Luis García conduce el balón ante la oposición de Míchel, ayer en la Rosaleda. Foto: CARLOS DÍAZ

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Fue el punto del miedo, del pavor. El Mallorca y el Málaga se negaron a ir más allá, a descubrirse, a lanzarse sin pudor a por el triunfo. Limitados por su situación en la tabla, ninguno fue capaz de dar un paso al frente en un partido rácano, con un fútbol enclenque y muy casposo, cargado de plomo. Sólo un tiro de Arango que besó el larguero y la solvencia defensiva de Ballesteros y Iuliano le dieron la opción al Mallorca de lograr mejores dividendos en La Rosaleda, pero al final apenas logró rescatar un empate que le sigue dejando lejos de la permanencia (0-0). Es difícil ver un primer tiempo tan deprimente como el de ayer. Málaga y Mallorca ofrecieron un catálogo de errores, de fútbol inocuo, de juego terrestre. El miedo a perder condicionó el arranque de la cita, que fue más plano que un folio. Tapia y Cúper habían introducido dos variantes, pero los dos hombres que aparecían como novedad eran dos laterales derechos (Romero y Ramis), y estaba claro que por ahí no se iba a rajar el partido. El encuentro se disputaba palmo a palmo, metro a metro, con un centro del campo cargado de músculo y los cuatro centrales escupiendo un balón tras otro. El choque no tuvo por dónde hincarle el diente en la primera mitad, en la que apenas se pudo ver un par de tiros blandos fruto de varias jugadas a balón parado. Luis García lo probó en el minuto 20 mientras Arnau colocaba la barrera y poco después Campano lo intentó con un disparo raso desde fuera del área (minuto 23). Fueron todas las noticias que hubieron del Mallorca en el primer acto, en el que el Málaga apenas llegó con otra acción de estrategia que acabó en las manoplas de Moyà luego de un tiro de Gerardo (minuto 24).

Todo era muy espeso y ninguno de los dos equipos era capaz de enganchar un par de pases de forma consecutiva. Tuni lo intentaba por su flanco y Okubo se desesperaba trazando desmarques, pero el partido se estaba masticando en el círculo central. Allí Miguel Àngel, Juanito y De los Santos se forraban, a la espera de algún error que nunca llegaba. El encuentro estaba encorsetado, anestesiado por las pizarras y por el terror a perder. Por las prisas, que maniataron a unos y a otros. La reanudación tuvo otro aspecto desde muy pronto. A poco del inicio Miguel Àngel le metió un balón a la espalda de Iván Ramis y por allí apareció Baiano, que se puso a temblar cuando vio a Moyà y envió alto (minuto 54). El Mallorca replicó con un tiro sesgado de Ramis en un golpe franco (minuto 56) y poco después con un arreón de Tuni que Campano no pudo rematar (minuto 59). Lejos de arredrarse, el equipo de Cúper se lanzó abiertamente a por el gol y Luis García estuvo cerca tras una volea. Pero la mejor opción para atizarle al Málaga la tuvo Arango, después de que Valcarce agarrara a Okubo al borde del área. El venezolano ejecutó la falta y el balón se estrelló en el larguero (minuto 62) con Arnau ya vencido. A renglón seguido Campano recibió un servicio en el interior del área y su derechazo acabó en el lateral de la red. El Mallorca creía en el triunfo y el Málaga estaba grogui, acomplejado. Tapia vio que era el momento de meter sobre la arena a gran parte de su munición ofensiva (Amoroso, Tote y Wanchope) en un intento desesperado por encontrar petróleo en ataque, y los andaluces recuperaron el pulso. Tote hizo daño moviéndose en la media punta y Amoroso retó a un par de carreras a Ramis, y el Málaga se acercó al gol, aunque de forma tímida. El partido ya se había desquiciado, estaba histérico, casi roto y caminaba sobre un alambre. Arango pudo marcar a poco del final en un zurdazo que encontró cobijo en los guantes de Arnau. Los locales buscaron amparo en la calidad de Tote y en la altura de Wanchope, pero ni por ésas el Málaga logró abrir la defensa del Mallorca, que rescató un punto en una plaza complicada y que hace bueno el triunfo ante el Getafe.