Saviola y Fernando Niño, en una acción del partido disputado en Barcelona. Foto: ALFAQUI.

TW
0

3 FC BARCELONA: Bonano (HH) Puyol (HH), Frank de Boer (HHH), Andersson (HH), Sergi (H), Xavi (H), Luis Enrique (HHH), Cocu (HH), Geovanni (HHH), Kluivert (H) y Saviola (HHH).
Cambios: Gabri (H) por Sergi en el minuto 46; Gerard (H) por Kluivert en el 59* y Motta (-) por Luis Enrique en el 72*.
0 REAL MALLORCA: Miki (H), Olaizola (H), Nadal (H), Niño (H), Miquel Soler (H), Engonga (-), Marcos (-), Campano (HH), Alvaro Novo (-), Paunovic (-) y Luque (-).
Cambios: Biagini (H) por Paunovic en el minuto 46; Francisco Soler (-) por Marcos en el 66* y Riera (-) por Àlvaro Novo en el 83*.
Àrbitro: Alexis M. Pérez Pérez, del Comité de Las Palmas. Mostró doble cartulina amarilla a Niño, que fue expulsado en el minuto 62.
Goles:
1-0, minuto 9, Luis Enrique se adelanta a Miki a la salida de un córner lanzado por Geovanni.
2-0, minuto 27, Luis Enrique recoge un pase de Puyol y bate a Miki desde la frontal del área grande.
3-0, minuto 32, Saviola remata un gran pase de Xavi sobre Geovanni, quien después habilita para el argentino.

M. ALZAMORA/T. TERRASA
ENVIADOS ESPECIALES A BARCELONA
El Mallorca ofreció su repertorio más siniestro en Barcelona. Apático, confuso y sin nada de nada, el grupo balear exhibió una imagen siniestra en el Camp Nou, donde recibió una humillación sin parangón. Si se puede perder de muchas maneras, el conjunto de Krauss escogió la peor. En poco más de treinta minutos, encajó tres goles y se limitó a deambular como alma en pena ante la burla de toda la grada. Después de ayer, negar la crisis balear es obviar la realidad. El Mallorca camina directo hacia el patíbulo, fundamentalmente porque parece despejado de las credenciales que le han permitido moverse entre la élite durante las últimas temporadas. Seis jornadas después, este equipo es casi irreconocible. Sin orden y disciplina, la receta de éxitos pretéritos, el cuadro bermellón se ha abrazado con la vulgaridad. Aún con mucho margen para la rehabilitación, el futuro resulta inquietante.

Blando a más no poder, el Mallorca decidió facilitarle el trabajo al Barça. El cuadro azulgrana no rechazó la invitación y en el minuto 27 ya había aprovechado dos de la docena de regalos con los que fue agasajado. Luis Enrique fue quien estableció una distancia casi insalvable. Primero rentabilizó la pasividad de la cobertura balear para rematar un saque de esquina producto de la falta de entendimiento entre Miki y Miquel Soler; el segundo también llegó como producto de la pasividad de la cobertura. Puyol metió un pase en profunidad y Luis Enrique rompió por el centro para controlar el balón y batir de nuevo a Miki. Lejos de reaccionar, el Mallorca se mantuvo atrincherado y siempre a merced de un Barcelona que acumulaba ocasiones y más ocasiones. Saviola, que junto a Geovanni se artó de crear cortocircuitos, firmó el tercero.

Con el partido totalmente sentenciado, el Mallorca intentó una tímida reacción. Krauss dejó en el vestuario a Veljko Paunovic y recurrio a Leo Biagini, pero el guión no sufrió excesivas alteraciones. La relajación local permitió a los baleares disponer de alguna ocasión, pero sin excesiva fe. Poco a poco, el Barcelona recuperó el mando del partido. Geovanni siguió dejando en evidencia a Àlvaro Novo y Miquel Soler, aunque eran minutos de pura basura porque el partido llevaba mucho tiempo finiquitado. Si el Mallorca no tenía suficiente, en el 62* Fernando Niño veía la segunda tarjeta amarilla y dejaba a su equipo en inferioridad numérica. Con diez jugadores sobre el campo, el Mallorca quedó totalmente en manos de un rival que guiñaba a la grada.

Lo mejor que pudo ocurrirle al Mallorca fue escuchar el pitido final. El equipo de Krauss ha marcado un solo gol en seis partidos, se encuentra en zona de descenso y su fútbol resulta desconcertante. Todos estos argumentos aconsejan una reflexión. El Barcelona, sin jugar un gran partido, pudo obtener un marcador escandaloso, pero no necesitó más de cuarenta y cinco minutos para dejar el partido totalmente resuelto y convertir la reanudación en una pura anécdota.