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Àlex Santos|BARCELONA
Joan Laporta, el joven letrado que hace casi dos años tomó la presidencia del FC Barcelona contra todo pronóstico, prometió un «año inolvidable» para el barcelonismo y ha entregado a sus consocios un título de Liga, que se resistía desde hacía cinco temporadas.

Pero el «año inolvidable», pronunciado por el mandatario barcelonista, tenía muchas dimensiones, además de la puramente deportiva, la principal para él, sin duda. También será inolvidable porque Laporta ha sufrido como nunca hubiese imaginado, hasta el punto de asegurar en su círculo privado que no sabía si un título de Liga podría llegar a compensar tantas angustias que le ha deparado su cargo en este segundo año de mandato.

La presión de los violentos seguidores del Barca contra él (obligado a cambiar de domicilio), una mala gestión con la designación de Valero Rivera como director de secciones, la dimisión de éste y las destituciones en la plana mayor del baloncesto, la ruptura en el seno de la junta, la remota posibilidad de sumar un año más sin títulos y los consiguientes problemas familiares, como producto de una ocupación exclusiva en el club, han llevado a Laporta a vivir con el corazón en un puño.

Vencedor sin paliativos en las elecciones del 15 de junio del 2003, Laporta recibió el apoyo de 27.128 asociados (52,57%) por 16.12 (31,8%) de su máximo rival, Lluís Bassat, y máximo favorito.

Aquel triunfo le dio a Laporta un cheque en blanco para dar un giro de 180 grados al club, sumido en una deuda económica descomunal y con un panorama a corto plazo desolador en lo deportivo.

Su primera puesta en escena fue para ver cómo el Barcelona ganaba su primer Copa de Europa de baloncesto y para presidir el último partido de Liga que el Barça de fútbol venció contra el Celta y que le sirvió para clasificarse para la próxima Copa de la UEFA.

Agobiado por la deudas y con las arcas vacías, el joven equipo de Laporta se sintió abrumado ante el futuro más próximo y la necesidad vital de «limpiar» el vestuario. Se encontró con un contrato televisivo multimillonario, pero para conseguir el soñado déficit cero en la gestión del primer año debió incrementar notablemente las cuotas de los abonos del Camp Nou (lo que originó una revuelta social) y apostó por una reducción drástica del gasto.

Otra de las acciones fue no contar con el técnico accidental (Radomir Antic) y dar la batuta a un ex excelente jugador de fútbol como Frank Rijkaard, pero un desconocido en los banquillos, sobre el que pesaba un doble fracaso, con la selección holandesa y con el Sparta de Rotterdam, con el que bajó a la segunda división.

A Rijkaard se le pidió comprensión económica (un sueldo de un millón de euros) y obediencia en la filosofía que deseaba impulsar el nuevo Barça. Para ello, se le entregó un equipo roto por todas las partes, con refuerzos del calibre de Ronaldinho, pero también futbolistas que representaban toda una incógnita como Márquez, Mario, Quaresma y Luis García, entre otros.

El Barcelona fue un mero espectador en la Liga y cuando su posición estuvo comprometida en invierno, el directivo responsable del fútbol profesional, Sandro Rosell, solicitó la cabeza de Rijkaard, la cual no le fue entregada, aunque insistió al final de la temporada. Este pulso mantenido por Rosell con el resto de directivos (especialmente Laporta) y ejecutivos (Txiki Begiristain) abrió una crisis que se ha arrastrado hasta hoy día.

El distanciamiento entre un sector de la directiva y Laporta, quien controla a la mayoría de sus socios en la junta, también encontró su caldo de cultivo cuando el gran grupo ganó una votación (14-3) para que no se «levantasen las alfombras» de la gestión de la anterior junta.

Laporta prometió espectáculo y un título como mínimo y el doble objetivo lo ha alcanzado. Vislumbró a principio de temporada que la entidad no podría soportar un nuevo año en blanco y apostó por adelantar la inversión económica una temporada; así, llegaron Deco y Etoo, la inversión por los cuales se acerca casi a los 50 millones.

No se le puede achacar, de esta forma, que el joven mandatario no haya tenido cintura cuando se ha visto entre la espada y la pared.