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A pesar de todo lo que se había hablado durante toda la semana, el Mallorca-Zaragoza no tuvo nada de determinante. Nadie confiaba en el milagro y eso era apreciable a simple vista. Son Moix presentó la entrada más triste del ejercicio y los pocos que se atrevieron a acudir al recinto mallorquinista lo hicieron sin ningún tipo de esperanza. Para colmo, la actitud de los futbolistas sobre el terreno de juego no hizo más que corroborar los temores de la grada y acentuar un divorcio que parecía impensable hasta hace poco. Lo más triste de todo es que todavía quedan por delante unas cuantas funciones en casa y que la cosa sólo puede empeorar.

Tras lo visto en las últimas semanas, el mallorquinismo ya se ha hecho a la idea de lo que le espera la temporada que viene. En esta ocasión los movimientos de la Federació de Penyes fueron en balde y pese a sus intentos de animar la tarde, la mayoría del público prefirió quedarse en casa para disfrutar con calma del clásico del fútbol español. Aún así, los valientes que desafiaron al viento y al frío recibieron de forma calurosa al equipo y estuvieron a su lado durante los prolegómenos. Hasta que empezó a rodar el balón.

Con el partido en marcha, las ilusiones de los más optimistas se fueron oxidando y la grada empezó a trasladar su enfado hacia los protagonistas. Primero, recordando la figura de algunos de los jugadores que se han marchado de la Isla esta temporada como Samuel Etoo o Delibasic y después, recriminándole a la plantilla su manera de comportarse. Se oyeron gritos como «jugadores mercenarios», «Poli selección» o «el año que viene volvemos al Sitjar». Todo eso antes de que concluyera el primer tiempo.

Los que se atrevieron con la segunda mitad tuvieron que soportar una nueva fase del hundimiento. El Mallorca, lejos de mejorar, fue a menos y recibió la puntilla de manos de un Zaragoza que exponiendo lo justo se llevó los tres puntos de la Isla.

Sin embargo, los goles aragoneses alteraron más los ánimos de los espectadores, que se fueron calentando progresivamente. Primero Savio y después David Villa, provocaron que lo único que retumbara en el campo fueran los cánticos contra la plantilla y contra el consejo de administración balear, que tuvo que observar como los aficionados se volvían hacia el palco exhibiendo pañuelos blancos y exigiendo responsabilidades. Ni siquiera el presidente, que escuchó gritos de «Mateo, vete ya», se libró de la opinión de la grada.

A partir de ahora se abre una de las etapas más amargas del Mallorca en Primera. Con siete partidos por delante y sin ningún tipo de opción a la que agarrarse se prevén una últimas jornadas infernales. Al menos, el mallorquinismo ya ha asumido su futuro y la caída no será tan traumática.