El texano también hizo honor a su condición de hombre de hierro.
Se salvó milagrosamente de la caída el día del abandono del español
Joseba Beloki y en el ascenso a Luz Ardiden y en pleno ataque cayó
contra el asfalto arrastrando a Ibán Mayo. Su manillar se enganchó
con la bandera de un aficionado y se fue al suelo. Armstrong se
levantó, tomó impulso y volvió al grupo de favoritos, que esperó al
accidentado. A continuación casi repite la jugada, esta vez por
fallo propio, pero volvió a demostrar sus cualidades de
malabarista. Los contratiempos, lejos de minarle la moral, le
cargaron de rabia y ahí empezó la clase magistral. Faltaban 9 kms
para la meta.
El líder arrancó como un cohete. Ullrich no le pudo seguir y
optó por no cebarse. Fue una sabia decisión porque el
estadounidense estaba pletórico. Los demás, a rueda del alemán:
Mayo, Zubeldía, Basso y Moreau. Ni un relevo. Era el duelo de los
principales gallos de la carrera. Por detrás se hundía el kazako
Vinokourov.
Armstrong alcanzó a 5 kms de meta al joven francés Sylvain
Chavanel, único superviviente de una escapada multitudinaria que
nació en el km 15 y que al final tuvo como premio coronar en cabeza
el Tourmalet y una palmadita del líder en el momento que le
rebasó.
La desesperada persecución no tuvo resultado para Ullrich, con
gesto de sufrimiento y contando los segundos uno a uno. El Tour se
le iba, como el americano. Al final el daño no fue irreparable,
pues cedió 52 segundos, contando la bonificación. Poco descalabro
para el día grande de su rival.
Armstrong invirtió un tiempo de 4h.29.26 en los 159,5 kms entre
Bagneres de Bigorre y Luz Ardiden, a cuya cima se llevaba por
séptima vez y donde los españoles han escrito los nombres de Pedro
Delgado, Lale Cubino, Miguel Indurain y Roberto Laiseka. Mayo,
quien volvió a atacar en el último puerto, fue segundo en el grupo
que llegó a 40 segundos con Ullrich, Zubeldia y Moreau.
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