Con el serbio sobre la pista, el equipo de Sergio Scariolo es
otro, juega más, cree más y encuentra un caudal de recursos que,
por fin, ha permitido ver un atisbo de las verdaderas posibilidades
que encierra el vestuario blanco. Eso sí, respaldadas por otro
aspecto de capital importancia que llevaba de cabeza a los blancos:
la irrupción de un hombre interior de garantías, que ante los
malagueños volvió a ser Eric Struelens, resucitado de un oscuro
bache.
Diez rebotes y catorce puntos del belga insuflaron al Real
Madrid la consistencia que tanto echaba de menos. Struelens desde
las alturas y Djordjevic a ras de suelo devolvieron la sonrisa a
los tensos rostros de un equipo que ya no se reconocía ni a sí
mismo.
El yugoslavo sabe arrancar lo mejor de los demás. A los blancos
les hacía mucha falta acabar con una racha que ya estaba empezando
a repercutir en la autoconfianza de todo el grupo y Djordjevic les
enseñó el camino. Primero, para anular un fulgurante despegue
malagueño y jugar, por fin, al baloncesto; luego, en los instantes
críticos, para enseñarles a todos la fórmula mágica de la
victoria.
Djordjevic supo galvanizar la buena labor de Eric Struelens,
habilitar al belga con balones interiores, poner el balón en manos
del perímetro sobre las posiciones que necesitan los aleros para
descargar la muñeca y, por encima de todo, rescatar un concepto
básico del baloncesto: el contragolpe.
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