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Generalizando y asumiendo por tanto el riesgo que conlleva el ejercicio en cuestión, el jugador profesional lleva tiempo convertido en un ególatra compulsivo. La epidemia se desencadenó poco después de que el baloncesto se convirtiera en un deporte de masas y los clubes transigieran una y otra vez hasta convertirse en el principal cómplice de una enfermedad para la que nunca se ha encontrado antídoto. De eso han pasado mucho años, decenas de ellos. Y como ante cualquier problema sin solución, se ha acabado aceptando con naturalidad; conviviendo con el hasta provocar una situación de absoluta normalidad. Es algo que está ahí y ante lo que no se puede hacer nada.

En situaciones delicadas "casi siempre desencadenadas por los malos resultados" casi todo suele cobrar una dimensión muy especial. El escenario cobra un aspecto peculiar, parecido a un baile de disfraces. Se intercambian las caretas y la navaja se mueve con soltura. El vestuario deja de ser sagrado "si es que alguna vez lo fue" y los periodistas amiguetes se frotan las manos. De hecho, es obvio que los jugadores han desarrollado un instinto de supervivencia que les suele exculpar de todo. O son las zapatillas, o el viaje o el cha-cha-cha. Han nacido siendo adulados y casi ninguno acepta las críticas.

Desde que se abrió la temporada, la prensa ha sido muy respetuosa con la plantilla del Drac Inca. Salvo el despedido Larry Richardson, ningún jugador ha sido públicamente cuestionado. Es algo que quizás atente contra la lógica más pura "el equipo comparte con el Sondeos la última posición y acumula cuatro derrotas consecutivas", pero es una realidad tangible. Los árbitros, la entidad de algunos rivales y las lesiones han servido hasta ahora de coartada para un grupo que ya se ha quedado sin excusas. Alicante ha marcado un punto de inflexión. Es difícil jugar peor y cada uno debe asumir su cuota de responsabilidad. El Drac Inca se ha metido en arenas movedizas y la plantilla tiene la palabra. A estas alturas, sólo Kelby Stuckey, Juan Miguel Navalón o Alberto Alzamora merecen algo de credibilidad y respeto deportivo. Callan y trabajan. Se les ve sufrir e independientemente de su productividad, se les puede reprochar pocas cosas. Del resto del plantel se siguen esperando buenas noticias. Y ya va siendo hora.

Visto lo visto hasta el momento, ningún directivo se atrevería a firmar ahora un contrato de tres temporadas de duración a Willy Villar. Escribirlo no resulta edificante, pero es una obviedad. Como también lo es que el curso anterior rindió a un buen nivel.

Hoy por hoy, el Drac Inca es un equipo con algunas limitaciones, pero tiene argumentos suficientes para ganar el viernes a la Universidad Complutense o evitar ridículos como el de Alicante. Es algo muy manido, pero si los jugadores acostumbran a adonarse con sus derechos, también tienen obligaciones. Los del Inca pueden pedir muchas cosas, pero también deberían ganar algún partido. La radiografía también aconseja a la patronal mover pieza e intentar incorporar de un vez por todas a un segundo extranjero. A diferencia de otros años, hay muchas cosas en juego.