Antes, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el
belga Jacques Rogge, aludió en su discurso a la «horrible tragedia»
vivida por el pueblo estadounidense el 11 de septiembre y subrayó
que «permanecemos unidos» a él en la promoción de «nuestros comunes
ideales y en la esperanza por la paz mundial». Rogge, en sus
primeros Juegos como presidente del COI, recordó a los deportistas
que un campeón es alguien que «respeta las reglas, rechaza el
dopaje y compite en el espíritu del juego limpio». Por su parte el
presidente del Comité organizador, Mitt Romney, obispo mormón,
agradeció a los atletas por honrar la vida en este momento tan
amargo de la historia.
Los espectadores pagaron 885 dólares para asistir a una
ceremonia de dos horas, que costó 38 millones de dólares, y que
contó con la actuación de Sting y del Coro del Tabernáculo mormón,
danzas y ofrendas de miembros de las cinco tribus indias de Utah
que invocaron buenos augurios para los 2.531 atletas, récord de los
Juegos de Invierno. El acto, que se calcula tuvo una audiencia
mundial de 3.500 millones de espectadores, llegó a su momento
culminante cuando entró en el estadio la famosa bandera hallada
entre las ruinas de las Torres Gemelas, llevada por ocho
deportistas olímpicos estadounidenses y bomberos y policías de
Nueva York. Bajo un emotivo silencio, los portadores de la bandera,
caminaron lentamente y se detuvieron en el centro de la pista para
escuchar la interpretación del himno nacional norteamericano.
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