La apertura ganadora del Bàsquet Inca no ha trastocado en exceso el
discurso de Paco Olmos. El técnico sigue declinando cualquier
posibilidad de plantearse objetivos a largo plazo y deja entrever
que el éxito puede resultar efímero si el grupo es permeable a la
euforia que emite el entorno. Pero en el precavido manual de Olmos
también aparecen fragmentos acentuados con ambición. «Este equipo
tiene hambre de victorias y tiene una predisposición al trabajo
impresionante. La verdad es que estoy orgulloso de todos los
jugadores y creo que hemos formado un gran equipo en todos los
aspectos», ha significado durante las últimas horas el preparador
de origen valenciano.
Granada y Alicante, dos de los equipos con más empaque de la LEB
han claudicado ante la solvencia de un Bàsquet Inca que parece
haberse desprendido del linaje perdedor que exhibió sin disimuló
durante demasiados años gracias, entre otras cosas, a un tipo
llamado Jaume Ventura Sala. El despido del entrenador que más
excusas ha sido incapaz de inventar y permanecer en su puesto
perdiéndolo todo y más, ha dado paso a un nuevo estilo. Olmos cree
en el trabajo y el Bàsquet Inca actual es un equipo que hace cosas,
básicamente porque las entrena.
El diseño del plantel se ha realizado bajo un patrón coherente.
De hecho, con una inversión económica prácticamente idéntica a la
del curso anterior es difícil entender como gasto el dinero Ventura
y como lo ha invertido Olmos, un entrenador que también ha gozado
de una gran autonomía para confeccionar el equipo. En el Bàsquet
Inca del último milenio hay de todo, mientras que en las plantillas
que elaboró un entrenador de infausto recuerdo para el baloncesto
balear la descompensación era evidente, un insulto a cualquier
lógica.
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