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EUROPA PRESS. Palma. Mallorca y Osasuna empataron en un encuentro en el que la igualada era el resultado más justo que podía darse a tenor de lo observado sobre el terreno de juego. Tras una primera parte de claro dominio visitante, la expulsión del mallorquinista Niño provocó paradójicamente la reacción del club balear.

Los primeros 45 minutos sólo tuvieron un color, el del Atlético Osasuna, que se adelantó a los 25 minutos de juego por mediación de Ivan Rosado, y que tras el gol siguió dominando a los locales con triangulaciones precisas y un atrevido palnteado por Míguel Angel Lotina. La superioridad visitante se produjo gracias a la claridad de ideas de Sabino y Angel, que nutrían de balones a un escurridizo Ivan Rosado, delantero que llevó de cabeza a los centrales mallorquinistas.

Fue precisamente Rosado quien, tras un gran pase de Angel, remató desde una distancia de 25 metros, elevando el balón por encima del guardameta Leo Franco, en una jugada en la que los dos centrales, Niño y Nadal, no supieron atar al futbolista onubense.

El público de Son Moix se impacientó, llegando a silbar a su equipo, en especial al delantero Samuel Etoo, protagonista durante toda su trayectoria en el club balear, de innumerables capítulos de indisciplina. La segunda parte fue diferente, porque el Osasuna apretó única y paradójicamente, hasta el momento en el que el colegiado se decidió a expulsar al mallorquinista Fernando Niño, a los 64 minutos de juego. Antes, había llegado el gol del inmerecido empate, en una jugada aislada de ataque, que culminó la cabeza de Nadal, tras pase de Marcos. El técnico mallorquinista, Luis Aragonés, buscó la reacción de su equipo incluyendo a Marcos y a Finidi en el campo, y enseguida encontró la respuesta. Incomprensiblemente, a partir de entonces y a raíz de la salida de Carlos, el Mallorca jugó mejor con 10 y llegó a crear hasta cinco ocasiones claras, anulando el poder ofensivo osasunista.

Finidi y Carlos, en tres ocasiones, tuvieron la victoria en la mano, pero el Mallorca no pudo ganar quizás por la precipitación del sevillano Carlos, cuya velocidad desbordó a los navarros, sin conseguir sin embargo, el ansiado acierto final.