Luis Aragonés Suárez (Madrid, 28-07-1938). Parecía imposible que
alguien, entrenador o no, sombreara la figura que dibujó Héctor
Cúper en su estancia en la Isla. La inmaculada trayectoria del
argentino, escrita a golpe de final y granada de éxitos, se
antojaba irrepetible porque todo parecía irrepetible. Los discursos
de la era post-Cúper anunciaban el fin del ciclo más brillante
jamás conocido por una entidad acostumbrada a vivir entre miserias
y ruinas, azotada por las numerosas temporadas vividas en Segunda.
Pero llegó Aragonés, un tipo rancio, esquivo, profesional y poco
amigo de los formalismos, y devolvió al Mallorca al interior del
sueño. «Me fui del Mallorca por un calentón», aseguró poco después
de su despedida y ayer, un buen puñado de meses después, reconoció
que «es la mejor Isla del mundo y allí pasé un año fantástico en
todos los aspectos, tanto en lo personal como en lo deportivo».
Metió al equipo en la Liga de Campeones, lo dejó tercero en la fase
regular y se marchó con la sensación de que dejaba un hueco
imposible de llenar para el que viniera. Y así ha sucedido.
Gil quiso tener a un sabio en su imperio y le tentó con una
oferta maravillosa. Le dijo que allí, en Madrid, podría estar con
su familia, cerca de sus nietos, de su mujer, de sus hijos. Era
irrechazable, porque hay cosas que para un entrenador de 64 años
tienen más valor que el dinero. Sabía el presidente Atlético que no
podía convencer al de Hortaleza con simples argumentos
crematísticos y optó por lanzarle el anzuelo del corazón, de los
sentimientos. Lo reclutó para el proyecto de Segunda División, por
lo que Aragonés se convertía en el único técnico del mundo capaz de
cambiar el oro por el fango, el cielo por el infierno.
«Fui prisionero de mis palabras; me arrepentí de la decisión
cuando se me pasó el enfado, pero me molestó saber que estaban
buscando entrenador a mias espaldas». Ese fue el argumento
principal para explicar que dejara el Mallorca en los brazos de la
Champions, justo en el pico de rendimiento que todo técnico ansía y
codicia. El año pasado, justo cuando el Atlético ya había perfilado
el ascenso y el Mallorca se jugaba una porción de historia en el
Bernabéu, Aragonés se encontró en Barajas con la plantilla balear,
con el presidente, con aquel cuerpo técnico que él había tenido en
el filial.
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