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A. Orfila Sólo el tiempo dirá si Gandía ha alumbrado a una nueva estrella, aunque Carlos Crespo parece desprender un buen puñado de luz. De momento ha alcanzado un logro reservado a los mejores: el subcampeonato del mundo júnior y eso es acariciar el cielo. Jamás el billar balear había apuntando tan alto. Sólo el griego Filipo Kasidoscostas le impidió alcanzar la última estación. Las cámaras de televisión, una sala repleta de ojos expectantes y el oficio de un rival instalado en el profesionalismo pesaron demasiado en el final. Pero Carlos Crespo estuvo ahí, en la final del Mundial de billar a tres bandas y eso le convierte en el segundo mejor jugador del planeta.

El trayecto no fue fácil. Tras superar a Fuster (España), In Su (Corea), Schilinger (Francia), Linmenan (Alemania) "cuartos de final", el mallorquín topó se encontró en semifinales con su compañero de selección José María Más y después de tres horas de partida, Crespo alzaba los brazos. «Dicen que para ganar una final primero tienes que perder una. Intento extraer una lectura positiva y personalmente estoy muy satisfecho de como me han ido las cosas».

Carlos Crespo parece un tipo tranquilo, su futuro más inmediato está en el centro de alto rendimiento Infanta Cristina "la Federación Española ha cursado una solicitud al CSD", aunque cuando se le pregunta por las ayudas que recibe no duda es esbozar una irónica sonrisa. «Nada de nada». Sólo su padre y Miquel Gelabert y Guillem Sacarés, inseparables compañeros de entrenamiento, saben lo que ha sufrido.