Las calles más céntricas se convirtieron en el punto de
concentración de ambas aficiones, aunque la marea roja fue la que
predominó y la que se hizo fuerte. Los conductores y todos los
transeúntes fueron «víctimas» del acoso de miles de mallorquines y
mallorquinistas que hicieron del casco urbano de Elche una
multitudinaria fiesta previa a lo que les aguardaba en los
exteriores del estadio Martínez Valero, que estuvo de manera
permanente conectado con el centro de la ciudad a través de una
línea de autobuses urbanos.
Al mismo tiempo que algunos aprovechaban para recuperar fuerzas,
los que más enteros se mostraban no cesaban en sus cánticos y sus
muestras de apoyo al Real Mallorca.
A medida que la hora del almuerzo se aproximaba, la normalidad
regresaba a unas calles que horas antes habían sido un hervidero y
el grueso de la actividad se trasladaba a las diferentes carpas y
zonas reservadas a los aficionados de ambos conjuntos. Una vez más,
el mallorquinismo dio ejemplo y supo estar a la altura de las
circunstancias.
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