Hasta ayer, la andadura del Mallorca en la última temporada del
milenio se escribía en los epílogos pero el destino de los
bermellones "que no augura nada bueno" dio un giro sustancial en
Balaídos cuando, nada más comenzar el segundo tiempo, Víctor
Fernández encomendó a Mostovoi la tarea de dar lustre a un Celta
apelmazado y gris.
Exhibiendo un don extraordinario para desplazar el balón,
Mostovoi dibujó un pase colosal para que Karpin batiera a Burgos a
placer. El Celta encarrilaba una victoria que ni mereció ni
rechazó. El combinado gallego no demostró ninguna superioridad
insultante salvo en el apartado de la posesión de balón, una simple
estadística si se tiene en cuenta que el esférico circuló casi
siempre por el centro del campo, muy lejos de las áreas. Sin
embargo hizo una cosa mejor, mucho mejor que su rival: aprovechar
su opción. En esta ocasión, el Mallorca no pudo quejarse de falta
de definición en los últimos metros. Simplemente porque no hubo
últimos metros.
La falta de pegada del grupo bermellón no fue producto de una
mala tarde, sino del planteamiento ñoño y carente de iniciativa de
siempre. Vázquez volvió a maquillar su miedo con el eufemismo del
doble pivote poblando su once inicial de defensas muy capaces de
desbaratar las intenciones de Karpin, Revivo o Gustavo López, pero
de escaso poder creador.
Vázquez ni siquiera reaccionó tras el gol. El técnico gallego
tardó doce minutos en recurrir a Tristán y colocar a dos puntas
sobre el campo. A partir de ese momento el Mallorca tuvo otro aire
y llegó a controlar algunas fases del segundo tiempo. Incluso pudo
haber marcado si su zona medular llega a funcionar. Sin embargo
este equipo se comporta como si se le hubiera pasado la hora, sin
convicción ni ganas, víctima de la desidia que paseó sobre el
césped durante toda la primera parte.
Una derrota, en definitiva, que reclama reflexión. Si el temor a
perder se traduce en perder, convendrá revisar dónde nace ese
proceso mental que lleva a que la revelación de la pasada temporada
esté hoy muerta de miedo. Vázquez tiene quince días de tiempo para
meditar sobre ello antes de que el Depor vuelva a hacerle
temblar.
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