El uruguayo Walter Pandiani, en el suelo, durante el encuentro disputado ayer en Son Moix. Foto: T.M.

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Tres partidos después, las derrotas y las malas noticias tapan al Mallorca, una escuadra deshilachada y que, casi sin tiempo para pestañear, se ha metido en arenas movedizas. Su problema capital no radica en el paupérrimo estado de su cuenta corriente en pleno nacimiento de la Liga, sino en su elevado grado de vulnerabilidad y las deplorables prestaciones de su eje defensivo. Nadal ya no se parece a Nadal y Fernando Niño amontona tantos gazapos que su presencia en el campo se convierte en un despiadado ejercicio de mal gusto. A partir de aquí puede entenderse la enorme bofetada que recibió el Mallorca en el día de Luis.

De hecho, la vehemencia de los números acabó dejando demasiadas cosas en mal lugar, entre ellas, la pequeña revolución que aplicó Gregorio Manzano después de Valencia y el naufragio de Vigo. David Cortés ocupó el flanco derecho (Olaizola se quedó en el banquillo) y Francisco Soler (Marcos fue el sacrificado) tuvo su sitio en la sala de máquinas. El cambio de piezas acabó siendo eso, un simple intercambio de nombres sin repercusión alguna en el juego.

Cronológicamente, el partido se puso imposible cuando Leo Franco dejó de pararlo todo. Una entrada suicida de Poli inició la ruina balear. Después, todo fue una suma de factores que dibujaron a un equipo completamente descosido; desenganchado por todas las partes. Con Albertini, Contra y Emerson en el otro bando, la insolidaridad defensiva de algunos futbolistas que se mueven en el centro del campo acabó siendo desgarradora. En todo este caldo de cultivo, Fernando Torres fue algo más que un jugador temible. El «Niño» fue un tormento. Agrietado de cintura para abajo, el Mallorca rearmó su currículo de deméritos con una falta de pegada tan licenciosa como tóxica. Una acción de Walter Pandiani "lanzó alto el balón a menos de un metro de la portería y con Esteban en el otro lado" personifica lo que fue el equipo en ataque. Fue esa una acción (minuto 34) que podía haber alterado el rumbo de la cita, pero el remate del uruguayo se fue al cielo. Sucedió cuando el Mallorca había encontrado muchas grutas de acceso al área de Esteban y después de que Leo Franco se hubiera burlado de Correa y el propio Fernando Torres "resulta casi aberrante llamarle «Niño» después de lo que hizo ayer en Son Moix", aunque todo se quedó en fuegos de artificio. Mal asunto. Nada funcionaba bien.

Alcanzado el paradigma de la puerilidad en ataque y la defensa partida en varios pedazos, Correa se encargó de asestar una puñalada casi definitiva. La secuencia que precede al segundo gol rojiblanco delata la exagerada falta de fiabilidad de la cobertura local.