Pocas veces tanto ruido ha acabado provocando tanto silencio. La
última fase de la catarsis ha evidenciado demasiados errores de
cálculo. Justo cuando la estabilidad acariciaba su paradigma y el
Mallorca se abría paso entre los mejores equipos de Europa, todo ha
estado a punto de desvanecerse con una violencia extrema. El
proceso de oxidación ha sido tan rápido que ha acabado perdiendo la
naturalidad que ofrece la propia decadencia. Los tiempos han
viajado esta vez a todo trapo. Sólo así puede explicarse que en
unos pocos meses la opulencia de la Champions acabara ofreciendo un
peligroso flirteo con el infierno de la Segunda.
Diseccionar la temporada del gran batacazo es sencillo. Uno
hurga en cualquier sitio y sólo encuentra derrotas y más derrotas.
Su peso y tiranía quedaron reflejados en un banquillo por el que
han desfilado hasta tres entrenadores "Bern Krauss, Sergio Kresic y
Tomeu Llompart. Al final, sólo un tipo de la casa consiguió
reanimar a un Mallorca que falló en todos los frentes que abrió. La
Liga de Campeones cerró sus puertas cuando acabó la primera fase;
un equipo anónimo le despidió de la Copa UEFA; el Córdoba le sacó
los colores en la Copa del Rey y la competición doméstica siempre
fue un tormento.
Krauss achacó el repentino desplome de su equipo a las elevadas
exigencias de la propia competición. «No tenemos plantilla para
jugar dos partidos por semana», aseguró el preparador alemán cuando
su manual empezó a estar bajo sospecha. Los números otorgaron
cierta credibilidad a sus argumentos, pero su trabajo también
arrojó demasiados interrogantes. Krauss heredó el esqueleto de Luis
Aragonés. Sólo Finidi George, traspasado al Ipswich Town de la
Premiguer League en la recta final de la temporada, causó baja.
Fatih Akiel, internacional turco, Cristian Díaz, centrocampista
argentino con pasaporte italiano, y Vicente Fernández, un defensa
central con pasado en el Sporting de Gijón, fueron los refuerzos.
Ninguno de ellos alcanzó la titularidad. Fatih acabó siendo un
futbolista con demasiados problemas de adaptación, Díaz no
convenció a nadie y las lesiones martirizaron a Vicente. Krauss
también perdió a las primeras de cambio a Ariel Ibagaza, pieza
básica en el engranaje de Aragonés y que nunca tuvo sustituto.
El incesante goteo de derrotas y la propia grada precipitaron el
primer cambio de entrenador. Con el equipo vivo en la Champions
pero anclado en zona de descenso en la Liga, Mateo Alemany decidió
escuchar a la afición. El presidente eligió a Sergio Kresic para
reconducir la situación. El técnico croata, que la temporada
anterior había dirigido a la UD Las Palmas, aterrizó en la Isla con
fama de cicatero y no tardó en exponerlo con claridad. Armó una
defensa con tres centrales y despobló la vanguardia. Su receta
funcionó a tirones. El Mallorca fichó a Losada (Oviedo) y en
diciembre fue dado de alta junto al guardameta Carlos Àngel Roa.
Ambos acabaron teniendo su cuota de protagonismo, pero también
acabaron siendo engullidos por una dinámica perdedora que siempre
estuvo presente.
Sergio Kresic perdió demasiadas cosas. Bajo su mando se agotaron
las opciones en Europa (Liga de Campeones y UEFA) y por el camino
también se quedó la Copa. En la Liga, el Mallorca no dejó de ser un
equipo fluctuante. Se manejó siempre entre la línea del descenso y
la salvación, aunque su falta de consistencia en Son Moix resultó
exasperante. A falta de tres jornadas para el final del campeonato
regular, la visita del Betis acabó agrandando la herida balear. De
nuevo metido en las mazmorras y con demasiados nubarrones en el
horizonte, Mateo Alemany cesó a Kresic y entregó el equipo a Tomeu
Llompart. Con un calendario especialmente espinoso (Real Madrid en
el Bernábeu y Valladolid en casa) y con el futuro en otras manos
(el equipo dejó de depender de sí mismo), el hombre que devolvió al
equipo a Primera División desafió a la lógica y ahí lo dejó.
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