La tarde se nubló de repente. Un escalofrío recorrió todo el
estadio cuando Arango cayó desplomado como un muñeco de trapo tras
recibir en su rostro el injustificable codazo de Javi Navarro ante
la permisividad de Pino Zamorano. Una hora después, con el interior
venezolano en la UVI, el colegiado decretó el final de un partido
extraño, jugado al límite por el Sevilla, que deja al Real Mallorca
en el fondo del barranco y más cerca que nunca deinfierno. Quedan
puntos y jornadas, pero no ánimos. Empezando por Héctor Cúper, que
presenció desde la impotencia del banquillo la lenta agonía de un
enfermo terminal, de un equipo inmerso en la rutina de la derrota
que no divisa la luz al final del túnel. El tropiezo de ayer invita
a pensar en el desenlace del que nadie habla pero que todo el mundo
piensa: la Segunda División (0-1).
La tarde amanecía como la última oportunidad de mantener la
esperanza, la última tabla de salvación en medio del naufragio más
absoluto. Una vez más, el Mallorca intentó remar pero no salió de
puerto. Cúper volteó de nuevo el once, situó más albañiles que
arquitectos y se encontró con una situación imprevista que acabó
por apagar cualquier mecha de ilusión. El epílogo, con un
futbolista en el hospital, uno menos en el césped y un gol en
contra, añadió más dramatismo a una jornada que deja la salvación
con los mismos puntos -Osasuna tiene un partido pendiente- que
antes pero con un partido menos...
El duelo se cerró en un par de minutos extraños. Pino Zamorano
no expulsó a Javi Navarro tras su brutal agresión a Arango y, con
el pánico todavía incrustado en la hinchada y el cemento, señaló un
penalti y expulsó a De los Santos tras una caída de Julio Baptista
dentro del área. Esas dos acciones en los postres del primer acto
alteraron un partido que, hasta ese instante, iba camino de un
empate a nada.
La fórmula de juego que lleva practicando el Sevilla en las
últimas temporadas volvió a cebarse con una víctima propiciatoria,
el Mallorca, que no vence en Son Moix al conjunto andaluz desde
hace cuatro temporadas. El grupo de Caparrós tiró de plomo y se
fajó con el cuchillo entre los dientes. El Mallorca, por su parte,
despreció el balón, lo fió todo a la presión, las carreras y las
prisas. Nada que ver con el buen gusto. Salió a especular,
amontonando guerrilleros por delante de Moyà y le entregó las armas
a su enemigo. A pesar de la distancia kilométrica entre Luis
García, aislado entre la maraña sevillista, y alguna camiseta roja,
el grupo isleño asustó a Notario en los primeros minutos. Un
cabezazo de Iuliano que rozó el poste y una falta a la escuadra de
Luis García que Notario inmortalizó con un despeje descomunal
excitaron a la grada.
Incomprensiblemente, de repente, el Mallorca se deshizo tras esa
acción y el Sevilla vivió feliz durante los minutos previos al
descanso. Baptista tocó a zafarrancho y las inmediaciones de Moyà
se poblaron de camisetas blancas. Así transcurría el duelo cuando
se llegó a la jugada clave del partido. Corría el minuto 39 cuando
Arango tomó un balón y avanzó con fe hasta que Javi Navarro le
frenó con un codazo al pómulo que revolucionó las pulsaciones del
estadio. El árbitro, al ver el rostro sangrando del venezolano, se
metió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta...¡amarilla! que
provocó la ira de la hinchada.
Sin tiempo para recuperarse del susto y con la mente puesta en
Arango, el partido se reanudó de la forma más inesperada, con un
penalti dudoso señalado por Pino Zamorano tras una caída dentro del
área de Baptista ante De los Santos, que vio su segunda amarilla
por esa acción y se fue a la ducha. La Bestia le pegó fatal, pero
el balón entró. Un jugador en la clínica, uno menos en el campo y
0-1. Una losa demasiado pesada.
El Mallorca le puso ganas en el segundo tiempo pese a su
inferioridad, dispuso de alguna ocasión de Luis García y protestó
un par de caídas de Ballesteros dentro del área, pero se estrelló
ante su propio destino, un futuro en las tinieblas que apunta a una
única dirección.
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