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Es Samuel Etoo un tipo corriente. Lejos del perfil altivo que se asocia a todo futbolista de elite, el delantero camerunés es sencillo y accesible; lo mismo esboza una sonrisa que saluda a un guardia de seguridad, mientras se enfunda una zamarra que emite un discurso solidario o firma un autógrafo en el aeropuerto. Al margen del chupinazo que selló el triunfo del Mallorca en Elche o de las arrancadas que rajaron el partido tras el descanso, Etoo ha atrapado el corazón del mallorquinismo a golpe de gestos, de acciones. No basta con invitar a paella o jurar amor eterno a un escudo, hay algo más. Bajó del autocar que llevó al equipo al Martínez Valero y azuzó a la hinchada con el puño cerrado y un rostro desencajado. Después, apareció por el césped vestido de paisano y se dirigió a la grada, por aquel entonces, casi vacía. Saludó y sonrió.
Sabe que la gente le quiere, y trata de devolver todo ese torrente de afecto a golpe de corazón. Nadie le podrá negar a Etoo que es noble, y que desprende buenas sensaciones. Luego, sobre el verde, su figura cobra todavía más volumen. Dicen que al delantero africano le falta vincular su imagen al márketing, porque si vendiera las mismas camisetas que Ronaldo estaría jugando en el equipo que cuando era mozo le trajo a la Liga: «No me interesa estar en el Real Madrid para ser suplente», enfatizó ayer cuando era cuestionado sobre la posibilidad de que Carlos Queiroz le reclutara.
Ha sido la gran semana de Etoo. Desde el martes polarizó toda la atención, porque regresaba de París y cuando estaba recogiendo las maletas en una de las cintas de Son Sant Joan, Winfried Schaeffer ya estaba reclamando que volviera. No quiso hablar, tampoco al día siguiente, porque estaba abrumado ante tanto foco, ante tanto micrófono, pero nos decía en voz baja: «no os preocupéis, voy a jugar la final». Viajó, se atrincheró en el hotel y sólo apareció para almorzar. Sonriendo, siempre alegre.
La muerte de Foé le sacudió el alma, pero la psicología de Manzano le ayudó. Y entonces decidió regalarle al Mallorca un trozo de historia; se calzó las botas y se forró. Luego, con esa mirada de niño feliz e introvertido, agarró un coche y se marchó hacia el aeropuerto para viajar a París. En silencio, sin asumir siquiera esa porción de protagonismo que le correspondía. Ya había vivido su fiesta en el interior del recinto ilicitano, y era suficiente. La grada le rindió pleitesía; también la del Recre, que se puso en pie cuando el camerunés fue sustituido. Es una de esas imágenes que siempre envuelven a todo aquél que la presencie, una fotografía extraordinaria.
Etoo, un tirillas con un trote desgarbado para el atletismo pero estético y plástico para el fútbol, se ha convertido en el mejor futbolista que jamás haya vestido la elástica del Mallorca, y ayer el mundo (o el mundo en el que no se incluyen los necios) se enteró. El camerunés ha llenado un vacío que se acumulaba durante muchos años en las vitrinas de Son Moix (y del Lluís Sitjar), con un discreto tiro raso y un derechazo impepinable. El mallorquinismo tiene una deuda con Samuel Etoo, ese jugador galáctico que no vive en la galaxia del Madrid.