XISCO CRUZ. Enviado especial a Alicante.
La Copa sigue llena, y eso es lo mejor que se puede extraer de esta eliminatoria. Al margen de que el Mallorca ofreciera su imagen más vulnerable, de que el equipo nunca se enganchara al partido, de que apenas ofreciera algo interesante que echarse a la boca, lo cierto es que el equipo de Manzano ya está en octavos. Se ha acostumbrado tanto a ganar, que lo hace incluso en sus peores tardes, esas en las que no basta ni con el ingenio de Ibagaza. Las manoplas de Leo Franco y la templanza de Miquel Soler en los penaltis, han metido al conjunto balear en la siguiente ronda, allí donde comienza la cuesta abajo y donde avanzar resulta mucho más sencillo.
La escuadra balear apareció por el partido desconectado, algo deshilachado. Fuera por la alineación, o porque el rival achuchaba, el equipo tuvo un inicio confuso. Pascual y Edu García imponían un ritmo muy elevado en la transición del balón y los baleares sufrían en el repliegue. Sólo algún que otro arréon de Campano por la derecha o alguna carrera de Riera desatascaban a un equipo que padecía cuando no podía llevar la iniciativa. El Hércules se mostró animoso en el arranque y empujó hasta mirar a los ojos de Leo Franco; Lafuerza probó las manoplas del argentino en un disparo cruzado y Alfaro envió el cuero a la grada a poco más de un palmo de la portería en una irrupción galáctica de los alicantinos por el encuentro.
Fue entonces cuando el Mallorca notó que la eliminatoria se le iba de las manos y se puso el mono de trabajo. Paco Soler y Robles generaron algo de juego "encontraron a Etoo en la figura de enganche" y el equipo se alivió. Campano y Cortés se aplicaron en la derecha y el aspecto de los baleares empezó a ser otro. Robles primero y Riera después, tras combinar con Etoo, acercaron al conjunto rojillo al gol. Más que dar un paso adelante, los mallorquines trataban de dar un golpe de efecto al encuentro, que se había teñido de blanquiazul.
Turu Flores y Etoo se dieron cuenta de que su entrada en escena era perentoria para el Mallorca, porque el Hércules ya había cercenado las bandas y sólo mostraba carencias en el corazón de la defensa. Las dos luces bermellonas en ataque iluminaron a un equipo que por aquel entonces ya se sentía más cómodo en el partido, porque había recuperado la hegemonía y el balón. La segunda mitad amaneció diferente, porque el Mallorca mordió algo más y porque el Hércules tenía enormes limitaciones a la hora de crear. Sin Pascual en la arena, emergió la figura de Robles, que empezó a tener una gran cuota de participación.
A pesar de que las llegadas no eran tangibles, la sensación era de que el conjunto de Manzano podía volcar el partido en cualquier momento. Los baleares pisaban con frecuencia el área de Toño y las zancadas de Riera obligaron al equipo alicantino a correr menos riesgos de cintura para arriba, lo que le permitía al Mallorca ciertas licencias en la zona ancha. El técnico jienense notó que algo grande podía suceder y puso a Carlos sobre el tapete para ganar en dinamismo.
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