla que se ha vuelto mi casa. | JillWellington (Pixabay)

TW
0

Cuando miro atrás y busco reconocer a la mujer que a sus treinta tomó a sus tres hijos para irse a vivir a Mallorca, apenas la reconozco.

Me miro, la miro, como una versión de mí sumamente extraña. Reconozco las motivaciones profundas de querer salir de mi madre tierra mexicana para decidir venir, pero poco encuentro de resonancia emocional con la mujer que tomó tan trascendente decisión.

Una decisión que marca ya para siempre el rumbo de vida de mis hijos y muy probablemente de las generaciones que vendrán después de ellos.

Cuando miro a la mujer que vino, la observo con mucha compasión, entiendo las motivaciones emocionales y dolorosas que me hicieron decidir venir a la Isla y las contengo con profunda compasión.

Sin embrago, en la distancia reconozco que esas motivaciones respondían mucho más a un estado emocional convulso que a una decisión tomada desde la sobriedad emocional y la certeza de pertenecerme a mí en mí.

¿Cuántas de las decisiones más relevantes de nuestra vida las tomamos desde el lugar de la herida, el miedo, el trauma, el dolor, la duda interna? ¿Cuántas de las conductas absolutamente verdaderas para nosotras son en realidad la consecuencia de inconscientes motivaciones emocionales no resueltas?

Por eso cuando me preguntan a qué tengo miedo, respondo que a todas las partes de mí que doy por ciertas y a todas las partes de mí que desconozco.

Aquí vine a ciegas, como un náufrago que sólo busca una nueva orilla para poder ofrecer a mis hijos y a mi misma una posibilidad diferente de vida, y sin embargo, esta poderosa y generosa isla que ya amo profundamente, me dio el regalo del renacer.

Es aquí donde comencé un camino de volver a casa. De reencuentro intimo conmigo misma, la consolidación de una relación bellísima con mis tres hijos y un proyecto vital profesional.

Lo primero que hice fue cambiar mis hábitos: comencé por la sobriedad y saqué de mi vida cotidiana el alcohol. No tengo nada en contra de alcohol, sin embrago les aseguro que una mente sobria nos da la posibilidad de comenzar a discernir con mucho más claridad. El alcohol sirve para tapar y distraernos pero nos aleja de la posibilidad de mirarnos con honestidad.

Dejar de beber me dio dos primeras lecciones, una buena y una mala. La mala, fue que comencé a sentir todo lo que había reprimido durante muchos años y la buena fue que comencé a sentir lo que había reprimido durante muchos años.

Así es, en el dolor de sentir lo que había reprimido tantos años, encontré la luz y la fortaleza

Limpiando las gafas de la percepción comencé a ver las miles de decisiones erráticas que había tomado por falta de sobriedad, sobriedad física, pero sobre todo sobriedad emocional.

No hay nada que recomiende más a las personas que quieren comenzar su proceso de transformación que comenzar por cortar con cualquier elemento que sirva para evadir lo que realmente está sucediendo. En mi caso era el alcohol y también las relaciones de pareja.

Cuando miro atrás, reconozco con vergüenza el muuuucho tiempo que perdí en el drama de las relaciones y lo mucho que usaba el alcohol para tapar lo que realmente me sucedía.

Como he dicho, la mala notica cuando comienzas un camino de sobriedad emocional es que vas a sentir todo, la buena noticia, es que vas a sentir todo.

Hoy en día, miro el mar desde la orilla que se ha vuelto mi casa y siento infinita gratitud por estar aquí, tan lejos de mi tierra madre y tan cerca de este mar que me ha permitido un hermoso proceso de sanación, conciliación, perdón, amor, compasión, ...

Y si las motivaciones para llegar hasta aquí parecían erráticas, bien dice el dicho: «Lo que bien acaba, bien está». Aquí, en esta orilla del mar he vuelto a inventarme una vida de la que ya nunca quiero ni necesito escapar.