Abel Antón saluda al público del estadio olímpico de Sevilla.

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JOSÉ ANTONIO DIEGO La gente se arracimaba en las aceras del circuito sevillano de doce kilómetros, al que los corredores tenían que dar tres vueltas, atraída, pese al calor agobiante (unos 36 grados al sol), por la esperanza de ver en los primeros puestos a los «guerreros» españoles. El presidente del Gobierno español, José María Aznar, se había acercado también desde el Parque de Doñana para no perderse el posible triunfo de un español en la carrera más larga del programa atlético. Al final bajó hasta la zona mixta para felicitar personalmente al vencedor, castellano-leonés como él.

Antón, pese a su avanzada edad para un atleta (casi 37 años), demostró bajo el asfixiante calor sevillano, la obstinación y la cachaza del labrador castellano. Nunca perdió la fe en la victoria, pese a que por momentos la carrera estuvo rota por delante, y llevó a cabo sus planes con precisión milimétrica. Los sueños de gloria del marroquí El Mustafá Damaui duraron una hora y 25 minutos, el tiempo que estuvo solo en cabeza desde el primer kilómetro hasta que el japonés Nobuyuki Sato le alcanzó a punto de llegar al trigésimo.

Los otros favoritos españoles cedieron muy pronto el protagonismo al jefe Abel Antón. Fabián Roncero perdió muy pronto contacto con el grupo y algo más tarde lo hicieron Alejandro Gómez y Martín Fiz, que no pudo repetir el histórico mano a mano de Atenas con Antón. Hecha la selección arriba, el keniano Simon Biwott y el italiano Vincenzo Modica, conocedores del final «asesino» de Abel Antón, se turnaron para tirar de un grupo de siete. Antón, imperturbable, aguantó todos los ataques.