El holandés Frank Rikjaard (42 años) se ha erigido en uno de los
iconos del éxito deportivo del Barcelona, que el sábado consiguió
matemáticamente la Liga, porque su liderazgo en el banquillo
barcelonista ha permitido poner punto y final a cinco años sin
títulos y estrenarse definitivamente en el nuevo siglo cantando el
alirón.
Rijkaard, el técnico con el sueldo más bajo de los entrenadores
que dirigen a los equipos más importantes de Europa, se ha
consagrado definitivamente en un banquillo, después de sus dos
anteriores experiencias, con la selección holandesa y el Sparta de
Rotterdam.
El entrenador del Barcelona fue la piedra angular sobre la que
la nueva junta directiva del club, liderada por Joan Laporta,
construyó el proyecto deportivo, junto a Txiki Begiristain, como
secretario técnico, con quien el holandés ha hecho buenas migas, y
con el fichaje de Ronaldinho, además del apoyo y experiencia del
directivo Sandro Rosell.
Rijkaard, una apuesta personal de Johan Cruyff, hombre de
confianza de Laporta, llegó al conjunto barcelonista en el verano
del 2003 tras un año sin entrenar y con nulas pretensiones, ya que
una de las condiciones de la directiva era cambiar la tendencia de
los últimos años, cuando el fichaje de un técnico comportaba la
llegada de numerosos jugadores de su confianza.
Proyección
Con Rijkaard no sólo no ocurrió esto, sino que recaló en el
Barcelona cuando el nuevo equipo estaba prácticamente en marcha, a
excepción de Ronaldinho, jugador con el cual el Barça buscó una
nueva proyección deportiva y de imagen joven para la entidad.
Pero a Rijkaard, en su primer año, las cosas no le acabaron de
funcionar bien. Las pretensiones desde la secretaria técnica de
jugar de una forma muy atrevida y la falta de acoplamiento de
algunos de los fichajes importantes, unido ello a la lesión de
Ronaldinho en medio de la temporada, llevaron al Barça a merodear
por los lugares bajos de la clasificación.
Una derrota contra el Racing (3-0) supuso en momento de
inflexión en las relaciones en la parcela del fútbol profesional,
que se arrastran hasta hoy. El máximo responsable del fútbol,
Rosell, pidió la cabeza del entrenador como «plan B» ante la
delicada situación del equipo. Laporta se aferró a estabilizar la
nave dando mayor confianza a Rijkaard y la jugada le salió maestra;
el Barça se hizo con los servicios de Edgar Davids a petición del
técnico, y el equipo realizó una de las remontadas más
espectaculares de los últimos años hasta finalizar en segunda
posición.
Aquella fue la primera tarjeta de visita que dejó el holandés
para que en un futuro no muy lejano se le tuviese en consideración.
Para este año, Rijkaard recibió recambios para las posiciones más
débiles había detectado, y así llegaron Edmilson, Deco, Etoo,
Giuly, Belletti, Sylvinho y Larsson (Albertini y Maxi, lo hicieron
en el mercado de invierno).
Con estas piezas, y ante la sorpresa de todos, el Barcelona
inició un campeonato pleno de éxitos y recibiendo toda clase de
elogios por su nivel futbolístico. Rijkaard, un apaga incendios en
la parte baja del Camp Nou, donde históricamente el club ha vivido
sus más importantes ajetreos, ha sido elogiado por tener el
«carácter adecuado» para sentarse en un banquillo como el
barcelonista, tan susceptible a verse dinamitado por cualquier
hecho.
Cuando ha tenido que sacar el látigo, lo ha hecho sin ningún
rubor, pero siempre con discreción y sin aspavientos, lo que le ha
reportado el reconocimiento y respeto de casi todos los estamentos
en el club. Gracias a su tesón, experiencia y conocimientos, ha
logrado reducir en un año la pretensión que se había marcado Txiki,
que no era otra que hacer el «equipo ideal» en el tercer año. En el
año deportivo, sólo se le achacará que su perfil más italiano de
poco le sirviese cuando el Barcelona salió a defender en Londres un
2-1 contra el Chelsea, y en veinte minutos el partido reflejaba un
3-0 difícil de explicar desde el banquillo, a no ser porque el club
se volvió a amparar en que el mal del Barca este año (las lesiones)
volvió a dejar desabastecido al equipo (lesión de Márquez) en la
una de las zonas más delicadas (mediocentro defensivo).
Al final, el Barcelona se ha hecho con un entrenador de bagaje
escaso en el banquillo pero en quien ha depositado todas sus
ilusiones porque a la vista de los hechos al final ha dado sus
frutos. Rijkaard lo hizo fácil; primero, intentó entender a su
vestuario como paso previo para transmitir sus conocimientos y,
después, orientó hacia el éxito a sus jugadores. Después de las
tensiones de los últimos meses, Rijkaard podrá sentarse a la mesa
para negociar la renovación de contrato. Lo hará en una posición
ventajosa y el club lo sabe, para lo que está dispuesto a
ceder.
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